Capítulo Uno.

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Un año después.

Un sudor frío la bañaba aun estando recostada entre las tibias sábanas de su cama. Estaba dormida, pero se sentía tan despierta y atormentada como lo estuvo las noches siguientes después del asesinato de su esposo. Su respiración aumentó y de su boca escapaban palabras incoherentes mientras se movía desesperada entre la neblina de su desasosiego. Era una sensación de abrumo tan intensa a la que el murmullo frágil de las pesadillas la condenó.

—Ayuda...

Vio la figura del ladrón disparar al duque, uno de los hombres más conocidos dentro del círculo de la nobleza. Él cayó tan fácil como lo haría un niño sometido por la fuerza de algo más allá de su control. Se recreó en la sangre que se esparció como un abanico de roja seda a través de los rayos difusos de la tormenta y sintió sus manos tan manchadas como las del asesino.

Un temblor, un grito y la paralizante sensación de incompetencia.

Después vino lo que temió, el ladrón cambió la dirección de su arma apuntándole fijamente, sintió el pánico en su alma, la oscura estancia comenzó a cernirse sobre ellos dando sólo un diminuto escenario.

Sucedió, disparo su arma y el crudo impacto de la bala logró que ella despertara.

—¡Por favor, no! —gritó desesperada a la nada.

Se sentó de golpe mirando sin realmente hacerlo sus alrededores, con la cabeza aún sumida en ese mal sueño. Tragó saliva sintiéndose desconcertada e incómoda en medio de su cama. Ahí no había nadie.
Todo había sido su maldita cabeza solamente, su mente y la culpa seguían atormentándola sin dar tregua a su maltrecha serenidad.

Con pericia salió de entre los dosales para encaminarse hacia el balcón de la habitación. Por un instante todo le pareció desconocido en aquella estancia, pero recordó al segundo que después de la tragedia que sacudió Worcester Hall ella se cambió para el ala más alejada de la casa tomando una habitación al azar, sin importarle tamaño o confort. La casa en sí era ya el principal alimento de sus malsanas alucinaciones, no quería ni deseaba que más recuerdos la consumieran.

La muerte de Albert había alimentado los más oscuros rumores en las salas de baile. Gabrielle estaba segura de que todavía era popular hablar de ello puesto que el responsable jamás fue encontrado. Y esa fue una de las razones por las que se recluía de manera obsesiva del ojo público, no soportaba sus miradas inquisidoras.

Según los detectives enviados por el cuerpo de policía encargados del caso, fue como si se hubiese desvanecido en el aire. No dejó rastro o pista alguna, sin duda se trataba de un profesional.

Se sobresaltó ligeramente cuando escuchó que llamaban a la puerta.

—¿Mi lady? —Eran las doncellas.

Gabrielle suspiró viendo por la ventana los primeros rayos matutinos pintar en cielo de ese singular tono dorado que a ella tanto le encantaba. Si la noche anterior hubiese sido una tranquila, seguramente habría visto todas las maravillas de aquel día.

—Adelante.

Cuando ambas muchachas entraron, no se sorprendieron en lo absoluto de verla ya levantada. Para ellas ya era normal ver a su señora vagando como alma en pena por la habitación mucho antes de que el sol apareciera en el cielo.

—Hoy es un día muy especial, lady Worcester —dijo una de ellas.

Ella ni siquiera las escuchaba. Estaba más concentrada en revivir su pesadilla de hace casi un año. Gabrielle estaba segura de que ese hombre le era conocido, su voz se coló en las más profundas partes de su mente y se instaló ahí para siempre. Además de que sabía acerca de la fecha próxima de su aniversario de vida.
Para Gabrielle, esa noche fue algo personal. No creía para nada en las declaraciones finales y apresuradas de esos policías.

Razones para amarte W1 [𝐄𝐝𝐢𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora