A pesar de que estaba cansado no pude dormir, no pude cerrar ojo. Sin embargo, Cassandra yacía dormida entre mis brazos. Sentía algo extraño en mí, una sensación abrumadora entre lo desconocido y agradable. Estar así con Cassandra más allá de compartir en lo sexual me agradaba, era más íntimo de alguna manera. Eso me hizo pensar en lo mal que había tratado a ciertas mujeres, era un idiota, un hombre sin corazón. Pero me fui dando cuenta de que Cassandra logró cambiar ciertas cosas de mí, aún no sabía el por qué, solo sabía que con ella no me nacía ser un idiota más. Ya no tenía la misma paz que tenía antes de conocerla. No quería cometer los mismos errores con ella. Por primera vez que quería que una mujer viera más allá de cómo era en la cama. La sentí removerse inquieta murmurando palabras poco entendibles. Me di cuenta entonces que estaba teniendo otra pesadilla.
—Mamá...Hanna...—murmuró esta vez más claro. Fruncí el ceño tratando de despertarla ¿Se trataba de la misma pesadilla? —. No...Hanna ¡No! ¡Mamá, no!
—¡Cassandra! —La removí con mis manos más fuerte. Abrió los ojos asustada con la respiración agitada. Vi sus ojos humedecerse pero los cerró y escondió su rostro de mí —. Solo ha sido una pesadilla.
La estreché entre mis brazos pero no me correspondió.
–Necesito caminar —se separó de mí con lentitud, levantándose de la cama, se puso su vestido y abandonó la habitación.
Quería seguirla, pero sabía que no ayudaría en nada, solo la cabrearía y la incomodaría. Me senté en la cama llevándome las manos al rostro, luego desordené mi cabello con frustración. En esta pesadilla había dicho un nombre, Hanna...Retumbaba en mi cabeza como disco rayado. Ese nombre lo había escuchado antes, estaba seguro que sí. Lo que más me inquietaba de todo eso era su tono, lo decía con desesperación, con tanta pena que me hacía preguntarme qué cosas había vivido ella para ser de esa manera tan lejana, apartada y sobre todo reservada.
Salí de la habitación a la sala de estar, no estaba allí, estaba parada fuera de la casa cerca del agua mientras se abrazaba a sí misma. Salí de la casa acercándome a ella. Me quedé parado detrás unos minutos, luego me acerqué más, pasé mis brazos por su abdomen, abrazándola por la espalda. Apoyó su cabeza en mi hombro sin decir ninguna palabra. No iba a preguntarle nada, sabía que no quería que lo hiciera, y si llegaba a hacer algún comentario terminaría arruinándolo. No debía romper las reglas de Cassandra, pero sí una parte de mí esperaba que ella lo hiciera, claramente por su cuenta.
Se separó de mí nuevamente pero esta vez me dio la cara. No vi absolutamente nada de lo que había minutos atrás después de la pesadilla. Puso ambas manos en mis mejillas, acercando su rostro mirando mis labios. Mi mirada bajó hasta los suyos, rosados y entreabiertos, apetitosos. Nuestros labios se juntaron en un tierno beso que ella manejaba. La atraje más hacia mí tomándola de la cintura.
— ¿Alguna vez los has hecho en la playa? —le pregunté con media sonrisa. Me dedicó una sonrisa coqueta mordiéndose el labio inferior negando con la cabeza. Se agarró el vestido y se lo quitó bajo mi mirada, No habían casas cercas ni luces cerca de la playa, pues era un terreno apartado. Dejó caer su vestido a la arena, la miré lascivo y la sonrisa no abandonaba mi rostro. Me saqué la blusa y la dejé caer junto a su vestido, se fue uniendo lo demás.
La recosté encima de la ropa sin dejar de mirar sus hermosos ojos. Tenían un brillo peculiar que me dejaba fascinado y con ganas de mirarlos toda la vida. Ahí debajo de mí, se le veía vulnerable y distinta. Quería parar el tiempo justo en lo que veían mis ojos en aquel momento.
No quería tener más pensamientos parecidos, pues me hacían pensar en algo que aún no estaba preparado para aceptar.
Besé sus labios lento y apasionado. Sentí el roce de sus dedos en mi espalda en un vaivén que me hacía sentir muy bien y excitado. Me hundí en ella de manera rápida y dura, abrió la boca y dejó salir un gemido. Una melodía se iba formando cada vez que chocaba en su interior. Salía de manera lenta y volvía a entrar de manera dura, quería disfrutarla, quería sentirle bien, me estaba tomando mi tiempo. Deseé que lo que sentía en aquel momento lo sintiera siempre.
—Oh, Adrien... —Jadeó abrazándose a mí y escondiendo su cara en mi cuello.
—No te escondas, quiero verte —murmuré en su oído entonces volvió a recostarse en la arena cerrando los ojos —. Quiero que me mires cuando te corras.
Asintió con la cabeza mordiéndose el labio. No quería que se hiciese daño así que lo liberé con los míos. Aproveché para invadir su boca con mi legua encontrándome con la suya. Sentí su cuerpo tensarse y sus manos se pegaron a mi espalda, se separó de mí para mirarme a los ojos.
Se vino gimiendo mi nombre y yo el suyo.
Me dejé caer encima de ella pero me sostuve bien para no aplastarla. Su mano derecha subía y bajaba por mi espalda. Las yemas de sus dedos me hacían cosquillas de lo suave que eran. Nos quedamos un rato así, hasta que el cansancio se hizo presente en mí nuevamente. Debían ser alrededor de las once de la noche, pues, llegamos a las siete a la casa y de ahí Cassandra durmió tres horas seguidas antes de tener aquella pesadilla.
—Vamos a bañarnos —me levanté primero y luego la ayudé a pararse. Tomé la ropa con la mano izquierda mientras tanto la derecha la entrelacé con la suya para entrar a la casa nuevamente.
—Iré a preparar la bañera —le dije depositando un beso en su coronilla para perderme por el pasillo. Dejé la ropa en el canasto y prendí la llave de la bañera, primero comprobé que salía agua caliente. Aunque el clima estaba fresco, no quería agua helada, quería relajarme más. Cassandra se apoyó en el marco de la puerta mirándome. Estaba completamente desnuda al igual que yo. Le sonreí y me correspondió la sonrisa. No sabía cómo sacar alguna conversación casual con ella puesto que las reglas estaban ahí, retumbando en mi cabeza.
Cuando la bañera estuvo lista me metí seguido de Cassandra quien se sentó frente a mí, su cabello caía por sus hombros, sus mejillas estaban rosadas y su mirada estaba puesta en sus manos debajo del agua. Parecía una niña así. Me fijé en sus brazos, jamás la había mirado con detalle como para darme cuenta de sus cicatrices, eran finas líneas a varios lados por ambos brazos. Le tomé un brazo con mis manos para mirarlo con más detalle, quería saber qué le había pasado, sí, pero estaba más que seguro que no obtendría respuesta alguna. Sin embargo quería que ella supiera que podía confiar en mí contar conmigo. Por lo cual deposité varios besos en todo brazo para luego mirarla. Me miraba con extrañeza y con algo más que no supe descifrar.
Luego de enjabonarnos, nos secamos y fuimos a dormir. Cassandra se giró y la abracé por la espalda. El aroma de su cabello inundaba mis fosas nasales hasta que me dormí.
Cuando abrí los ojos estábamos en la misma posición. No quería separarme de ella pero caí en cuenta de que no había comida y debía ir a comprar. No quise despertarla por lo cual me levanté en silencio, me di una ducha corta, me vestí para escribirle una nota por si se despertaba antes de que yo regresara. Conduje al supermercado escuchando música, Camilo Sesto como le gustaba a mi padre sonaba en la emisora y me iba tarareando jamás.
Compré comida para todo el fin de semana. Conduciendo de camino a la casa paré en una tienda de bombones para comprarle uno a Cassandra, luego manejé sin hacer ninguna otra parada. Cuando llegué dejé las bolsas encima de la mesa, luego las acomodaría. Vi a Cassandra por los ventanales que daban hacia la playa, se encontraba de brazos de cruzados mirando el mar, perdida. Llevaba un bikini negro y un kimono blanco de lana. Salí de la casa con dirección hacia ella.
—Te he traído un bombón —hice que se girara entonces le mostré el bombón de chocolate con licor que había comprado para ella. Me sonrió. Antes de que lo tomara lo hice hacia atrás —. Deja que te lo de yo.
Rodó los ojos pero asintió divertida. Le quité la envoltura acercarlo a sus boca, cuando abrió la boca lo gané entre sus labios. Su lengua rozó con mis dedos luego comenzó a saborear el bombón. Cuando cerró los ojos acerqué mi nariz a la sensible piel de su cuello para acariciarla con esta, luego repartí pequeños besos por toda esa zona.
—Oh, Adrien... —jadeó y ladeó la cabeza para darme mejor acceso —. El sabor del chocolate y tus besos en mi cuello es la mejor combinación que haya tenido en mi vida.
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Secreta Adicción ©
RomanceAdrien Ainsworth es un hombre que se ha esforzado mucho para lograr sus objetivos, pero está acostumbrado a obtener todo lo que quiere. No le importan los compromisos y es un hombre promiscuo, pero todo cambia cuando se cruza en el camino de Cassand...