Un Descanso Para El Corazón

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La luz empezaba a inundar el cuarto del diseñador, en el que sólo se oían jadeos. Cuando el primer rayo de sol dio sobre la cama, los encontró unidos y comiéndose a besos, con las manos perdidas en el cuerpo del otro y disfrutando como nunca antes lo habían hecho.
Gabriel se movía con lentitud y cariño dentro y fuera de Nathalie, quien acariciaba y revolvía su pelo con devoción mientras acompañaba el delicioso vaivén con sus caderas. Estaban exhaustos, pero se negaban a separarse. Hora tras otra, habían consumido la noche amándose sin reservas, repitiéndose una y otra vez cuánto se amaban y cuánta falta se hacían. Cada vez que se miraban se rozaban el alma, y hasta el mínimo contacto era puro fuego para los dos. Sin fuerzas, Nathalie volvió a besarle y mordisqueó su labio inferior antes de quejarse.
—Cielo, no puedo más. Necesito... Descansar un minuto.
Gabriel sonrió y la besó en el cuello con ternura mientras salía de su interior. Él también estaba agotado, pero la tentación de sentirla de esa manera al tenerla tan cerca era irresistible.
—Lo siento, mi amor. No puedo evitarlo. Te quiero tanto...
Ella acarició su rostro con una preciosa sonrisa de felicidad.
—Yo también te quiero, Gabriel.
Con un tierno gesto hizo que sus labios se rozaran y después se acomodó en la cama a su lado. No tardó en empezar a respirar pesadamente, mientras él la observaba obnuvilado. Fue entonces cuando se atrevió a murmurar lo que le rondaba en la cabeza desde hacía días, sin que ella le cortara, sin despegar los ojos de su silueta sobre su cama.
—No quiero que te vayas. Quiero que estés siempre conmigo, en mi casa, en mi vida. Quiero que lo intentemos, quiero ser padre de nuevo junto a ti. Quiero hacerte feliz, quiero darte lo que mereces. Y sobre todo, quiero que escuches estas palabras voluntariamente cuando estés despierta, y me contestes que sí. Quiero volver a casarme, pero sólo si es contigo.
Besó su hombro y se acurrucó tras ella en la cama, abrazandola con idolatría, sin saber que sus palabras no habían caído en saco roto.

Nathalie caminaba descalza por la mansión, vestida tan sólo con el camisón y la bata de la colección de Mayura. Llevaba algo en las manos, parecían dos vasos de leche con cacao. Atravesó la entrada y se dirigió a una habitación al otro lado en la planta baja, donde se escuchaba música y golpes. Cuando abrió la puerta, las dos niñas estaban sentadas en la alfombra frente a la televisión, jugando con sus muñecas y coches mientras escuchaban las canciones infantiles de fondo. Les dio un vaso a cada una y se sentó en el sillón del fondo a leer, recuperando el libro que un rato antes había dejado tumbado en la mesa auxiliar. Con sus cuatro y dos añitos, las niñas eran unos pequeños monstruos que no solían estar quietas más de dos minutos seguidos, y eso le encantaba a Nathalie. Le daban mucho trabajo, pero adoraba verlas hacer sus trastadas y pelear entre ellas por sus juguetes. Estaban en unas edades muy bonitas, y estar con ellas la hacía sentirse importante, útil. Observarlas le recordaba que su vida había servido para algo precioso, para crearlas a ellas.
Alexia se acercó corriendo con su vaso vacío y se lo tendió a Nathalie.
—Toma, mamá. Ya he terminado.
Ella lo cogió y le dio un beso en la cabeza antes de que volviera a jugar donde estaba su hermana, quien se levantaba para hacer lo mismo que la mayor.
—Poma, mamá —balbuceó Silvaine con su lengua de trapo.
Nathalie no pudo evitar achucharla y llenarla de besos en esa rechoncha carita que tenía y que la volvía loca. Cuando la pequeña consiguió librarse de los mimos volvió a sus juguetes, y la orgullosa madre se quedó mirándolas un rato más antes de coger el móvil, hacerles una foto y mandársela a Gabriel con un pequeño texto.
Tus hijas no quieren saber nada de su madre. ¿Cuándo vuelves?
Dejó el teléfono en la mesilla y no esperó contestación hasta la noche, cuando terminara todas las reuniones que tendría a lo largo del día. Miró los anillos que tenía en el dedo, uno con una preciosa piedra morada y una simple alianza de oro blanco. Jugó un poco con ellos recordando aquel día tan especial y dibujando una ensoñadora sonrisa en sus labios. Entonces, su móvil vibró. Cuando lo cogió se alegró de ver que era su marido quien la estaba llamando desde algún lugar de Ámsterdam.
—Hola, cielo. No esperaba que me llamaras.
Para ti siempre tengo tiempo, mi vida. ¿Qué tal están las niñas?
—Echándote de menos. A mí ni me quieren. ¿Cómo está Adrien?
Lo está haciendo genial, estoy muy orgulloso de él.
—Me alegro mucho. Espero que no se esté haciendo demasiado pesado.
Gabriel resopló al otro lado de la línea.
Yo solo quiero volver a casa con vosotras. En un par de días estaremos de vuelta en París.
—Te esperaremos con los brazos abiertos. No te molesto más, hablaremos esta noche.
De acuerdo, princesa. Te quiero.
Te quiero, Gabriel...

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