Capitulo 18

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 Cuando Camila entró en el gabinete, la estancia estaba vacía, aunque solo fue un momento.

--Si  te parece bien, puedo cortarle el bajo a la bata para que no arrastre por el suelo—escuchó que decía Lauren a su espalda.

Camila se volvió y la vio acercarse por el pasillo con sus botas en la mano. Sin embargo, se detuvo de repente para observarla con interés. Su camisa le cubría el cuello y el pecho, pero aún sentía el impulso de sujetarse bien la bata para que no se le abriera. La capitana sonrió de repente, como si estuviera al tanto de lo nerviosa que la ponía con una simple mirada.

Había salido de su dormitorio muy compuesta, aunque un poco enfadada y algo avergonzada por su aspecto. Sin embargo, después de ese lento escrutinio, sentía otra cosa. ¿Provocada por la atención de esa mujer? ¿Por la atracción que sentía por ella? De repente, se convirtió en la emoción más poderosa, ¡cuando ni siquiera debería existir!

--No será necesario- contesto con tirantez.

--¿Estas segura? Creo que no me importaría arrodillarme a tus pies… para hacerlo.

Seguro que le estaba viendo las piernas bajo la bata, estaba convencida, pero le prometió:

--Algún día se arrodillará a mis pies, a los de su princesa, y se arrepentirá de haberme tratado así.

La capitana se limitó a reír entre dientes mientras arrojaba las botas al sofá. Se había quitado el abrigo y la casaca. Se preguntó si eso significaba que estaba fuera de servicio. Su actitud no era la de la mujer que le había cerrado la puerta de la celda en las narices. Sería agradable que pudieran volver a empezar, pero no lo creía posible.

Pero por si acaso, decidió confesar:

--Llevo una pistola avispero en el ridículo, por si no la ha encontrado todavía.

--La tengo.

Su rama de olivo no había servido mucho. Resistió el impulso de mirar en el ridículo para comprobar si también le había quitado el dinero, y se acercó al sofá para ponerse las botas. Descubrió que sus medias estaban dentro. Se las había quitado antes de que se empaparan de sudor, de modo que le dio la espalda a la capitana para ponérselas. ¡Por Dios! La cosa empeoraba por momentos. ¡Ponerse unas botas con una bata para dormir! ¡Vaya aspecto más ridículo el suyo!

Un tanto abatida, se enderezó y descubrió a Lauren sentada a la mesa del comedor. La vio indicarle con una mano que se sentara en la silla más cercana a la suya. El elegante gesto le pareció fuera de lugar dadas las circunstancias, pero no eran ni mucho menos galantes.

Antes de acercarse a la mesa, apareció Boris con dos cuencos de sopa… y un ojo morado. Se preguntó si la causa del estruendo que había escuchado había sido un tropiezo.

Boris la miró con expresión avergonzada y después hincó una rodilla en el suelo sin derramar, milagrosamente, ni una sola gota de sopa.

--Señora, le juro que me preocupaba que no entrara usted en calor ni siquiera con el brasero. Esa estancia está fría incluso en verano.

--La señora no necesita escuchar lo imbécil que eres—masculló Lauren.

No, no lo necesitaba. Pero podía utilizar los remordimientos del hombre a su favor

--Puede enmendar su error llevando mi ropa a una lavandera—le sugirió.

--Yo mismo la lavaré.

--No, una mujer…

--¡Será un honor!

Camila claudicó y se limitó a asentir con la cabeza. Sin embargo, en cuanto Boris dejó los cuencos en la mesa y se marchó, le dijo a la capitana:

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora