Capítulo 18: Presa del depredador.

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Entré en mi habitación y me acordé que estábamos esperando a Sofía cuando todo pasó. Siendo sinceros no me interesaba avisarle nada, no quería saber nada de nadie.

Me senté en la cama y me incliné hacia delante, apoyando mis antebrazos en mis piernas, juntando ambas manos.

«Deja de hacer escándalo por todo.»

Mierda, Martina. ¿Por qué tenías que ser tan dura?

«Regla siete: nadie te puede romper el corazón si no tienes» recordó mi mente, perpleja.

«No te metas en todo, no te importa»

«No te importa.»

¿Cómo pudo decirme algo así? ¿Por qué creía que no me importaba? ¿Es que no notaba que cada palabra que usaba con ella era medida y pensada para no cagarla, que siempre intentaba no invadirla para hacerla sentir incómoda? ¿Acaso no recuerda la vez que me peleé con Máximo por defenderla, o que la invité a ver a su artista favorita? ¿No piensa en la atención que le doy cuando hablamos, cuando me cuenta de algo que le gusta o cuando habla sobre algo o alguien que la dañó? ¿Cómo si quiera puede considerar el hecho de que no me importa?

¿Habrá sido mi culpa? ¿No le presté la suficiente atención? ¿Y si quizás le presté demasiada atención? ¿Y si la molestaba? ¿Y si solo era un intenso más en su vida que no la dejaba respirar? ¿Y si no se alejaba de mí porque no sabía cómo hacerlo sin dejarme dañado?

Mis ojos se cristalizaron sin previo aviso.

—Mierda, Dylan, no vas a llorar por esto —me dije soltando una pequeña risa seca y sobándome las pupilas.

Suspiré. No podía creer que esa chica que había llegado hace poco más de medio año a mi vida podía causar tanto en mí.

¿Qué me has hecho, Martina?

— ¡Tía! —escuché la voz de mi primo gritando desde afuera.

Mierda.

Recordé que Agustín nos iba a venir a visitar por menos de una semana y que se quedaría a dormir ese día conmigo, mientras que los otros iría a su antigua casa.

No quería saludarlo. No quería ir a abrirle la puerta y tampoco quería hablarle. Desde que me enteré que él es el ex de Martina, que ella fue a la que engañó, si bien hacíamos como si no pasara nada; había un aire tenso en el ambiente. Era extraño. Era como si ambos sintiéramos esa competitividad pero ninguno se atrevía a hablar sobre el tema.

Como si ninguno quisiese pisar el palito.

Bufé al oír a mi madre abriéndole la puerta y saludándolo. Tomé el celular que dejé en una mesa y me acosté en la cama, fingiendo estar ocupado, listo para cuando mi familiar entrara en la habitación.

—Buenas —dijo algo alegre al invadir mi cuarto. Lo miré de reojo.

—Hola —contesté más seco de lo que esperaba.

—Uy, qué cara nene. ¿Qué te pasó? —se cruzó de brazos, parándose a un lado mío.

—Nada —lo escuché suspirar y sin previo aviso me arrebató el teléfono de mis manos. Lo miré con el ceño fruncido—. ¿Qué haces? —pregunté ya molesto.

— ¿Te piensas que no te conozco? Crecimos juntos, Dylan. Qué te pasa.

—Déjame de joder.

— ¿Ves? Te pasa algo y ahora te la agarras conmigo por interesarme y hacerte recordar que te pasa algo —se cruzó de brazos—. Qué te pasa.

Mi mala.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora