Capítulo 35

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Cuando Camila salió de debajo de la manta, se dio cuenta de que el trineo se había detenido cerca de la puerta principal de la casa, tan cerca que tuvo que mirar a uno y otro lado para ver las dimensiones del edificio. Muy grande. La parte central tenía varios pisos, y a ambos lados se extendían dos alas. Solo había visto tres mansiones semejantes a esa de camino a la capital, el día que llegó al país.

Una de esas mansiones, situada en lo alto de las montañas al igual que la de los Jauregui, le llamó poderosamente la atención a Poppie, que le dijo:

—Hace mucho tiempo, los nobles que poseían la tierra intentaban impresionarse unos a otros

construyéndose casas cada vez más grandes, para lo que les añadían alas inservibles. Si el rey de la época no le hubiera puesto a fin al frívolo dispendio habrían continuado hasta un punto ridículo. Algunos afirman que el rey lo hizo por celos, ya que algunas mansiones eran más grandes que su palacio.

Camila sabía que las propiedades de los duques ingleses eran tan grandes como esas mansiones, pero las dimensiones de la mayoría de las mansiones campestres eran mucho más modestas. En Lubinia no parecía haber más que las cabañas de los plebeyos y las mansiones de los

nobles, al menos en el campo.

—¿La gente no se muestra resentida por este despliegue de riqueza? —le preguntó aquel día a Poppie.

—Por extraño que parezca, no. Se enorgullecen del tamaño de la mansión de su señor. Sé que mi familia lo hacía. El afán por competir suele contagiarse —concluyó Poppie con una carcajada.

Lauren se apeó del trineo y le tendió la mano. Camila pensó que solo intentaba ayudarla a bajar. Pero no, lo que hizo fue levantarla en brazos y llevarla así hasta la misma puerta. Gracias a su excelente comportamiento, no se le mojarían las botas ni se resbalaría en los escalones, que ya estaban cubiertos por varios centímetros de nieve recién caída. Lauren estampó varias veces los pies en el suelo antes de abrir la puerta y entrar.

Aunque tampoco entonces la dejó en el suelo. Cuando Camila levantó la cabeza para preguntárselo, Lauren inclinó la suya y la besó en los labios.

El beso la sorprendió, pese a la intimidad que habían compartido en el trineo, protegida por la manta y apoyada en su torso. Al final, resultó

que no estaba siendo tan caballerosa al evitar que pisara la nieve.

Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, sus intentos por resistirse fueron insignificantes, como poco. Y ni siquiera debería tratar de resistirse, ya que Lauren la abrazó con más fuerza y la besó con más pasión hasta que se pegó más a ella en vez de intentar alejarse. Seguro que la proximidad que habían compartido en el trineo la había afectado sin darse cuenta. ¿Por qué si no volvía a rendirse a sus besos?

—Habríamos encendido un buen fuego en ese trineo si no se hubiera puesto a nevar —le dijo de forma sensual contra los labios—. A lo mejor prefieres dejar que se te enfríe la nariz cuando retomemos el viaje o me comportaré como la bruta que me acusas de ser.

¿Pensaba hacerle el amor en un vehículo descubierto con el conductor al lado? ¿Tanto la excitaba? Si sus besos no la hubieran hecho entrar en calor, lo habrían conseguido sus palabras porque no creía que Lauren estuviera bromeando.

—¿Por fin vas a presentarnos a una mujer? —escuchó que preguntaba una voz desconocida, ronca y masculina—. ¿Cuándo es la boda?

Lauren rió entre dientes mientras dejaba a Camila en el suelo con cuidado.

—No avergüences a la dama —le dijo al hombre, que las miraba con interés—. La estoy escoltando. Hemos tenido problemas en el camino. Pasaremos la noche aquí si la ventisca no amaina.

¿Por qué le estaba dando tanta información?, se preguntó Camila. ¿Tal vez porque se sentía tan

avergonzada como ella de que la hubieran descubierto besándola aunque se tratara de un sirviente? A menos que ese hombre no fuera un sirviente.

Camila observó al hombre con atención. Tenía el pelo canoso, pero no había señales de calvicie. Lo llevaba largo, y recogido en parte en una coleta, aunque se le habían escapado algunos mechones que le otorgaban una apariencia desastrada. Sus ojos eran de color verde, identicos a los de Lauren  y su cara estaba surcada de arrugas. Era alto y robusto, y no caminaba encorvado. Y su atuendo era muy raro. En vez de una chaqueta sobre la camisa azul oscuro llevaba un chaleco blanco de pelo

que le llegaba al borde de las calzas, es decir, a las rodillas. No llevaba zapatos, caminaba en calcetines.

—¿Es que besas a todas las damas a las que escoltas? —preguntó el hombre.

Lauren se echó a reír.

—Solo a las guapas. Lady Camila, este es mi abuelo, Hendrik Jauregui.

Camila se preguntó si podrían arderle un poco más las mejillas por el bochorno que estaba sufriendo. Y así fue al cabo de un momento, cuando apareció una mujer de mediana edad por la puerta de la sala.

Hendrick dijo nada más verla:

—Mira quién ha venido, Clara. Y la he pescado besando a esta jovencita. Deberías decirle que se case con ella. A ti te hará caso. Si te dan un nieto pronto, nuestro Chris tendrá un compañero de juegos.

—Calla, Henry —dijo Clara—. Estás avergonzando a la pobre niña. Y Chris ya tiene un compañero de juegos. Tú. Me cuesta la misma vida quitártelo de los brazos. —Acto seguido, le tendió los brazos a Lauren—. Ven aquí.

Ella sonrió y se acercó para que la abrazara.

—Preséntate, madre, y encárgate de que lady Camila se ponga cómoda. Yo volveré en breve.

—¡Pero si acabas de llegar! —protestó Clara.

Camila se quedó sin palabras. ¿Lauren iba a dejarla a solas con su familia? También estaba a punto de protestar cuando la escuchó decirle a su madre:

—Les he disparado a unos hombres no muy lejos de aquí. Solo voy a asegurarme de que están muertos o si no, a traerlos aquí para interrogarlos mientras respiren.

—Después, se volvió hacia

Camila y le dio un toquecito en la barbilla mientras le decía—: Te dejo en buenas manos.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora