12. ignoraste.

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—No lo entiendes. —Te alzaste de hombros—. Es mucho más que eso, no es solo esa razón.

—Olvidemos eso, ¿sí? —yo te pedí. Querida, me había tomado mucho tiempo conseguir que me perdonaras por nuestra última conversación.

Anduve detrás de ti e incluso los del servicio en tu casa me echaron un par de veces. Tu papá los reprendió después, él estaba muy interesado en que yo te visitara, Isabela, él estaba muy feliz porque por fin tenías un amigo blanco además de tus amigas, pero no te lo dije, porque no quería que te enojaras y dejaras de ser mi amiga por hacerle la maldad a tu padre.

Así eras, vengativa, siempre a la defensiva, con una sed que no se quitaba con nada de la tierra.

—Cuando crecemos, —Ignoraste mi petición inicial—, nos enseñan en los cuentos, historias, series animadas y películas, antes de dormir, sobre una niña bonita que logra su objetivo después de varios obstáculos, con la ayuda, claro, de un príncipe o un héroe que nunca falta, siendo lo más predominante los rubios o castaños raras veces, claro, porque al decir la palabra bonito en eso se piensa.

—¿Quién define eso?, ¿las rubias son tontas, recuerdas?

Reíste desganada.

—En el kínder, algunos maestros, que igualmente son feos y gordos y sin deseos de vivir, muestran más amor a la niña de piel clara y ojos claros con abundante cabello marrón y lacio que parece una diosa que a la de apariencia no agradable a la vista, cuando la educación y el amor de los maestros debe ser impartida ecuánime independientemente de la raza o el estatus social.

No te respondí porque eso lo había visto ya, cuando estaba en la escuela, lo único es que antes no lo había notado como justo lo estaba haciendo en ese momento cuando te escuchaba hablar.


En la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora