Su cabeza descansaba en mi pecho mientras yo acariciaba su cabellera suave. Ambos estàbamos desnudos y agotados despuès de aquel polvo. Levantò la cabeza, encontràndose con mis ojos, nos quedamos algunos segundos asì, con la mirada conectada. Pero su rostro se acercò al mìo lentamente hasta unir nuestros labios. Los moviò despacio, pero a medida que el tiempo transcurrìa el beso era màs intenso. Mi mano bajò hasta su trasero, reposando en su piel càlida. Si seguìamos asì terminarìa hacièndola mìa en ese mismo momento. Me separè de ella con la respiraciòn entrecortada.
— ¿Tienes hambre? — quise saber caminando un mechón de cabello tras su oreja rodando la piel de sus mejillas, suaves.
—Un poco —admitió, haciendo una mueca.
—Levantémonos para ver qué hay, sino pedimos comida —sugería, se levantó de la cama y buscó su ropa interior. Se puso sus bragas pequeñas y bonitas. No pude evitar mirarla. Saqué unas de mis camisas para que ella se la pusiera. Me miró con el ceño fruncido. Le guiñé un ojo dedicándole media sonrisa. La aceptó y se la puso. Se veía preciosa. No quise que notara que la miraba más de la cuenta, por lo cual me giré para colocarme el pantalón de chándal con el que andaba. Fui a la cocina seguida de su callada presencia. Abrí la nevera para ver que podíamos comer, la verdad era que yo comía fuera, jamás compraba cosas. Es más, sino fuera por Amara yo ni almorzaba.
—Hay jamón, queso, mayonesa... lo suficiente para unos cuantos sándwiches —Me encogí de hombros —. Podríamos pedir comida china, o algo más.
—Está bien el sándwich, Adrien.
Saqué las cosas y cogí el pan integral del mueble cocina, era un desordenado total. Las cosas se mantenían en su lugar porque no pasaba en casa. Dejé todo a un lado de Cassandra, quien se había sentado arriba del taburete, con sus piernas cruzadas y las manos a cada lado de ella apoyándose. Hice un sándwich para ella, entregándoselo mientras me posicionaba entre sus piernas. Mis manos fueron a parar a su muslos.
—Pareces una niña pequeña —comenté mientras le daba un mordisco al sándwich. Masticó y tragó mirándome a los ojos, no apartó la mirada de mí en ningún momento. Puso en sándwich frente a mi boca, ofreciéndomelo, le di una mordida.
— ¿Por qué? —preguntó mientras me veía masticar. Tragué Justo cuando ella le daba otra mordida.
—Por cómo estás ahí encima con mi camisa mientras comes —le di un beso en los labios rápido. Me sonrió.
— ¿Y tú eres mi papi? —preguntó socarrona. Enterré mi cara en su cuello.
— ¿Quieres que lo sea? —pregunté coqueto, le hice cosquillas con mi boca. Escuché su risa por primera vez, y joder, fue la más bella melodía que pude haber oído en toda mi jodida vida.
Me sentí un estúpido cursi patético al pensar eso. Pero era la verdad. Cassandra siempre parecía tan series y distante, que teniéndola ahí, entre mis brazos mientras reía se había sentido tan malditamente bien.
La miré a los ojos mientras daba la íntima mascada al sándwich. No quería que se fuera, la quería ahí, para mí. Me sentí impaciente a que llegara el viernes y nada se interpusiera para nosotros solos.
— ¿Tienes que irte? —pregunté con el ceño fruncido.
—Debo. No he traído ropa de cambio ni mis cosas —hizo una mueca y desvió la mirada, pensado —. Pero puedo hacer que alguien me las traiga a primera hora.
—Quédate —deposité un beso en su clavícula. Dejó caer su cabeza hacia atrás, dándome acceso a su cuello. Mis labios fueron a parar a esa zona sensible mientras que su mano izquierda se enredó en mi cabello.
— ¿Tienes un cepillo de dientes? —preguntó, haciendo que volviera a la realidad.
—Sí —le di un corto beso en los labios y la ayudé a bajarse cual niña pequeña. Fuimos hasta el baño y le pasé un cepillo de dientes nuevo. Ambos estábamos cepillándonos los dientes como un pareja normal. A ninguno parecía incomodarle. Terminé antes que ella dejando mi cepillo en su lugar, me enjuagué la boca y la miré. Dejó el cepillo junto al mío e hizo lo mismo que yo. Le corrí el cabello de su cuello y volví a hacer mi trabajo.
Lamí la cálida y suave piel de ella, oí cómo soltaba un leve jadeó para luego tomarme por la cara y unir nuestros labios en un apasionado beso. La aprisioné entre mi cuerpo y la pared sin despegarme de sus deliciosos labios. Mis dedos bajaron sus bragas dejándolas caer al frío suelo, mis dedos fueron a su piel caliente y húmeda de sus intimidad, gimió en mi boca. Repetí algunos movimientos pero ninguno aguantaba más, me quité el pantalón de chándal luego Cassandra rodeó mi cintura con sus piernas, me hundí en ella de una sola embestida dura, sus uñas se enterraron en mi espalda desnuda, continué embistiéndola pausadamente y duro mientras ambos jadeábamos en la boca del otro hasta que ambos alcanzamos juntos el éxtasis. Su cabeza cayó en mi hombro con la respiración acelerada. Nos quedamos ahí unos cuantos minutos para recuperar el aliento. Sin bajarla ni separarla de mí la largué hasta la cama. Estábamos agotados, nos tapé a los dos y Cassandra se ganó en mi pecho a dormir, le acaricié el cabello y aspiré su aroma antes de cerrar los ojos.
Me desperté por unos murmullos y movimiento a mi lado, caí en cuenta de que no estaba solo, me giré y Cassandra me daba la espalda, moviéndose inquieta, asustada.
—Mamá —murmuraba aquella palabra con desesperación — ¡Mamá! —cada vez la repetía más fuerte. Me acerqué a ella abrazándola. Por la espalda.
—Es solo una pesadilla preciosa, solo eso —respiró profundamente y se apegó a más a mí. Puso su mano encima de la mía y luego la apretó. Su respiración se volvió pesada y pausada al cabo de los minutos. No quería darle tantas vueltas a aquello, pero parecía bastante asustada. Entonces pensé que Cassandra tenía traumas al igual que yo.
Ambos estábamos dañados.
El teléfono de la mesita noche me despertó, vi la hora y eran las seis de la mañana. Cassandra ya no se encontraba a mi lado. Lo cogí y contesté.
— ¿Señor Ainsworth? Lamento molestarlo pero hay un caballero aquí abajo que dice que trae las cosas de la señorita Cassandra justamente a su piso.
—No es nada y por favor haz que suban las cosas.
—Sí señor, que tenga buen día.
—Igualmente —colgué.
Me restregué los ojos y me dispuse a levantarme, me puse un pantalón y me dirigí hasta la cocina, pero Cassandra tampoco estaba allí. El casco de su moto seguía en el sofá por lo cual aún no se había ido. La busqué por las demás habitaciones pero no estaba, volví a la habitación para revisar el baño, ahí estaba ella, desnuda en mi ducha. Me apoyé en el marco de la puerta con los brazos cruzados admirando su belleza incomparable. El timbre sonó interrumpiendo mi regocijo. Fui a abrir y recibí las cosas de Cassandra. Le agradecí, dejé sus cosas encima de la cama y volví al baño, pero esta vez para hundirme en ella.
—Eres madrugadora —deposité un beso en su hombro. Se giró dedicándome una sonrisa seductora. Tomó la esponja y el jabón y comenzó a enajabonarme el pecho haciendo círculos. Antes no había compartido así con mujer, encontré aquel demasiado íntimo. Pero no me desagradó.
Le levanté el mentón con los dedos y la besé.
Me pregunté entonces quién era el hombre que había traído sus cosas, parecía de confianza. Más me intrigó la pesadilla que tuvo de su madre. Pero ninguno comentó nada.
— ¿Desayunamos? —pregunté.
—Me compraré algo de paso y comeré en la universidad —depositó un beso rápido en mis labios y salió de la ducha. Continué con lo mío y cuando salí, ya casi estaba lista.
—Nos vemos, vejestorio —se fue sin más dejándome lleno de deseo y dudas.
•••
¡Hola!
Quería hacer un maratón pero estaré algunos días desconectada y no quería dejarlos sin nada.
Nos leemos pronto.
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Secreta Adicción ©
RomansaAdrien Ainsworth es un hombre que se ha esforzado mucho para lograr sus objetivos, pero está acostumbrado a obtener todo lo que quiere. No le importan los compromisos y es un hombre promiscuo, pero todo cambia cuando se cruza en el camino de Cassand...