Desde que tuvimos relaciones con Alan, lo sentía distante. No sabía si era así porque realmente lo estaba, o si mi paranoia porque descubrí que me gustaba sentimentalmente me estaba afectando, y si esas sensaciones de aprecio hacia él me hacían necesitar más atención de lo que antes lo hacía.
La euforia me atacó cuando me ofreció volver a vernos. También lo hicimos ese día. Y la siguiente vez. Pero cada vez se alejaba más.
Cuando se lo reclamé, primero lo negó. Luego, al notar que no me convencía, me dijo que estuvo ocupado y con problemas en la casa. Lo acepté porque lo entendía. Pero la situación no mejoraba y me comenzaba a dar cuenta de un patrón: cuantas más relaciones teníamos, menos hablábamos. Fue muy duro asimilarlo porque mi augurio me advertía que tenía una razón esa circunstancia que dañaría mis emociones. Pero no podía asumirlo.
Cuatro veces lo hicimos. La próxima vez que nos vimos a la última relación, un viernes, le dije que no tenía ganas.
— ¿Por qué? —preguntó desconcertado.
—Me duele la cabeza —mentí. Relamí mis labios. Mi lengua seca me molestaba.
— ¿Y para qué viniste?
Fruncí el ceño, observándolo con desaprobación. Su mirada era igual. ¿Por qué siempre intentaba echarme cuando no quería tener sexo?
—Porque te quería ver. Qué sé yo, hace rato no hablamos —expliqué.
— ¿Cuánto querés que hablemos? —atacó. Cruzó los brazos— Ya te dije que estoy ocupado, Martina.
Tomando en cuenta el concejo de Melody de plantearle lo que sentía y lo que no me gustaba, tratando a toda costa de no ponerme a la defensiva, hablé:
—Pero ahora no lo estás, ¿no? ¿Por qué no podemos, en vez de coger, hablar, una vez?
— ¿Siempre tenés que pedirme algo? ¿Nada te viene bien? —La molestia en su voz me volvía insegura— Te di el tiempo para que nos conozcamos hace un mes. ¿Qué más querés de mí?
—No sé, Alan. Algo de atención.
— ¿Atención? —Cuestionó ofendido— ¿De qué atención me hablas? No sos una criatura para que te preste atención.
—No, pero...
— ¿Pero qué? —me interrumpió.
—Nada, deja —me rendí.
—No, ahora decilo. ¿Qué esperabas de mí, Martina? ¿Qué esperabas, eh? ¿Querías que esté atrás tuyo todo el tiempo, pendiente a vos, como si fuese un puto perro?
—No, Alan, no.
— ¿Y entonces? —me señaló con el mentón.
—Qué sé yo —bajé la mirada a mis manos que jugaban con una pulsera—. Yo no quería solamente algo sexual —me enfoqué en él. Frunció el ceño, aún enojado.
—Decime que es una broma —bufó—. ¿Pensaste que yo sentía algo por vos? —Mis piernas temblaban— Ay, Martina —cubrió su rostro con ambas manos. Me observó—. Enserio necesitas un psicólogo.
— ¿Qué? —hablé con un hilo de voz.
—Eso. ¿Enserio creíste que íbamos a estar juntos, formar una familia y tener dos hijos preciosos que irían a universidades estudiando abogacía? ¿Qué te pasa?
—Yo nunca dije eso —me defendí en voz baja.
— ¿Quién te mandó a meter los sentimientos en esto? Estábamos bien teniendo sexo sin compromiso, cogiendo con otras personas si queríamos y, ¿lo querés arruinar por una confusión tuya?
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Mi mala.
Teen FictionSi los ojos eran la ventana al alma, los de ella no estaban únicamente cerradas con tablones gruesos de madera, sino que tenía candados, cadenas y cualquier mecanismo de defensa allí. Pero, por alguna razón, necesitaba entrar de lleno por esa ventan...