Capítulo 50

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Trabajar con un asesino, aceptar la ayuda de Leonard Kastner, iba en contra de todo lo que Lauren creía. Tuvo que recordarse continuamente que Camila lo consideraba parte de su familia.

Sin embargo, la temeridad de Leonard le hizo gracia. Mucha. En el fondo, admiraba al hombre que

le había puesto un puñal en la garganta.

—¡Es él! —exclamó Leonard de repente.

Lauren tuvo que ponerse en pie para ver por encima del pescante del cochero, donde Leonard se había sentado a la postre para continuar el ascenso. Estaban cerca del cruce y del largo camino del Este por el que se accedía a muchas de las propiedades de los aristócratas, incluida la de sus propios padres. De hecho, le había dicho a Camika que la dejaría un momento con su familia

mientras Leo y ella iban a la propiedad donde se reunían los simpatizantes de los Mahone. Sin

embargo, vio al hombre en cuestión con sus propios ojos, ya que bajaba por el camino de la montaña. Y el hombre los vio a ellos.

—¿Puede reconocerlo? —le preguntó Lauren a Leonard.

—No, pero es posible que no quiera que nadie lo vea aquí arriba... ¡No le dispare! —ordenó Leonard cuando Lauren levantó el rifle.

El hombre se apartó del camino en busca de otra ruta, ya que no quería acercarse demasiado a ellos y que pudiera reconocerlo, de modo que se internó en el bosque.

—No voy a matarlo —dijo Lauren, apuntando con el rifle.

—Déjelo marchar. Que crea que ha conseguido lo que deseaba, que piense que no tiene nada de qué preocuparse.

—¿Le está dando menos importancia de lo que me ha hecho creer?

—No. Pero sé dónde encontrarlo. Puedo esperar en la fortaleza Mahone hasta que aparezca. Puedo entrar y salir a mi antojo. Si lo persigue ahora y consigue escapar, se esconderá y nunca sabremos quién le da las órdenes.

Lauren soltó un juramento, pero se volvió a sentar. En ese momento, se percató de que Camila la miraba con preocupación. Se inclinó hacia ella y le dio un fugaz beso en los labios. No muy satisfactorio para ninguna, pero solo quería tranquilizarla.

—No te preocupes —le dijo—. No iba a dejar que volvieran a dispararte.

Camila hizo ademán de llevarse una mano a los labios, pero se dio cuenta de lo que estaba haciendo y la metió debajo de la manta.

—No estaba preocupada. Pero parece que la razón por la que ibas a dejarme con tus padres acaba de poner rumbo a la ciudad, de modo que el peligro que me mencionaste ha desaparecido. Y creo saber a quién ha ido a visitar ese individuo.

—¿En serio?

—A tu amiguita, esa que cree que te vas a casar con ella.

Lauren se echó a reír por su forma de decirlo, pero le preguntó a Leonard:

—¿A qué distancia está la propiedad hasta la que siguió al secuaz de Mahone?

—No muy lejos.

—Tal vez tengas razón —le dijo Lauren a Camila.

—En ese caso, no vas a dejarme en casa de tus padres —insistió ella—. Quiero estar presente para ver cómo se retuerce mientras la interrogas.

Lauren no pudo disimular la sonrisa. Estaba segura de conocer el motivo a juzgar por su expresión furiosa, pero quería oírlo de sus labios.

—¿Por qué?

—El otro día en casa de tus padres fue grosera conmigo. Muy grosera.

—¿Crees que puedes sonsacarle información que yo sería incapaz de conseguir? Camila sonrió.

—No, solo quiero quedarme a ver el espectáculo. Sé de primera mano lo... bruta que puedes ser cuando te lo propones.

—Un comentario interesante —replicó ella, pensativa—. ¿Eso quiere decir que el comportamiento salvaje que aseguras que demuestro es un acto deliberado más que algo innato como has venido diciendo hasta ahora?

—No, yo... —El rubor se apoderó de su cara, que adquirió un bonito tono rosado—. Tal vez en ocasiones.

Se echó a reír al escucharla.

—Para que lo sepas, princesa, hacer que un prisionero se sienta indefenso es una táctica muy útil, y se puede conseguir muy deprisa desnudándolo por completo antes del interrogatorio. Evitar hacerlo contigo fue muy... difícil. Una bruta no se comportaría así, ¿no te parece?

Camila se quedó sin aliento antes de mirar hacia el pescante, donde Leonard estaba sentado de

espaldas a ellas, para asegurarse de que no les estaba prestando atención. Acto seguido, se inclinó hacia Lauren y le susurró:

—Calla. No es una conversación apropiada y mucho menos ahora.

—¿Por qué avergonzarse de lo que dos mujeres hacen juntas ni de lo que sienten la una por la otra?

—¡Estoy a punto de comprometerme con un hombre!

—¿De verdad crees que así vas a poder hacerme callar cuando ya has admitido que no lo deseas? Me alegra poder decir que ya no funciona.

—¡Ja! —replicó ella con toda la indignación de la que fue capaz—. Además, no estábamos hablando de la intimidad compartida por dos personas, sino de un interrogatorio humillante.

Lauren le acarició la mejilla con el dorso de los dedos.

—En tu caso, tengo que disentir. En tu caso solo quería cogerte en brazos y llevarte a la cama más próxima. Así que no debes sorprenderte si te digo lo mucho que disfruté de ese interrogatorio al tenerte en ropa interior. Lo disfruté tanto que esperaba poder repetirlo algún día.

El rubor se intensificó, pero no pudo evitar mirarla a los ojos el tiempo justo para confundirla.

Hasta que Camila se echó a reír, porque en ese momento Lauren supo que creía que estaba bromeando, y Camila incluso le siguió la broma:

—Tal vez podamos intercambiar los papeles la próxima vez.

Camila no hablaba en serio... ¿verdad?, se preguntó Lauren. No, por supuesto que no, pero su sonrisa era fascinante. Esa sugerencia tan interesante podía ser fruto de su deseo de verla de rodillas por haberla tratado de esa manera. Se recordó que, después de todo, Camila era una princesa, y que era muy consciente de ese hecho. Una princesa que pronto estaría comprometida con un hombre, un hombre que no la ama como ella pensó, asqueada.

La necesidad de conservarla a su lado no tenía nada que ver con el deber. El rey le había dejado claro que no podía volver a tocarla, y jamás se le habría ocurrido desobedecerlo si Camilaestuviera conforme con el matrimonio que le estaban concertando. De hecho, en un principio creyó que así sería, ya que Austin era guapo y simpático. Sin embargo, Camila se mostraba

contraria, y por ese motivo su rabia se había disipado en un abrir y cerrar de ojos.

Una vez que el peligro huyó montaña abajo, cedió al deseo de tenerla cerca y accedió a su petición de estar presente durante el interrogatorio. Si ese hombre estaba involucrado con Alexa, significaba que su padre, Everard Ferrer, no podría interferir, ya que Alexa nunca se habría

atrevido a meter a su amante en su propia cama si su padre estaba en casa.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora