Las cosas que pasaron después fueron un poco extrañas Isabela, quiero decir, caóticas, dramáticas, todo al mismo tiempo, muy rápido.
Pues veras, me pediste que no volviera, no volví. Pero un lunes de agosto me llegó un mensaje a mi celular, eras tú y me pedías que entrara por la ventana de tu habitación a media noche. Maldición Isabela, en tu casa habían tres pastores alemán que me destrozarían, ¿y qué hay de los guardias?
Pero te digo, tú sabías lo que hacías. Los guardias estaban roncando, y los perros estaban enjaulados, porque de noche saltaban las verjas y se escapaban a morder a la gente de la calle, y por gente, eran tus vecinos millonarios, vecinos que se enojaban si lo veían corriendo y ladrando en las calles.
Y también, debajo de la ventana de tu cuarto, una mujer menuda con cabello marrón estaba sentada allí. Ella me sonrió.
—Hola, ¿tú eres un ladrón o eres Tim? —Me preguntó con un intercomunicador en la mano, según mi respuesta apretaría el botón rojo, que si yo hubiese sido un ladrón las alarmas de la casa ella las hubiere activado en solo un segundo.
—Soy Tim.
—Esta es una escalera. —Me señaló sus pies, al frente de ellos una escalera de acero inoxidable—. Buena suerte.
Y se fue, yo me quedé, como, wow, tú Isabela, ¿lo planeaste?
Subí por la escalera, y toqué la ventana, pero nadie me abría, después la traté de forzar y abrió sola. Conmigo entró la brisa de la noche, que levantaba las majestuosas cortinas de tu cuarto.
—¿Isabela? —Te llamé y nada. Observé tu cuarto, fui a tu cómoda y abrí una de las gavetas, solo tus batas, en la otra, tu ropa interior, y antes de que pudiera husmear más, escuché tu voz.
—¿Qué haces rarito?
Tragué en seco.
—Nada.
No me dijiste más nada, estabas debajo de tus sabanas, en tu cama. Me acerqué, hasta estar muy cerca de tu cara, muy cerca, hasta tocar tus labios y besarlos en forma de saludo, muy cerca, hasta meterme junto a ti en la cama, muy cerca como para mover la sabana y ver que estabas completamente desnuda.
Me levanté nervioso de la cama.
—Lo siento. —Yo dije.
Tú reíste. Yo estaba sobrio Isabela, en ese momento si podía detenerme a mí mismo de hacer cosas de las que nos arrepentiríamos.
Te cubriste con la sabana, solo veía tu cara con una sonrisa. Me pasé la lengua por los labios.
—¿Te vas a unir?
Tu vocecita se me metió por la cabeza, y me di cuenta de que estabas borracha, porque solo utilizabas esa voz cuando tu lengua se dormía por el alcohol. Oh cruel Isabela, ¿estabas borracha cuando me enviaste el mensaje de texto?
—¿Estas bien?
—Sí. —respondiste.
—¿Segura?
Asentiste.
—Isabela, te conozco, princesa, ¿estás bien? —Me acerqué a la cama, y mientras me mirabas tus ojos se inundaban de lágrimas silenciosas, y yo entré en pánico, porque verte llorar Isabela era extraño, era raro.
Tú eras fuerte como una roca, inquebrantable, yo solía pensar que no poseías sentimientos, y sé que es malo de mi parte pensar que no eras sensible.
Te tapaste la cara con la sabana. Yo me subí a la cama, y te abracé.
—¿Qué tienes?
No me respondías.
—Isabela, vamos, dime.
Me empujaste para que te soltara, te solté. Y me senté a tu lado en la cama, con mi espalda recostada del espaldar mientras te observaba levantarte también, dejando la sabana aun lado y después abrazándome.
—¿Has estado bebiendo? —Te pregunté en un susurro.
Negaste tranquilamente.
No sé cómo lo negaste, si olías a whisky.
—¿Por qué llorabas? —Agarré tu carita para que me miraras.
Cuando me miraste, te besé. Me devolviste el beso, más suave de lo que yo te besaba.
—¿Llorabas por mí? —Me alejé un poco, tu cabeza cayó hacia un lado, porque estabas entre borracha y dormida. Recostaste tu cabeza de mi cuello, y te detuviste allí.
Yo sé que me aproveché de ti, aunque me hubieses llamado. Yo tenía que haberte abrazado y asegurarme de que durmieras en paz.
En vez de eso, te recosté de la cama, me bajé de ella, y como una opción observé la ventana, pero unos segundos después, olvidando la ventana, me quité la camisa frenéticamente y todo lo demás. Antes de volver a la cama puse la otra cerradura a la puerta de tu cuarto.
Mis manos estaban frías, mi corazón latía muy fuerte, mi cabeza estaba nublada por algo venenoso.
Te desperté, porque te habías dormido, te desperté con mis besos en tu boca llena de sabor a alcohol, con mis caricias en cada curva de tu cuerpo, con mis palabras, con la forma en que agarraba tu cara para que mantuvieras el beso. ¿Isabela, mientras yo estaba contigo estabas totalmente despierta o sentías que era un sueño?
¿Era un juego para ti jugar conmigo o quien jugaba contigo en ese momento era yo? tú tienes excusa, estabas borracha, y yo no lo estaba, y todavía me siento culpable, porque no tengo excusa además del hecho de que te amaba y te deseaba tanto.
Lamento que por eso vino todo lo después, arruiné tu vida Isabela.
¿Pero valió la pena? Dime tú.
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En la piel
Short StoryElla es seca y orgullosa. Detrás de esos escudos se esconde una niña frágil que nunca ha amado a nadie. Cuando Tim se enamora a primera vista de Isabela no tiene idea de por qué esta lo rechaza tanto. Tim quiere entender que hay en la piel de Isabel...