Capítulo 34

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Camila se agazapó todo lo que pudo en el suelo del trineo. No era el lugar ideal para ocultarse, pero al menos la parte trasera del trineo era lo bastante alta como para proporcionar cobertura.

Por desgracia, no se podía decir lo mismo de los laterales, que apenas tenían unos quince o veinte

centímetros. Sin embargo, se dio cuenta de que los disparos llegaban desde atrás cuando Lauren cogió su rifle, que estaba en el suelo junto a ella, y disparó en esa dirección.

El corazón le latía enloquecido, pero cuando vio que Lauren estaba demasiado ocupada devolviendo el fuego como para cubrirse bien, estuvo a punto de salírsele por la boca. Lauren estaba de rodillas en el asiento del trineo, con el torso y la cabeza al descubierto. ¡Y su pecho era un blanco muy grande!

—¡Agáchate entre disparo y disparo! —le gritó.

Lauren la miró, frunció el ceño al verla y tras agacharse un poco, dijo:

—Son cobardes, ya se están quedando rezagados.

¿Tan evidente era su miedo que Lauren podía verlo? Sin embargo, el comentario y el hecho de que se hubiera protegido mejor la calmaron... hasta que escuchó otro disparo, y no procedía del rifle de Lauren. La oyó soltar un juramento antes de disparar hacia la derecha.

—Son muy listos, se camuflan entre los árboles.

—Pueden ser todo lo listos que quieran mientras sigan teniendo una pésima puntería —replicó ella.

—Eso lo dices tú porque no te han dado.

Camila abrió los ojos como platos y le dio un vuelco el corazón. Buscó frenéticamente el rastro de sangre, pero no lo vio. Sin embargo, sí se percató del desgarrón que tenía en el abrigo, cerca del hombro. Pero nada de sangre. El abrigo era muy grueso, al igual que la charretera de la casaca a esa altura del brazo, de modo que la bala ni le había rozado la piel.

Aliviada aunque no de un modo consciente, le aseguró:

—No te han disparado, han disparado a tu ropa.

Sin mirarla, Lauren replicó:

—Ni un poquito preocupada, ¿no?

No le contestó, temerosa de delatar demasiada preocupación.

—¿Tienes otra arma en tu alforja que yo pueda usar? Soy una tiradora excelente y sabes que no te voy a disparar.

—No vas a levantarte de ahí para dispararle a nadie, pero puedes darme la munición que hay en la bolsa. —Tras una pausa, añadió—: Uno abatido y uno herido. Quedan dos.

Se apresuró a hacer lo que Lauren le había pedido, pero en ese momento se dio cuenta de que el trineo ni se había detenido ni había acelerado. Seguía moviéndose a un ritmo tranquilo.

Miró al cochero y jadeó al darse cuenta de lo que pasaba. El pobre hombre, como era sordo, seguía en su pescante tan tranquilo, ajeno a las balas que silbaban.

—¿No debería protegerse el cochero?—le preguntó a Lauren—. Ni siquiera sabe que nos están disparando.

—Protegerse no, pero sí necesitamos ir más rápido. Díselo.

—¿Cómo? Es sordo.

—Hazle señas, pero no te levantes. Y ya que estás, hay un desvío a la derecha muy cerca. Dile que lo tome.

Como no alcanzaba el pescante sin incorporarse, cogió una de las mantas y se la tiró a la espalda del cochero. El hombre miró hacia atrás. Ni siquiera la vio en el suelo, pero al percatarse de que Lauren estaba disparando, azuzó a los caballos para coger velocidad. Una tarea completada, ya solo faltaba otra, pensó. Le volvió a tirar la manta y después, cuando el cochero la

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora