Capítulo Diecisiete.

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Llegó a Worcester Hall cuando el cielo aún no amanecía del todo. Después de conversar a la intemperie con David por horas, donde él se encargó de tranquilizarla, decidió volver a hablar con su hermano. Quería escuchar sus motivos, quería desesperadamente encontrar la mínima oportunidad para que cada vez que lo observara, pudiera ver en él un hombre en el cuál confiar.

Gabrielle sentía que habían pasado años desde que los conflictos en su vida comenzaron, creyó que el resto de su tiempo en este mundo no sería suficiente para soportar la carga de llevar la maldición de los Whitemore. Ser una persona presa del poder, quizá después de todo era demasiado débil para pretender enfrentar a quienes gobernaban el mundo; los hombres. Deseo ser igual de impulsiva y violenta que David. Igual de calculadora y fría que su hermano Benjamin... o en el mejor de los casos, ser cruelmente manipuladora como William. De cualquier manera, llegó a la conclusión de que siendo ella misma también podría superarlos, había cientos de viudas que conquistan el mundo una vez siendo libres.

Al final decidió dejar el beneficio de la duda a consideración del tiempo. Ella no era Dios para juzgar o condenar al joven marqués por sus pecados. Después de todo, ella hizo la promesa interna de luchar por mantener su postura fuerte, tenía que recordar que, si bien ganó una batalla, la guerra contra el duque aún estaba en desarrollo. Su hermano prometió ayudarla a ponerle un alto a ese hombre engreído y no sería por su tonto sentimentalismo moral que ella o Isabella sufrieran.

Ambos hombres se quedaron discutiendo los términos de la "tarea" de Benjamin. Sería su completa obligación buscar, proteger y traer a Elisa y su pequeño hermano hasta la presencia del señor Holland. Aún sentía la tensión y el odio por parte de David hacia él, pero era algo con lo que ya no podía lidiar. Al menos no la odiaba a ella o a sus hermanas, sería difícil tratar de ser enemiga con el hombre que la atraía más que cualquier otro.

Al llegar a casa, los sirvientes estaban activos ya. Seguramente preparando el desayuno. Sin detenerse o distraerse, se encaminó directamente hasta su habitación para ordenar un baño y cambiarse de ropa, la actual tenía diminutos manchones de sangre. Al observar su cama, una figura delgada surgió de entre las sábanas.

—¿Gabrielle? —preguntó Isabella somnolienta.

Se estiró y dejó escapar un bostezo. Gabrielle se acercó sonriendo hasta ella.

—¿Qué haces aquí? —le cuestionó tiernamente.

—Ayer me quedé preocupada, quise esperarte aquí por si llegabas a dormir —dijo ella incorporándose—. ¿Estás bien? Luces un poco... ¿Por qué hay sangre en tu vestido?

—Descuida no es nada importante, tuve una noche para nada satisfactoria —Empezó a quitar todas las pinzas de su peinado y suspiro al sentirlo suelto.

Pero ella no quedó del todo comerme con esa respuesta. Abandonó la cama para acercarse a la figura compungida de la mujer que veía como a una madre, a Isabella se le encogió el corazón cuando vio las facciones abatidas de su rostro. Gabrielle pensaba que podía ocultar de ella todo el mal que habitaba en este mundo, pero su poco tiempo interactuando con la sociedad le ayudó a ver las cosas de una nueva perspectiva.

No había príncipes azules.

No había valientes heroínas que siempre obtenían lo que deseaban.

Tampoco había amor a primera vista.

Sabía ahora que Gabrielle estaba pasando por algún problema y su primo era la raíz de todo su disgusto. Ella observaba como después de su baile de presentación lo evadía o en las comidas ni siquiera se dirigían palabras. Gabrielle siempre estaba tensa cuando el duque se encontraba cerca, algo no estaba bien entre ellos dos y después de enterarse que mentía, solo podía pensar en algo demasiado grave. Quizá pensará que al ser tan joven no comprendería algún tipo de discrepancia entre el nuevo duque y ella, pero jamás pondría a ese hombre por encima de su madre.

Razones para amarte W1 [𝐄𝐝𝐢𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora