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Me lleve a Mely meses después de tener los papeles listos. Era muy pequeña como para decidir entre los dos, así que no reprochó al conocer su nueva casa.

Las condiciones eran que consiguiera una nana para ella, y que me mudara a una casa familiar. Su nana fue una señora de unos cuarenta y nueve años. Y la casa fue una que mis padres me regalaron solidariamente.

Deseé la vida más horrible y miserable que pudieran tener a ustedes dos a dónde sea que estuvieren. Esas palabras nunca cayeron al vacío.

Quiero que sepas que lo único que me mantenía a flote en esos meses previo a tu abandono era Mely, porque debía cuidarla, debía mantenerla y mostrar que sí podía con la tutela de mi propia hija.

Tu saliste embarazada meses después, me lo dijeron, también me dijeron que el chisme no tuvo tanto eco, como si nadie recordara que tenías una hija antes de tu nueva panza. Escuché que conseguiste aquella alianza con un parque industrial, y que eso significaba buenas noticias en cuanto a tu vida profesional. Eras una mujer ocupada, aparentemente feliz. De igual forma tenías una familia acá, ¿sabías? La pequeña Mely.

Eso nunca se te olvidó. Es verdad, yo nunca estaba presente cuando visitabas a Mely, pero sí lo hacías, todos los días ibas a mi casa o la veías en cualquier sitio. Y si acaso no podías, Mely lloraba y yo era quien debía consolarla. Mely tenía unos cinco o seis años, no recuerdo bien, pero para que sepas, nunca me lloro por Enrique, sino por ti.

Te confieso algo, no te alarmes: planeé formar un accidente en el que pagaran por el daño que me hicieron a mí, a mi hija. Pero en eso volvió Rosa, ¿te acuerdas de ella? Te conté sobre ella hace poco, por favor, que no lo hayas olvidado. La muchachita Rosa era simpática, y Mely, bueno, ella la quería un "poco", y sí estaba enamorada de mí, pero yo solo la quería, porque era a ti a quien amaba, fuiste, eres y siempre serás. 

En la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora