Capitulo 20

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 Dado que no había ventanas en las paredes y que las dos puertas estaban cerradas con llave, Leonard no pudo confirmar que el almacén estaba abandonado hasta abrir la segunda puerta y entrar por la parte posterior del edificio. Al menos, el lóbrego lugar no estaba completamente vacío. Había cajas de madera abandonadas, de distintos tamaños, aunque todas apiladas en el otro extremo del almacén. Todas estaban vacías, algunas rotas. A su alrededor, el suelo estaba cubierto de trastos, por lo que avanzó muy despacio para no hacer ruido.

Había encontrado a su objetivo. Al hombre que lo había contratado para que matara a la heredera real hacía dieciocho años. Jamás había olvidado su rostro. Pero a esas alturas también sabía su nombre. Aldo. Había tardado todo el día y varias horas de la noche en localizarlo. Aunque, al principio, pensó que tardaría mucho más. ¿Suerte? Leonard no creía en la suerte. Aldo solo era un hombre con la costumbre de frecuentar el único lugar de la capital donde podía escuchar las noticias que le interesaban.

La vieja taberna donde Leonard iba para “escuchar” sus encargos había desaparecido a causa de un incendio, y en su lugar se levantaba un molino. Había recorrido la ciudad, comprobando todas las tabernas y pensando en el tiempo suficiente en cada una de ellas para decidir si era o no lo que estaba buscando. La última que visitó era más nueva que las demás, situada en la calle principal, y mucho más elegante que las otras. Una buena fachada tras la que ocultar lo que realmente se compraba en el lugar: la muerte. Hasta él habría descartado el sitio de no haber reconocido a un antiguo competidor sentado en una de las mesas.

El tabernero era tan joven como nuevo era el local, pero posiblemente se dedicara al mismo oficio en las sombras al que se dedicaba el viejo tabernero de la antigua taberna: servir de enlace entre los hombres que pagaban por ciertos servicios inusuales y aquellos que estaban dispuestos a llevarlos a cabo. Leonard intentó confirmarlo pidiendo una bebida, y después le dijo al hombre:

--Estoy buscando trabajo.

--¿De qué tipo?

Leonard no contestó. Esa actitud solía ser lo único que necesitaba para que le ofrecieran varias posibilidades. Sin embargo, ese joven no reconocía ni la voz de Leonard ni su forma de ocultar su rostro bajo una poblada barba y una capucha. Además, teniendo en cuenta que  la clientela del lugar era bastante pudiente, sabía que el tabernero tenía que ser cuidadoso.

--Aquí no hay trabajo, a menos que quiera servir mesas—le dijo el muchacho después de reír entre dientes.

--No.

Al cabo de un momento, el tabernero añadió:

--Siéntate. A lo mejor alguien te acompaña.

Una invitación que Leonard no reconoció. El hombre se mostraba demasiado cauteloso. ¿Acaso ya no se precisaba de un enlace? ¿O no estaba en el sitio adecuado?

Se llevó la bebida a la mesa más cercana a la barra, pensando que tendría que pasarse el resto de la noche esperando, vigilando y deseando que hubiera otra señal además de la presencia de su antiguo competidor para confirmar que no estaba perdiendo el tiempo. Y, después, obtuvo más de lo que esperaba cuando su objetivo entró y caminó directamente a la barra.

El tabernero lo conocía e incluso lo llamó por su nombre.

--Aldo, ¿en qué puedo servirte hoy?

--Solo quiero beber algo rápido. ¿Hay algo interesante?

--Tal vez.

--Déjalo para luego. Ahora no tengo tiempo, pero volveré antes de que cierres.

Esa fue la señal para que Leonard abandonara el local. Apenas le dio tiempo a ocultarse en el portal de la tienda adyacente a la taberna antes de que Aldo saliera y echara a andar calle abajo, tras lo cual entró en un estrecho callejón. Leonard lo siguió. Quería enfrentarse con él en un sitio tranquilo, pero parecía que tendría que esperar para poder hacerlo. El viejo almacén en el que Aldo entró habría sido perfecto ya que parecía abandonado, pero Leonard decidió seguir siendo cauteloso y no acercarse todavía a él. La rapidez con la que Aldo se movía indicaba que alguien aparecería en breve a encontrarse con él.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora