LIBÉRAME [Completa]

CAPÍTULO 29

CARLSON

Me dirijo al estacionamiento cabizbajo, no tengo fuerzas ni para observar al frente. Ya está lista la renuncia, no hay vuelta atrás y creo que es lo mejor. El próximo semestre buscaré otro lugar.

Suelto un suspiro antes de arrancar. Me pierdo en las calles de Madrid manejando lo suficientemente lento para no volver al apartamento y seguir ahogándome en la tortura de mi error.

Las horas son lentas esperando que Elizabeth termine su horario de trabajo. Narro las palabras en mi cabeza de cómo decírselo, de qué manera contárselo para que no lo sienta peor de lo que es.

—¿A quién engaño? Es horrible, sin precedentes. —Suelto un suspiro pesado sobre mi cama.

Tallo mis ojos y decido que debo comprar muchas flores, de todos los tamaños, olores, colores y texturas. Chocolate, helado, vino...

Sé que de nada servirán para obtener su clemencia, pero necesito intentarlo todo. Me arrodillaré, suplicaré y haré todo lo que me pida para que me perdone, incluso si no está en mis manos, lo obtendré de alguna forma.

Hay algo dentro de mí que cree que Bianca miente, hay algo dentro de mí que se niega a pensar en que todo haya sucedido de esa manera, todavía hay piezas que no encajan y me parecen demasiado extrañas, casi imposibles. Hay algo dentro de mí convencido que ni con todo el licor del mundo recorriendo mis venas, le hubiera sido infiel, no nos habría lastimado de esta manera.

Aborrezco esto, me aborrezco. La decepción y la ira destruyen por completo la confianza en mí. Jamás pensé que sería capaz de hacer algo como esto. Me he convertido en ese asqueroso ser humano que daña a los que quiere por culpa del alcohol, así como lo hizo el donador de esperma que dañó a mamá y murió por culpa de su adicción. Anna me crío para que fuera alguien diferente, no esto, no para cometer errores que no hice ni siquiera cuando era un adolescente insensato y despreocupado, menos cuando verdaderamente quería a una mujer.

A Eli la amo con cada célula que habita en mi cuerpo.

Me niego a perderla, me niego a dejarla ir sin antes luchar por todo el amor que le tengo, con la misma fuerza de mis sentimientos. La quiero en mi vida, quiero hacerla feliz, jamás pensé en hacerle daño porque su dolor es mi dolor, sus lágrimas me parten el alma en dos y querré acabar con todo lo que está perturbándola.

En este caso soy yo el causante y no puedo sentirme más destruido. Preferiría ser molido a golpes a este dolor tan agonizante. No se ve, pero se siente como si fuera físico y palpable.

El recuerdo de nuestra conversación en la primera cita llega como un filoso cuchillo para abrir más la herida:

—... Sé que he sido dañada por múltiples hombres que han atravesado mi vida, me han maltratado, cerrado, opacado y humillado. Estoy conociéndote y siento que eres diferente, pero tengo miedo, miedo a equivocarme de nuevo... No sé por qué contigo me da la sensación de que dolería el doble si me hieres, que ya no sería capaz de volver a reconstruir lo poco que he logrado.

—Prometo que no será así, no te lastimaré. Si por algún motivo lo nuestro no llega a funcionar, jamás se terminará por una infidelidad de mi parte o por faltarte al respeto de alguna manera. Te lo juro por mi madre, por el amor que le tengo a esa mujer que me enseñó a valorar a todo el género femenino. Sé que hay muchas en el mundo como ella y merecen ser tratadas con majestuosidad.

La decepcioné, le juré y le mentí, incluso pasé por encima de mi madre. Veré la desilusión en el rostro de las mujeres más importantes de mi vida y eso será mi más fuerte verdugo. Preferiré arrancarme el corazón.

Intento comer algo y faltando media hora salgo en busca de mi Caperucita. Nunca en mi vida me había sentido tan nervioso.

Su auto está estacionado en la entrada y la ansiedad me invade. Siento un nudo en la boca del estómago que me llena de adrenalina para terminar con los centímetros que me separan de la entrada. Toco su puerta de manera decente conteniendo el desespero que me recorre de pies a cabeza.