Amy no recordaba lo que había pasado en los últimos días. Había estado con una fiebre terrible y pesadillas de las que no podía despertar sola, sin importar que tan horribles fueran, sin Daniel a su lado para despertarla era un completo horror.
No permanecía mucho tiempo despierta, pero cuando lo estaba se sentía tan mal que volvía a dormirse, más bien, desmayarse.
Ella sabía que los hermanos silenciosos estaban ahí, solo uno que no parecía dejar el instituto, con el solo propósito de mejorar su estado.
Un día cuando había estado consciente, Daniel le explicó que le estaban aplicando runas de alimentación. Recordaba perfectamente que ya las había usado antes. Debía de admitir que eran millones de veces mejores que el suero, se sentía más... Viva. No como había estado los últimos meses, sufriendo por su falta de alimentación.
Amy despertó esa mañana mirando al techo, hasta había extrañado eso. No había visto casi nada del instituto, solo el camino hasta la enfermería mientras estaba consciente, porque apenas si se recostó en la cama se sintió tan mal, tan débil al grado de llegar a la inconsciencia.
Ese día se encontraba débil, pero mejor que otras veces. Eso la alegraba, incluso aunque siguiera sin comer absolutamente nada, se sentía bien. Tal vez era el hecho de que Daniel estaba ahí, que apenas si despertaba y Daniel ya se encontraba a su lado, a veces él se acostaba a su lado y le susurraba las cosas más hermosas mientras la abrazaba con cuidado, proporcionándole no sólo cariño, sino también calor.
Ella miró en dirección a la puerta, esta estaba cerrada para impedir que el viento entrara y la congelará de pies a cabeza, como siempre le pasaba. Agradecía a quien fuera que hubiese cerrado la puerta. Miró al otro lado y se encontró a un cómodo y tierno Daniel dormido en una silla al lado de su cama.
Estaba tan dormido que el corazón de Amy se retorció de ternura. Incluso aunque el rubio chico no tenía nada de tierno, Amy pensaba que él era un pequeño niño rubio, durmiendo con toda calma.
¿Cómo planeaba no enamorarme de él? se preguntó con una pequeña sonrisa.
Amy se sentó con calma en la cama y se miró los brazos, tenía bastantes más runas de las que había tenido en Saint Salazar, los pocos irazte que había tenido desaparecieron en el transcurso del año y las pocas otras que eran permanentes seguían ahí, pero eran como dos o tres.
Emilia Elizabeth Swanwright.
Escuchó una voz relajada, grave. Ella miró en dirección de nuevo a la puerta, esta estaba abierta y un hombre bajo un fantasmal hábito color pergamino estaba ahí. Amy no pudo verle el rostro ya que estaba viendo en dirección al suelo.
Ah pasado mucho tiempo desde la última vez que veía a una chica Swanwright.
–Déjame adivino–dijo, se iba a levantar de la cama, pero se sintió tan débil que decidió esperar un poco–. ¿Mi madre?
Preguntó, su voz más grosera de lo que había planeado.
Había estado tan enfadada con su padre y con Ray que se olvidó de lo molesta que se había sentido con respecto a su madre y sus mentiras. La extrañaba tanto que todo lo malo que hizo simplemente desapareció, probablemente no por completo, pero en ese momento Amy no sentía más que dolor al pensar en ella. La extrañaba mucho.
Tú madre es una buena persona, Emilia.
Amy no dijo nada, más bien no tuvo tiempo ya que unas grandes manos envolvieron sus hombros y Daniel ya se encontraba sentándose en la cama, justo a su lado, envolviéndola en un reconfortante y cálido abrazo. Algo que el suéter y los pantalones gruesos no pudieron proporcionarle.
–Swan, él es el hermano Balthazar.
Él hermano silencioso levantó la cabeza, los ojos los tenía cocidos al igual que la boca, se quitó la capucha con runas color sangre en los bordes para revelar una cabeza calva y brillante. Si Amy no hubiese vito cosas aterradoras en su vida sin duda que ya hubiera estado asustada, pero no lo estaba en lo absoluto, le parecía más tétrico que personas muertas le hablaran o se le aparecieran. Sin duda era lago que jamás había visto, también era impresionante, su piel se erizó.
–Me presentaría, pero ya sabes mi nombre.
Daniel le tomó la mano, ella le dirigió una mirada y se sonrojó levantando un poco las comisuras de los labios. Se dirigió al hermano silencioso, pero él no dijo nada, Amy se preguntó si de alguna manera los estaba viendo. Amy carraspeó y estrujó la mano de Daniel, impresionándose de que los dedos no le dolieran. Ese era uno de los muchos cambios que había sentido por las runas.
Amy no sabía mucho de hermanos silenciosos, solo lo esencial. Que la mayoría eran antiguos, que perdían su humanidad, también que eran necesarios en ciertas ceremonias, en nacimientos y en la muerte de los nefilim. Pero lo que le interesaba en ese momento a Amy era saber por cuanto tiempo estaría así, eran buenos enfermeros, tal vez podía explicarle lo mal que estaba o lo bien que empezaba a ponerse.
–¿Sabes por qué no puedo comer?–le preguntó Amy a la silenciosa figura.
Daniel se tensó, pudo no solo sentirlo, sino también verlo de reojo. Estaba pálido y serio. Amy no le había dicho nada al respecto, no se sentía cómoda hablando de su pérdida de peso con nadie, ni siquiera con Daniel, era una nueva inseguridad y no quería que así fuera y Daniel lo supiera. De por si Amy ya sabía que el chico se sentía culpable.
El término mundano es depresión. Es por culpa de sentimientos de tristeza, perdida, ira o frustración. Supongo que eso se conecta con la perdida de tu madre, tu relación con tu padre y perdida de amigos.
El corazón de Amy se detuvo cuando el hermano silencioso respondió a su pregunta. Sabía que era porque no se encontraba bien, pero pudo haber pensado que eran otras cosas, los medicamentos o algo más, pero nunca depresión, no a tal grado.
Sabía que los hermanos silenciosos pedían buscar en su cabeza y averiguar cosas, pero le hubiera gustado que le hubieran preguntado antes de hacerlo. Se sentía vacía, como si acabaran de drenarla de vida. No era algo desconocido, se había sentido así todos los días en Saint Salazar.
Amy dirigió una rápida mirada a Daniel, estaba paralizado, sentado a su lado, su fuerte brazo alrededor de la cintura de Amy, pero él no la estaba viendo a ella, sino al hermano Balthazar.
¿Le estará preguntando algo más? Pensó, parpadeó unas cuantas veces hasta que las lágrimas que quemaban sus ojos empezaron a desaparecer. No quería llorar frente a Daniel o al hermano Balthazar, no quería que supieran que le afectaba estar así, por más obvio que fuera, no dejó que esa horrible sensación se notara.
Miró en otra dirección, notando por primera vez que Meg estaba recostada en la cama de al lado, la silla en la que Daniel había estado, estaba cerca de esta, Amy se preguntó si él también había estado protegiendo a su amiga.
–Mi amiga... ¿Meg, está bien?
Preguntó, supuso que él sabía el nombre de Meg, si sabía el nombre completo de Amy, ¿por qué no saber el de su amiga?
Está bien, aunque está cansada y un poco afectada por los medicamentos mundanos que consumió por años, Abigail se encuentra bien.
–¿Abigail?
Preguntó Amy, tragó con fuerza. Sintió el calor abandonar su cuerpo, el estómago contraerse.
Su nombre es Abigail Thaliza Olwscar. Es una cazadora de sombras.
El corazón de Amy se detuvo. No hizo nada más que voltear a ver a su amiga. La chica estaba completamente dormida, tenía una sonrisa diabólica en los labios, como si fuera una niña pequeña que le acababa de hacer una travesura a su madre.
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Cazadores de Sombras: Ciudad de Consecuencias
أدب الهواةAmy Swan se encuentra encerrada en un hospital psiquiátrico y para salir de este tendrá que tomar algunas decisiones difíciles que podrían terminar con su vida. A medida que la historia avanza, Daniel se tiene que enfrentar a la traición de su parab...