Capítulo 3

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 Camila rara vez se ponía nerviosa. Tal vez se sentía un poco ansiosa cuando era el momento de que apareciera un nuevo tutor, pero nada comparable con lo que sentía mientras recorría el pasillo en dirección al despacho de Poppie. ¿Y si Poppie insistía en que se mantuviera en la senda de lady Annette le había preparado hacía dos años? Lady Annette había estado preparándola para su presentación en la alta sociedad, suponiendo que Camila querría hacer lo mismo que les estaban enseñando a todas las jovencitas de su edad. Camila había ansiado la sucesión de interminables fiestas y bailes en los que encontrar a futuros pretendientes… antes de descubrir lo gratificante que era abrir las mentes de los jóvenes a unas posibilidades con las que ni siquiera habían soñado. No se imaginaba renunciando a su trabajo en el orfanato.

Sin embargo, sabía que ambos mundo eran incompatibles.

--Vas a tener que renunciar a dar clases, que lo sepas. Le había advertido Annette hacía poco—Has pasado un año en el orfanato, es un gesto muy generoso de tu parte, pero eso no tiene cabida en tu futuro.

Y su amiga Harriet, la hermana menor de una buena amiga de Annette, también se había sumado a esa advertencia.

--No esperes que tu marido te permita ser tan generosa con tu tiempo. Querrá que te quedes en casa y críes a tus propios hijos.

Y ahí radicaba el dilema de Camila. Por esa razón se había decantado por Adam y deseaba que hubiera sido más claro con sus intenciones. No porque estuviera enamorada de él, sino porque apreciaba que Adam admirase su dedicación a los niños. Se lo había dicho en numerosas ocasiones. Adam no le prohibiría seguir dando clases si se convertía en su marido.

Apretó el paso de camino al despacho de Poppie. Henry la había ayudado a tomar esa decisión. Sí, estaba nerviosa, pero solo por la opinión de Poppie, no por la decisión que ya había tomado. Ojalá no le dijera que debía poner fin a sus visitas al orfanato dado que se aproximaba su presentación en sociedad y la temporada estaba a punto de comenzar. Ese era el tema que creía que Poppie había estado rumiando y que lo tenía tan preocupado.

El despacho de Poppie era una de sus estancias preferidas de la enorme mansión de tres plantas. Era acogedor, sobre todo en invierno, con el fuego encendido en la chimenea. También era muy luminosa porque la habitación hacía esquina y tenía dos hileras de ventanas, así como un papel claro en las paredes para contrastar con los muebles oscuros. Había pasado muchas noches en ese lugar, leyendo con Poppie, a veces en voz alta. O hablando sin más. Poppie siempre se interesaba por sus estudios.

Poppie no dijo nada cuando entró  en la estancia sin hacer ruido. No estaba sentado a su escritorio, sino en un sillón, cerca de la chimenea. Permaneció callado mientras ella ocupaba el sillón de enfrente. Cuando lo miró, Camila se dio cuenta de repente ¡de que estaba más nervioso que ella!

Jamás lo había visto así. ¿Cuándo se había asustado de algo su tabla de salvación?

Tenía las manos apretadas en su regazo. Camila no creía que fuera consciente siquiera. Además, no la miraba a la cara. Sus ojos azul oscuro estaban clavados en la alfombra. ¡Cuánta tensión! Tanto su cara como su pose. Por si fuera poco, tenía los dientes apretados. Seguramente quería aparentar que estaba sumido en sus pensamientos, pero no la engañaba.

Dado que lo quería muchísimo, se desentendió de sus propios miedos e intentó apaciguar los suyos usando el menor de sus problemas.

--Hay un caballero a quien me gustaría presentarte pronto para que le dieras el permiso para cortejarme. Así no sería necesaria la presentación en sociedad para la que me ha estado preparando Annette. Ya no sé qué más hacer, pero… Guardó silencio de golpe.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora