Capítulo Cuarenta Y Ocho.

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Una extraña pero agradable opresión le cubría el pecho con una pasmosa insistencia. Detrás de él un ruidoso coro de gritos eufóricos corrían de un lado a otro con los últimos arreglos de decoración directo a la sala de baile del hotel que había permanecido cerrada por años, ahora que había sido abierta de nueva cuenta, atrajo la atención de todos los alojados.

Miró desde la tranquilidad de primer piso como los sirvientes enfundados en sus mejores uniformes pasaban con los vinos y aperitivos al comedor común para la cena de los huéspedes, debía mantenerlos entretenidos para que no metieran las narices en su celebración. Había decidido privatizar el lado oeste solo para llevar a cabo la recepción después de la boda. No sería mucho el espacio requerido pues la cantidad de invitados no era exuberante, algo que agradeció pues entre menos invitados, más rápido podría despedirse y largarse con su mujer a donde nadie pudiera molestarlos.

Sonrió al imaginarse a Gabrielle, con el cabello dorado reluciente y esos ojos que una vez creyó fríos mirarlo solamente a él, después de hoy ella sería su esposa por fin; y nada le daba más satisfacción que saberla suya al completo, tener su amor, su alma, su pasión y su cuerpo.

Era una sensación casi perfecta el hecho de verse tan unido a una persona, David jamás fue un hombre que negara sus emociones o se avergonzara al demostrar su afecto por las personas que amaba. A él le parecía absurdo desperdiciar su energía fungiendo que no le importaba o le afectaba el bienestar de los otros.

Quizá ese fue uno de los más grandes defectos que Carland siempre trató de borrar en él. La empatía, esa misma que te lleva a pensar dos veces de actuar e instigar dudas en el corazón. Nunca fue capaz de entregarse por completo a la vida que tuvo al ser un muchacho y agradeció a Dios por ello.

Era reconfortante saber que no importa cuánto sufrimiento o cuántas pruebas tengas que atravesar a lo largo de tu camino, siempre habrá algo bueno esperándote al final.

Se inclinó un poco sobre la madera del balaustre y recorrió con la vista la inmensidad del recibidor, ahora decorado con montones de flores en tonos cremosos. Él habría querido llevar la recepción en un lugar más privado, quizá Aberdeen o alguna de sus propias casas a las afueras de la ciudad, sin embargo, la idea de realizar los preparativos en el hotel fue de Gabrielle y a él le constaba demasiado decir no a las mujeres de su vida, incluso Phoebe sabía cómo sacar provecho de aquello. Suspiró sintiendo una combinación de irritación y deleite, en el fondo estaba feliz por iniciar la tarea de complacerlas a las dos... Y

Y ahora también apoyar a su hermano.

Uno que por cierto se había perdido desde la noche anterior. Según las doncellas, la cama ni se había usado, lo que quiere decir que no pasó la noche en el hotel.

La agitada presencia de George Millard lo sacó de sus preocupaciones cuando lo imitó en su posición junto al respaldo de las escaleras. El pobre hombre parecía tan cansado como sólo un viejo de generaciones podría estarlo, se sintió un poco culpable pues sabía cuán tedioso era dedicarle tanto tiempo a un negocio tan demandante como lo era el hotel, pero ya había tomado cartas en el asunto. Durante tres meses el Birminghton sería manejado por sus socios, él se dedicaría plenamente a su familia y le daría por fin un merecido receso de sus obligaciones tanto a él como a George. Algo que no fue tomado de la mejor manera por el asistente.

—Me parece un poco chocante la idea de celebrar mi boda en mi propio hotel —Miró a su compañero con burla—. ¿Crees que debería mandar al diablo la fiesta e irme directamente con mis esposa a donde nadie moleste?

Una sombra tenebrosa cruzó las facciones del siempre afable muchacho y negó suavemente con la cabeza.

—¿Después de todo el trabajo que hemos hecho? Las desveladas, el estrés, la presión y el esfuerzo. Olvídelo, yo mismo iría por usted para traerlo a rastras si es preciso.

Razones para amarte W1 [𝐄𝐝𝐢𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora