Capitulo 22

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Tarde pero seguro, espero les guste :***

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 Cuando Camila abrió los ojos, todavía adormilada, descubrió que la luz era tan brillante que resultaba dolorosa. ¡No quería despertarse todavía! ¿De dónde narices procedía la luz?, se preguntó.

Abrió los ojos del todo y no tardó en cubrírselos con una mano. No estaba soñando. La luz del dia entraba en su celda a través de las ventanas de la prisión porque habían quitado la cortina que cubría los barrotes.

--Buenos días, lady… Farmer.

Camila volvió la cabeza al escuchar la voz y jadeó al ver a Boris cerca de la cama, sonriéndole. Tras taparse hasta el cuello con la manta, le preguntó indignada:

--¿Qué haces aquí?

--Le he traído un delicioso desayuno—colocó la bandeja a los pies de la cama—También habría traído una mesa, de haber sabido que la suya estaba rota.

Camila se sonrojó. La mesa, a la que le faltaba una pata, yacía volcada en el suelo. No pensaba explicar los motivos. Y tampoco pensaba entregar la pata.

--Tengo la sensación de no haber dormido lo suficiente. ¿Qué hora es?

--Muy temprano. La capitana me pidió que buscara ropa para usted—empujó con un pie el saco que descansaba en el suelo y después levantó la mesa.

--Supongo que la mía todavía no está limpia, ¿no?

--Todavía no. La capitana vendrá pronto, así que tal vez le convenga vestirse rápido, ¿eh? ¡Y no se olvide de comer!—le gritó mientras se llevaba la mesa.

Camila se percató de que había dejado abierta la puerta de la celda. ¿Se le habría olvidado? ¿O habría entendido por fin Lauren que no pensaba irse a otro sitio hasta haber visto a su padre? El aviso de Boris de que la capitana no tardaría en visitarla la inquietó, de modo que salió de la cama y vació el saco de ropa.

Era evidente que la ropa era de mala calidad, áspera, pero cuando se puso la blusa también comprobó que el estilo era un tanto escandaloso. ¿Quién se pondría un escote tan indecente que prácticamente dejaba el pecho al aire? La liviana camisola era todavía peor, ya que apenas le cubría los pezones. En el saco no encontró nada que pudiera utilizar para cubrirse un poco, salvo una bufanda larga y rectangular que posiblemente fuera un ceñidor para la cintura, pero que ella se colocó al cuello.

Estaba desayunando cuando Lauren apareció por la puerta. Camila saltó de la cama al punto. La capitana llevaba un gabán largo, no era el abrigo del uniforme que le había visto la noche anterior. El paño del gabán que llevaba esa mañana no era tan bueno, y puesto que no se lo había abrochado, vio que tampoco llevaba uniforme, sino una camisa de lana y unos pantalones algo anchos para su figura, que desaparecían bajo la caña de unas botas de montar rematadas con un ancho ribete de pelo y su cabello lo llevaba recogido. ¿Por qué llevaba un atuendo tan informal?

--te veo muy colorida—le dijo, mirándola de arriba abajo.

Camila sabía que estaba tratando de contener la sonrisa. La verdad, no podía estar más de acuerdo con ella. Su ropa era muy colorida: una falda amarilla, una blusa blanca y una bufanda roja.

--Pero no podemos permitir eso—añadió la capitana.

“Gracias a Dios”, pensó ella hasta que la vio acercarse para quitarle la bufanda del cuello.

--¿¡Qué hace!?—levantó las manos para taparse lo que Lauren acababa de dejar al descubierto.

--Vamos a un sitio donde necesitas parecer auténtica, no disfrazada—Le colocó el ceñidor a la cintura y le dio varias vueltas antes de atárselo—Así, mucho mejor, pero te hace falta un abrigo. Se lo pediremos prestado a Franz, que es tan bajo como tú. Vamos.

Camila no se movió.

--¿Adónde vamos?

--Hoy debo asistir a una fiesta que se celebra en la zona montañosa del país. Un asunto oficial. Un mal momento, porque tampoco puedo quitarte la vista de encima. Así que cumpliré con ambas obligaciones llevándote conmigo.

--¡No puedo salir con esta ropa!

--Por supuesto que puedes. Iba a presentarte como mi doncella, pero cualquiera que te mire sabrá que no podría resistirme mucho a meter en mi cama a una perita en dulce como tú, así que…

Camila jadeó.

--¿¡No se atreverá a presentarme como su amante!?

--Solo será por hoy, Camila. Necesitamos encajar en el ambiente festivo, no aparecer como un par de aristócratas cuya presencia incomode al pueblo. Debemos aparentar que vamos a divertirnos, como todos los demás.

La idea de divertirse un poco le gustó, aunque no lo creía posible yendo con ella. De todas formas, dejó de protestar y siguió sus órdenes cuando le indicó con un gesto que saliera de la celda. Al menos, le darían un abrigo que cubriría el atuendo tan espantoso que llevaba.

Como por fin entendía el motivo de que la capitana hubiera elegido ropa que parecía de trabajadora, no pudo resistirse y le preguntó:

--Así que hoy solo va a interpretar el papel de bruta, ¿no?

La pregunta era sarcástica, pero Lauren la miró con una ceja enarcada y contestó:

--Si insistes…

Camila jadeó al sentir el guantazo que le dio en el trasero. ¡Por el amor de Dios! Más le valía que fuera la venganza a su comentario y no una muestra del comportamiento que iba a demostrar a lo largo del dia.

Un espeso manto de nieve había caído durante la noche. Al salir al patio, el reflejo del sol sobre la nieve estuvo a punto de cegarla. Un guardia le acercó a Lauren su caballo. La capitana la subió a la silla, y después procedió a montar tras ella. Tuvo que protegerse los ojos mientras avanzaban al paso, de modo que no vio al niño situado junto a la carreta del vendedor de empanadas de carne que la observaba con gran atención. Ni tampoco lo vio salir corriendo del patio en cuanto el caballo de la capitana traspaso la puerta.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora