Razones para amarte W1 [𝐄𝐝𝐢𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨]

Capítulo Cuarenta Y Tres.

Sus párpados comenzaron a abrirse de forma lenta y pasmosa. Estaba por completo desorientada, con un dolor monstruoso en la cabeza que le impedía ver sus alrededores con claridad. Llevó una de sus manos a su frente para después sentir el flujo seco de la sangre en ella, arrastró sus dedos hasta la parte lateral de su cabeza y la alejó de inmediato cuando tocó la herida que le había causado daño.

Estaba asustada, no reconocía el lugar en dónde se encontraba y le dolía todo el cuerpo. En un vano propósito de identificar el lugar en donde estaba, forzó la vista entre la nebulosa oscuridad que acaparaba el espacio. Se encontraba en una habitación infantil, una muy vieja por lo que dedujo pues varios muebles se hallaban cubiertos con sábanas blancas y una pesada capa de polvo cubría las superficies. Las ventanas estaban tapadas también, pero la falta de luz le indico que ya era muy tarde, la noche o madrugada quizás.

Cerró los ojos para recordar un momento como había llegado ahí, entonces las imágenes comenzaron a llevar a su mente abruptamente y sin orden específico.

Una mano acallando sus gritos y después el rostro diabólico de Edicson mirándola de manera triunfante, y luego, oscuridad.
Una oleada de escalofríos le recorrieron la espalda a la vez que su confusión era reemplazada con el claro síntoma del pánico.

Mantuvo sus preocupaciones lo más bajo control que pudo, no era el momento indicado para tener uno de sus derrumbes emocionales. Era imprescindible que comenzara a buscar una manera de salir de este agujero antes de que alguien regresara. Volvió a hacer el intento de ponerse en pie y esta vez lo consiguió con mucho esfuerzo, aguantó el dolor de su brazo sujetándolo con firmeza por el hombro, dejó escapar una quejas suaves, pero evitó gritar para no alertar a nadie en caso de que estuvieran cerca.

Se acercó a una de las ventanas y empujó las cortinas a un lado, solo para ver tablones de madera obstruyendo los cristales. No estaban colocados de forma concisa así que entre los pequeños espacios de separación observó hacia afuera. Era muy de noche, no había luna pues la luz era mínima, al fondo todo se volvía aún más difuso por la negrura. Se alejó para mirar todo el cuarto y casi le dio un infarto al ver la sombra de otro bulto cerca de la cama.

—¿Hola? —cuestionó sin obtener respuesta.

Miró sus pies, le dolían mucho, tenía muchos arañazos a lo largo de todas sus pantorrillas, pero eran demasiado delgados y cortos para ser de uñas, supuso que eran ramas lo que la lastimó. Su vestido ya estaba roto de los holanes así que no le importó rasgar otro pedazo para ponérselo sobre la cabeza que aún seguía sangrando de forma leve.

Echó nuevamente una mirada al bulto y tanteó que tan peligroso sería acercarse a comprobar. Maldiciendo su estupidez, se acercó muy lento.

­—Hola —repitió, pero nuevamente no obtuvo contestación.

Estuvo a punto de hacer de eso algo ajeno de sus preocupaciones, sin embargo, escuchó algo que hizo que su corazón se detuviera.

—Monisha...

—¡Oh, Dios! —Caminó rápidamente hasta el cuerpo.

Con horror vio que, en efecto, se trataba de Jonathan. Tenía el rostro irreconocible, henchido y lleno de sangre que seguía emanando de sus golpes. Uno de sus ojos estaba cerrado por la inflamación y tenía varios cortes en el pecho. Gabrielle se llevó una mano a los labios, impresionada y horrorizada.

­—¿Qué te han hecho?, Oh, mi Dios —Se quitó la tela que había usado para su cabeza y la colocó sobre las heridas en su pecho—. Todo ésto es mi culpa, es mi culpa.

—Se dieron... cuenta... —Él se quejó cuando intentó moverse—. ¿Está... casa... el chico?

—Si, él está a salvo gracias a ti, Jonathan, está vivo gracias a ti.