➻ seis

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—Necesito que me prestes unos pantalones cortos algo más conservadores. O unos vaqueros —le dijo a su amiga a modo de saludo.

—Muy bien... —repuso Nina algo confusa.

—Es la primera vez que me pongo éstos y no me gustan.

—Son bastante cortos. Pero puedo esperarte mientras subes a cambiarte, no tenemos prisa.

Puede que no tuvieran prisa, pero no quería arriesgarse a encontrarse con él de nuevo si subía a su apartamento. Además, entonces tendría que explicarle lo que estaba haciendo y él podría darse cuenta de que había perdido la cabeza. Por culpa suya. Pero no quería darle explicaciones a Nina.

—No me apetece tener que volver a atravesar el restaurante. Será mejor que me ponga algo tuyo y veremos si tu niñera quiere éstos. También necesito una goma para recogerme el pelo en una coleta, no debería habérmelo dejado suelto. Me va a volver loca.

—Muy bien —repitió Nina—. ¿Estás bien?

Lo que Luna había dicho o su nerviosismo habían conseguido preocupar a su amiga.

—Estoy bien, pero me siento incómoda vestida así.

Pensó que estaba incómoda con esa ropa y con Matteo viviendo a pocos metros de ella.

—Muy bien —dijo Nina por tercera vez.

Pero por fin encendió el motor y las dos se alejaron de allí y Luna de Matteo. Por desgracia para ella, la distancia física no parecía estar quitándolo de su mente y del hecho de que esa noche iban a verse de nuevo. Le entusiasmaba la idea, algo que sabía que no debería estar sintiendo.

En otras circunstancias, le contaría a Nina todo lo que estaba pasando. Hablarían de ello, se reirían y ella conseguiría sentirse mejor. Estaba segura de que su amiga la ayudaría a ver las cosas desde otro punto de vista, lo que conseguiría que Nina entendiera lo que pasaba y a lo mejor así acabaría por dejar de pensar en él. Pero, a pesar de pasarse todo el día juntas, Luna no tuvo la oportunidad de hablar con su mejor amiga a solas.

Durante los diez minutos de trayecto hasta la nueva casa de Nina y Gastón, su amiga le explicó todas las cosas que tenían que hacer ese día y en esa última semana antes de la boda. Cuando llegaron a la casa, Luna se sorprendió al ver el bullicio y actividad frenética que había en ella.

Gastón estaba allí cuidando de las niñas. Tenían diecinueve meses y eran muy movidas. Querían tocarlo todo. Había fontaneros arreglando uno de los baños y una mujer, llamada Jazmín, que iba a ayudar a Nina y Luna haciendo pequeños paquetitos de frutos secos y golosinas para poner en cada plato durante el banquete.

Jazmín había sido la asistenta y niñera que había trabajado para Gastón antes de que apareciera Nina en su vida. Al principio no se había llevado bien con ella, pero ahora que iban a casarse la estaba ayudando mucho con la casa y las niñas y las dos mujeres habían terminado haciéndose amigas.

Había tanta gente allí y tanto que hacer, que Luna no encontró ni un minuto para contarle a su amiga que estaba teniendo problemas para mantener a Matteo Balsano fuera de su mente.

Antes de que se diera cuenta, se le pasó el día. Nina la llevó de vuelta al restaurante mientras le contaba lo que tenían que hacer al día siguiente, sin darle a su amiga la oportunidad de desahogarse. Luna se quedó al pie de la escalera, pensando que estaba sola. Se iba a enfrentar a una noche haciendo bizcochos en la cocina de Matteo y con el propio y delicioso Matteo Balsano a su lado.

Subió hasta su apartamento y entró sin ver al hombre que, a pesar de haber pasado un día completo muy ocupada, había estado siempre en su mente. Cerró la puerta tras ella, pensando que quizás se estaba imaginando cosas y exagerando cómo era en realidad. Lo cierto era que había pasado muy poco tiempo con él. Además, lo había conocido después de un día entero viajando y cuando estaba muy cansada. Quizás eso hubiera exagerado la imagen que se había hecho de él. Haciéndolo parecer mejor de lo que de verdad era. Y a partir de esa primera impresión, su imaginación había seguido trabajando, exagerando todo. Y, como resultado, le parecía que Matteo era más fantástico de lo que era en realidad. Claro que tenía que reconocer que también había tenido un aspecto increíble esa mañana, cuando lo había visto en el rellano durante un par de minutos.

Pero ahora que había descansado, quería comprobar con sus propios ojos que él era un tipo como cualquier otro, que no tenía nada de especial. Eso haría que se curara de lo que le había infectado desde que llegara a Northbridge. Estaba convencida de que iba a ocurrir así y eso le dio fuerzas para prepararse para verlo de nuevo.

Nina le había prestado unos bermudas, pero decidió que era mejor que sus piernas estuvieran completamente cubiertas. Así que se cambió y se puso unos vaqueros largos. Su bata blanca de cocinar le cubría la camiseta roja y parte del pantalón. Se iba a sentir mucho más segura así, con una prenda nada sexy encima. Se dejó el pelo recogido con la goma que le había dado Nina. Lo único que hizo para mejorar su aspecto, pensando que no haría ningún daño, fue aplicarse de nuevo rímel y pintalabios.

Cuando terminó, tomó su bolsa con todos lo cacharros, utensilios y algunos ingredientes y bajó las escaleras.

«Sólo es un tipo como cualquier otro. No tiene nada de especial. Sólo es un chico normal», se repitió mientras bajaba cada escalón.

Un chico normal que seguramente saldría huyendo despavorido si conociera la historia sentimental de Luna. Colocó la mano en la puerta de la cocina que daba al callejón y respiró profundamente. Abrió la puerta y, en cuanto entró, lo buscó con la mirada, a pesar de todas sus buenas intenciones. Tampoco pudo evitar sentirse decepcionada al comprobar que la cocina estaba vacía. Ni la posterior felicidad al verlo aparecer por las puertas batientes que conectaban la cocina con el comedor del restaurante.

—Ahí estás —le dijo él a modo de saludo—. Estaba empezando a pensar que te habías olvidado de mí.

«Ojalá pudiera», pensó ella.

—Quería asegurarme de que todos los clientes y el personal se hubieran ido ya antes de venir e invadir su territorio —mintió ella.

La verdad era que había tardado porque le había costado calmarse y concentrarse en lo que tenía que hacer allí en vez de en él. No tuvo más que mirarlo una vez para que su teoría de que él sólo era un tipo normal quedase en el olvido. Era guapísimo, más que eso.

Llevaba puesto vaqueros y una camiseta polo verde oscura, con el nombre del restaurante bordado sobre un bolsillo. Las dos prendas le quedaban perfectas, acentuando sus anchos hombros y torso, su cintura y cadera estrechas y sus firmes muslos. Además, parecía estar recién afeitado y olía fenomenal. Un aroma limpio y fresco que era tentador, seductor y... ¡Y ella tenía que dejar de fantasear con él!

—¿Te apetece tomar un vaso de té helado o limonada mientras trabajamos? —ofreció Matteo.

—Una limonada, por favor —aceptó Luna pensando en que tendría que echarse la fría bebida por la cabeza para conseguir enfriar sus pensamientos.

Regalo De Bodas › Lutteo {Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora