Necesitada Recuperación

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La luz del alba encontró a Gabriel sentado en el sillón de su cuarto, con los codos apoyados en las rodillas y los dedos cruzados frente a su cara, sin dejar de mirar el rostro profundamente dormido de Nathalie. A veces parecía incluso no respirar, y él notaba que la ansiedad se apoderaba de su pecho en esos momentos. Pero al volver a notar que su cuerpo subía y bajaba lentamente, él también volvía a respirar. Sabía que si se excedía utilizando el prodigio del pavo real podría morir, y aun así ella...
Un leve gemido salió de sus labios y Gabriel casi salta sobre la cama esperando encontrar más respuestas que le indicaran que se estaba recuperando. Pero su amago de despertarse acabó ahí. Él suspiró desesperado. Si no hubiese sido tan descuidado Emilie no estaría en esta situación, y tuvo que cometer otro gran error y hacer que la vida de su asistente corriera el mismo peligro. Llevó un dedo a los fríos labios de ella y los acarició con ternura. En cuanto despertara lo primero que haría sería besarlos hasta que recuperaran todo su calor habitual. Y luego ir besando cada centímetro de su piel para hacer que su cuerpo recobrara la vida que tenía hacía unas horas. Sin querer, un sollozo se le escapó mientras sus ojos se cargaban y su estómago se encogía. No podía perder a Nathalie, ahora no. Alargó la mano para tomar la de la mujer que había en su cama, y tratar con ese gesto de llegar hasta su corazón, y permaneció así lo que le pareció una eternidad.
Aunque en realidad había sido cosa de una hora lo que había pasado hasta que ella apretó la mano en la que tenía la suya y le hizo reaccionar.
-¿Nathalie? -ella movió la cabeza intentando despertar de ese mal sueño- Nath, ¿estás bien?
Arrugó los ojos, aún cerrados, y volvió a apretar su mano. Con un gracioso ruidito de su garganta, logró abrir al fin un ojo y después el otro. Le dolía a rabiar la cabeza, y sentía el cuerpo muy pesado. Pero haciendo un enorme esfuerzo reconoció el sitio en el que se encontraba y buscó con la vista a su compañero.
-¿A... -se resintió al hablar- a qué viene... Eso de Nath?
Gabriel soltó una risa mientras las lágrimas volvían a amenazar con salir. Se llevó la mano de la mujer a la boca y la besó varias veces sin romper el contacto visual con esos cansados ojos que no dejaban de mirarle.
-¿Cómo te encuentras?
Ella sonrió. Se estaba preocupando por su estado, y eso la hacía feliz.
-He tenido días mejores.
Él no pudo evitar dibujar una sincera sonrisa en respuesta.
-Me gustan tus respuestas sarcásticas. Pediré que te traigan algo de comer. ¿Tienes hambre?
Al oír el plan de su jefe intentó incorporarse al momento.
-Ni de broma, no deben saber que he estado aquí... -miró el sol a través de la ventana- ¿cuánto tiempo he pasado en tu cuarto?
-Toda la noche.
Ella se ruborizó y apartó la mirada.
-Tengo que salir de aquí antes de que alguien se entere.
Quiso apartar las sábanas que la cubrían pero una recia mano se lo impidió, justo antes de que unos ansiosos labios se posaron sobre los suyos y la dejaran sin respuesta posible. El beso duró varios segundos, pero a Nathalie le pareció que el tiempo se detenía. Cuando Gabriel se separó al fin, ella se quedó temblorosa sentada en la cama, y se llevó una mano a la boca inconscientemente.
-Voy a por tu desayuno. Descansa. Hoy tienes prohibido levantarte de ahí.
La muchacha no le quitó el ojo de encima mientras se alejaba de ella y abría la puerta para salir, por lo que pudo ver perfectamente la figura del hijo de su jefe al otro lado cuando éste abrió. Se murió de vergüenza cuando su mirada se cruzó con la de Adrien.
-Padre... Ésto yo... No importa, avisaré a Gorila de que me tiene que llevar él solo al instituto.
Al verle salir corriendo, ella se acurrucó en la cama y se tapó con la sábana por encima de la cabeza. Gabriel sonreía mientras lo veía todo de reojo antes de atravesar la puerta y cerrarla tras de sí. Podría acostumbrarse a eso.
Al rato volvió a aparecer por la habitación, llevando una bandeja con un zumo de naranja, café, un enorme croasan y dos tostadas. Por un momento se lamentó no tener nada con lo que presentar un poco mejor aquel copioso desayuno. Sabía que a ella no le importaría, pero algo le decía que debía empezar a tener ese tipo de detalles con su asistente. Abrió la puerta, bandeja en mano, y entró decidido en la habitación. Allí estaba ella, sentada en su cama, jugando con su pelo suelto mientras miraba hacia la ventana, bañada por un rayo de sol que le daba un aspecto etéreo e inalcanzable. Se giró a verle y su preciosa y poco usual sonrisa le dio la bienvenida, haciéndole estremecer de pies a cabeza.
-¿Todo eso es para mí? -preguntó sorprendida.
Gabriel se acercó a la cama y colocó la bandeja sobre el colchón a su lado. Después volvió a arrimar el sillón en el que había pasado la noche y se sentó a su lado.
-Bueno, cuando bajé a la cocina me di cuenta de que no sabía lo que solías desayunar, así que te traje varias cosas para que elijas tú. Tienes que reponerte, anoche...
Apartó la mirada de ella, triste.
-Estuvo cerca.
-Estuvo cerca... -repitió él.
El tintineo de la cucharilla le hizo mirar de reojo el desayuno que acababa de traer. Ella removía el café con parsimonia, como si aquella afirmación no hubiese sido importante. Cuando terminó le tendió la taza.
-Ten. No me lo voy a tomar todo, y el café está tal y como te gusta.
-Pero tienes que desayunar bien.
-Desayunaré mejor si me acompañas.
No pudo evitar sentirse enternecido con el gesto. Tomó el café, con una sonrisa en la cara, y quitó la cucharilla para dar un sorvo. Ella untó mantequilla sobre una de las tostadas y se la dio.
-Toma.
-Pero...
-Bastante tostada y sólo con mantequilla, te encantan así.
Cogió el trozo de pan con la boca abierta y la sorpresa inundándole el gesto.
-Sabes exactamente lo que me gusta.
Ella, sin mirarle, se encogió de hombros mientras partía un trozo de croasan con los dedos.
-Es mi trabajo.
-¿Saber el gusto en cuanto al punto de las tostadas es trabajo de un asistente?
-Cuando trabajas para un millonario excéntrico, sí. Lo es.
-¡Eh! -se quejó divertido. Ella sonrió mientras se llevaba el trozo de croasan a la boca.
-Gracias por el desayuno, ha sido un gran detalle. Pero en cuanto lo termine me pondré con mis obligaciones.
Gabriel endureció el gesto
-No te lo permito. No, hasta que no vea que no hay secuelas de anoche.
"Las secuelas de anoche son las que no me permiten quedarme en tu cama..."
El recuerdo de los encuentros que había tenido la noche anterior con Remi en su apartamento la atormentaban. No se arrepentía de ellos, de ninguno de los tres. Pero con su jefe comportándose de esa manera tan dulce y dedicada con ella, sentía que le había traicionado. Si quería separarse de Gabriel Agreste debía obviar todos sus sentimientos por él y seguir adelante con su vida, y D'Etoile parecía una buena salida para ello. Esa noche le había demostrado que, de verdad, lo que buscaba en ella no era una simple aventura, un divertimento pasajero. Lo había dado todo por ella en el tiempo que habían compartido cama, y eso era algo a lo que no estaba acostumbrada. Se había desvivido por hacerla disfrutar, por hacerla sentir importante, por hacerla olvidar. Y ella lo había aprovechado de principio a final, y se había sentido libre por un tiempo. Libre de las ataduras que el diseñador tenía sobre su corazón. Aunque la herida que él le había causado aún dolía, con Remi besando esa parte de su alma el dolor parecía remitir.
Terminaron el desayuno en silencio. Gabriel no dejaba de mirar a su ayudante entre bocado y sorbo de café, y ella parecía recuperar el color de su cara por momentos. Dejaron todo sobre la bandeja y él se encargó de llevársela de allí y colocarla sobre la cómoda para dejar la cama libre.
-Quiero que duermas -le dijo en forma de orden.
-No tengo sueño, voy a...
-No vas a hacer nada. Túmbate.
El dolor de cabeza que tenía Nathalie se acrecentó al momento de escuchar esa sugerente palabra de labios de su jefe, pero su cuerpo reaccionó positivamente a ella. Tragó en seco tratando de mantenerse firme, no podía decaer ahora. Pero tampoco se la quería jugar con Gabriel, sabía lo insistente que podía llegar a ser. Se quitó las gafas y las dejó en la mesilla de noche, recostándose en la cama como le había dicho, y cerrando los ojos. Solo por si acaso. A los pocos segundos notó que el colchón se movía, y un peso se colocó tras ella en la cama. Un escalofrío recorrió su cuerpo, sin saber si realmente quería que se tratara de lo que estaba pensando. Pero no tardó en descubrirlo, pues uno de los brazos de su jefe pasó por encima de su cintura, abrazándola con fuerza mientras la atraía hacia él y la pegaba a su pecho. Creyó que el corazón se le saldría del pecho cuando notó la suave respiración del hombre sobre su cuello.
-¿Qu... Qué haces? -preguntó nerviosa y confundida.
-Dormir -contestó él en tono seco.
-Pe... Pero, ¿así?
-¿Te molesta?
Ella se deshizo en el acto. Claro que no le molestaba, adoraba cada caricia que él le regalaba, aunque luego acabara haciéndole daño siempre.
-No, pero... Igual estarías más cómodo durmiendo sólo.
-Descansaré mejor si me acompañas.
El corazón de Nathalie se desbocó. ¿Podría ser...? Con una temblorosa mano agarró la que la estaba abrazando, y entrelazó los dedos con los de su jefe, notando cómo él los apretaba al sentir su contacto. Un beso en la parte posterior de la cabeza, un susurro, y ella terminó por perder la razón y volver a caer en la red de Gabriel.
-Descansa, Nathalie.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora