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Yo no fui por tu casa un tiempo. Que decirte, estaba atemorizado, sobre todo porque habías tenido una pelea con tus padres, te encerraste en tu habitación y me enviaste ese mensaje borracha. Yo hice lo que hice. No me sentía con ganas de pisar tu casa, un completo cobarde.

Pero por sorpresa fuiste a mi casa, sin ninguna compañía. Yo acababa de llegar de la empresa de mi papá. Te vi, y sentí una extraña sensación en mi cuerpo.

—¿Tus padres saben que estas aquí?

—No son mis padres.

Solté el aire. Me senté junto a ti.

—¿Qué te pasa Isabela?

—Mis padres me destruyen la vida.

Asentí tratando de entender.

—Lo siento, —Te secaste la cara porque tenías lágrimas. Me miraste—, Tim me caes bien, te amo como un amigo.

Me reí lastimado.

—Amigo... —siseé—, qué cosas la que hacemos...

Miraste tus rodillas.

—No cuentan, siempre estoy borracha. Tim, quisiera acostarme con alguien y no estar borracha aunque sea una sola vez.

—¿Por qué siempre estas borracha? —Y algo me turbó la mente. ¿Cuántos hombres se habían aprovechado de ti por tu embriagues?

—Solo tú —respondiste.

Te miré sorprendido, ¿lo había dicho en voz alta?

—Me preguntaste que con cuántos me acosté.

Yo te abracé, no tenía idea Isabela.

—Mis padres quieren que me case ya. Yo les digo que no he elegido a nadie.

—Nos podemos casar. —Bromeé sin soltarte—. ¿Te casarías conmigo? —No me respondiste—. Isabela, ¿Puedo preguntar que ocurría el lunes aquel?

—No quiero hablar de aquello.

Y la pregunta solo se quedó en el aire.

En la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora