Capítulo 2

9.5K 435 61
                                    

 La fiesta no ayudó a que Camila se relajara ni a que dejara de pensar en su futuro más inminente. Muy al contrario, las riñas entre los niños la exasperaron al punto que tuvo que regañarle a Henry Mathews.

 --¿Quieres que te dé un tirón de orejas?

 Henry era uno de sus preferidos. Muchos de los niños residentes en el orfanato que desconocían sus apellidos habían adoptado el nombre de Poppie para tal fin con permiso de este. Henry había elegido una opción distinta y había adoptado su nombre de pila.

 Sin embargo, el niño era distinto en muchas otras cosas. No solo demostraba una gran inteligencia porque asimilaba con rapidez todo  lo que  se le enseñaba, sino que también había descubierto y potenciado una habilidad que le resultaría muy útil cuando abandonara el orfanato. Era capaz de tallar la madera y convertirla en hermosas figuritas: objetos de adorno, personas y animales. Un dia le regalo a Camila una talla de sí misma. Se la dejó en las manos y se fue corriendo, avergonzado. El gesto la conmovió tanto que lo premió llevándolo un dia de paseo a Hyde Park y lo alentó a llevar algunas figuritas. Uno de los vendedores que exponían su mercancía en el parque le compró unas cuantas por varias libras, una cantidad de dinero que el niño jamás había tenido en los bolsillos. Eso por fin lo convenció de que su talento era valioso.

 En ese momento, Camila lo había pescado peleándose con uno de los más pequeños por culpa de una de sus figuritas. Sin embargo, su amenaza solo sirvió para que Henry la mirara con una sonrisa descarada.

 --No me tirará de las orejas. Es demasiado buena.

 Cierto, no lo haría. Porque tenia una herramienta mucho mejor: lo miró decepcionada.

 --Creia que estabas aprendiendo a compartir tus tallas con los que son menos afortunados que tú.

 --Este no es menos…                                                                                                            

 --Y que habias aceptado que es un gesto caritativo. Le recordó.

 Henry agachó la cabeza, pero le dio de mala gana la soldadita al otro niño, que salió corriendo en cuanto lo tuvo en la mano.

--Como la rompa, le parto el pescuezo. Murmuró Henry. Camila chasqueó la lengua.

--Creo que deberíamos trabajar un poquito en tus modales. La generosidad debería ablandarte el corazón, sobre todo porque no te costará trabajo reemplazar a la soldadita.

Henry la miró, horrorizado.

--¡Tardé cuatro horas en hacerla! Me dormí tarde y al día siguiente me quedé dormido en clase y me castigaron. Y él me la ha robado del baúl. En vez de enseñarme a mí a regalar el fruto de mi duro trabajo, a lo mejor debería enseñarle a él a no robar.

Camila gimió y extendió un brazo para evitar que el niño saliera corriendo, pero Henry era demasiado rápido. Y ella había sido demasiado dura con él. El hecho de que ella estuviera preocupada no justificaba su actitud. Se disculparía con él al dia siguiente, pero en ese momento debía volver a casa.

Sin embargo, Henry regresó cuando estaba en la puerta, atándose la capa. El niño la abrazó con fuerza por la cintura.

--¡No lo he dicho de verdad, no lo he dicho de verdad!. Exclamó con énfasis.

Ella le dio unas palmaditas en la cabeza.

--Lo sé y soy yo quien debe disculparse. Un regalo no es un regalo a menos que se dé libremente. Mañana le diré que te devuelva la soldadita.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora