Capítulo 45

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Leonard estaba al tanto de la existencia de la granja abandonada y medio quemada, situada lejos del camino, a los pies de las colinas. La descubrió cuando era un niño, un día que se perdió volviendo a casa. Nadie la había derrumbado porque nadie había querido volver a levantarla. Y

nada había cambiado al respecto. Sin embargo, no esperaba que siguiera en pie a esas alturas. Dos de sus cuatro paredes no se habían derrumbado, y escondió el trineo tras ellas.

Después de apartar a patadas muebles destrozados y muchos trastos, localizó la puerta del

sótano en el suelo. Levantó la trampilla y arrastró a la mujer escaleras abajo, tras lo cual cerró la

trampilla. Llevaba en la mano el farol del trineo, de modo que tenían luz, que dejó de parpadear una vez que dejaron atrás el gélido viento. Después de limpiar las telarañas de una estantería para dejar el farol, colocó una manta en el suelo y dejó en ella a la mujer. Se sentó a su lado.

Le sorprendía que no hubiera intentando ni una sola vez quitarse la manta que le cubría la cabeza. La había cubierto para que el viento no le helara la cara durante el veloz trayecto en trineo. En ese momento, se la quitó y comprendió por qué no había intentado desembarazarse de

ella. Estaba aterrada y en cuanto se quitó la máscara y lo reconoció, comenzó a chillar.

—No tengas miedo —se apresuró a tranquilizarla—. No voy a hacerte daño, Helga, te lo juro.

El miedo no abandonó su mirada. Ni siquiera estaba seguro de que lo hubiera escuchado. La besó con dulzura. Y el miedo fue sustituido por la confusión.

Leonard la miró con una sonrisa mientras confesaba:

—He pensado mucho en ti durante estos años, más de la cuenta. Me encariñé de ti más de lo que debía. No lo había planeado y, al final, esos sentimientos cambiaron mi forma de llevar a cabo el trabajo que me encomendaron. Debería haberte matado, pero no fui capaz. Ni siquiera quería que sufrieras el horror de levantarte y encontrar que tu protegida estaba muerta, así que me la llevé para matarla en otro sitio, lejos del palacio. Por ti.

—¡Pero no la mataste!

Leonard torció el gesto.

—No, tampoco pude hacerlo. Conquistó mi corazón con una sonrisa. Me cambió, por completo. Gracias a ella no soy el hombre que era.

—¿Dejaste de matar? —le preguntó ella con voz titubeante.

—Sí, hemos llevado una vida muy normal.

—No estás... ¿no estás enfadado conmigo?

—¿Por qué iba a estarlo?

—¡Acabas de secuestrarme! ¡Me has dado un susto de muerte! ¡Me has...! —Guardó silencio mientras echaba un vistazo a su alrededor—. ¡Me has traído a un sótano!

Leonard le acarició una mejilla con ternura.

—Lo siento, no podía hacer otra cosa. Me están buscando y te acompañaba un guardia real. Me dirigía al pabellón para hablar contigo cuando descubrí que te llevaban escoltada al palacio. Si llegabas allí, ya no podría acercarme a ti.

—Pero ¡un sótano!

—Helga, no puedo permitir que vuelvan a verme. Me están buscando por todos sitios. Y ahora también te buscarán a ti, hasta que te lleve de vuelta. Quería hablar contigo en privado, al abrigo del frío y lejos de miradas curiosas. No tenía muchas opciones. Me acordé de esta antigua granja, que está lejos de los caminos y de los pueblos.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora