Capítulo 20: Pedir perdón.

31 1 4
                                    

Me levanté de la cama y cerré la puerta de mi habitación con llave. El nudo en mi garganta no me dejaba respirar. Tragué fuerte para intentar que esa presión en mi interior se vaya, pero no lo logré. Me rompí. Lloré.

No sabía por qué lo hacía. Si era porque había confirmado que Agustín conseguía, de nuevo, algo que yo no; si era porque mi mejor amiga me había ocultado algo importante por más de un año, si era por las reglas que encontré de Martina, por, a pesar de todo, no poder arrancarle el miedo. Por tener miedo yo, además. Porque todos los intentos eran en vano, todas las veces que intenté no arruinarlo con ella, no importaron. Al fin y al cabo pasó lo que tenía que pasar.

Y fui yo. Fui yo el que dijo basta. Eso me sorprendió. No lo esperaba. Bueno, tampoco esperaba todo lo que pasó ese día. Tan solo unas siete horas, quizás menos, y todo se fue a la mierda.

Estaba cansado. Me dolía la cabeza y mis párpados pesaban y ardían. Dolían. Me dolía. Mi pecho estaba encogido y sentía un vacío muy grande en mi estómago, como si hubiese vomitado todo lo que tenía en él.

Me acosté en la cama. Sólo quería dormir, descansar mi mente, desconectarme de una vez. Me costó hacerlo, pero valió la pena.

El día siguiente era domingo. Ni siquiera había recordado la prueba del lunes.

Las ocho de la mañana. Agarré mi celular y le mandé un mensaje:

Yo: ¿Estás?

Ámber: Sí. ¿Qué pasa?

Yo: Voy a ir a tu casa.

Ámber: ¿Ahora?

Yo: Ahora.

Tenía que mantener la mente en frío, lo sabía, pero antes debería resolver cosas. Aclararlas. Entenderlas.

No había cenado. Me extrañó que mi madre no me despertara. Salí del cuarto y me lavé la cara. No me despertaba.

No recuerdo si me lavé los dientes. Seguía cansado, frustrado. Mis pasos eran lentos comparados con la velocidad de mi mente. Me estaba atormentando. Decidí no escucharla.

Ámber me recibió algo confundida por mi presencia. Sabe que no soy de despertarme a esa hora, sobre todo un domingo.

— ¿Desayunaste? —preguntó.

—No.

—Se nota. Tenés una cara de dormido, nene. ¿Cómo dormiste?

—Bien, supongo, aunque sigo cansado —asintió con la cabeza y me pasó la taza de té de la que ella tomaba—. ¿Vos besaste a Agustín sabiendo que estaba con Martina, tu mejor amiga?

Se quedó inmóvil con su mirada clava en mis ojos. No sabía qué decir. ¿Qué me podría contestar?

Se tensó. Su mandíbula comenzó a apretarse pero no se veía enojada, sino más bien preocupada, perdida.

Siento que si me hubiese mirado a un espejo, sabría el por qué de su terror. Hablé, molesto ante su silencio:

—Te hice una pregunta.

— ¿De dónde sacaste eso?

—Responde la puta pregunta, Ámber.

Tragó en seco —Sí, lo hice.

— ¿Por qué mierda no me dijiste antes? —me alteré— ¿Por qué mierda te hiciste la víctima todo el tiempo, haciéndola ver como la mala?

—Dylan, no me estaba haciendo la víctima...

—Sí lo hacías —sentencié, duro. Suspiró.

—Estaba frágil, confundida, rota. Era como si yo fuese otra persona.

Mi mala.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora