➻ cinco

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—¿Cierras hoy más temprano el restaurante? Como es domingo...

—Así es, a las ocho.

—Estaba pensando que como cierras más temprano sería un buen día para hacer el bizcocho de la tarta en el horno. De todas formas, siempre lo hago con tiempo y lo congelo. Y como la cocina estará libre esta noche...

—Esta noche es un buen momento —aseguró Matteo—. No había pensado en ello, pero tienes razón, con el restaurante cerrado podrás trabajar mucho mejor.

Ella dudó un segundo antes de hablarle.

—También pensaba que, si no es mucha molestia y no tienes otros planes, estaría bien que pudieras ir a echarme una mano.

—¿Quieres que haga de ayudante de la chef?

—No, pero podrías decirme dónde están todos los recipientes y utensilios, cómo funciona la batidora, cuánto tarda el horno en precalentarse, ese tipo de cosas. No conozco los entresijos de tu cocina.

—Claro, no hay problema, te podré ayudar.

—¿No tienes otros planes?

—Iba a cuadrar las cuentas del fin de semana, pero eso puede esperar.

—¿No te importa?

—No.

—Genial, entonces te veo esta noche después de las ocho.

—Aquí estaré.

«Eres imposible, Balsano. Imposible», se insultó a sí mismo.

Luna comenzó a ir hacia las escaleras y él no tuvo más remedio que seguirla con la mirada, con los ojos clavados en la suave curva bajo los bolsillos de los breves pantaloncitos. Desde allí su mirada se deslizó hacia los muslos, fuertes gemelos y delicados tobillos. Llevaba unas sandalias en los pies que dejaban a la vista sus uñas pintadas.

—Bueno, que tengas un buen día hasta entonces —le dijo ella empezando a bajar.

—Tú también —repuso él con una voz más ronca de lo normal.

«Denver. Vive en Denver. Recuerda a Emilia...», se dijo Matteo. Pero no sirvió de nada. Matteo iba a esperar con ansiedad a que llegasen las ocho de la noche.

De pie frente al restaurante, Luna se sintió más ridícula que nunca. No se sentía así desde sus tiempos en el instituto. No entendía cómo había decidido ponerse esos pantalones. Los había comprado sin pensar y sin probárselos. Cuando había llegado a casa y se los había puesto se dio cuenta de que nunca iba a llevarlos en público. Eran unos pantalones demasiado cortos. Pero habían sido baratos y no tuvo tiempo de devolverlos, así que los había metido en la maleta cuando se preparaba para ir a Northbridge. Había pensado dárselos a la joven niñera de Nina y Gastón. Sin embargo, esa mañana había decidido ponérselos y se estaba sintiendo muy tonta con ellos puestos. Sobre todo por lo que le había llevado a tomar esa decisión.

Había traído consigo ropa de sobra y toda bonita y cómoda, pero cuando había abierto el armario esa mañana, todo le pareció ordinario, normal y aburrido. La ropa no había cambiado, era ella la que estaba distinta, bajo la influencia de alguna sustancia. Y no había tomado nada raro esa mañana. Estaba bajo la influencia de su nuevo vecino, Matteo Balsano.

Por supuesto, él no tenía ni idea del efecto que estaba teniendo en ella. Aun así, había influido esa mañana en la ropa que iba a ponerse. Fue con él en mente cuando se decidió por esos pantalones. Deseaba con todas sus fuerzas que se le salieran los ojos de las órbitas al verla. Y le sentaba fatal haber hecho eso.

Había disfrutado con la reacción conseguida, hasta le gustó que la voz de Matteo se volviera ronca de repente, pero no entendía por qué estaba haciendo algo así. Estaba segura de que no quería iniciar nada con él y no debería importarle que él se fijara en ella. Pensó que sólo era un tipo más, el mejor amigo del prometido de su mejor amiga. Iban a estar juntos en una boda. Se verían a ratos durante esa semana durante la preparación de la ceremonia y después seguirían sus vidas por separado. Eso lo tenía claro, así que no sabía por qué le era tan importante y crucial que él se fijara en ella, incluso que se sintiera atraído por lo que veía. Y ésa no era la única pregunta que se hacía, había muchas otras llenando continuamente su cabeza.

Por ejemplo, tampoco entendía por qué no había podido dejar de pensar en él desde que lo conociera la noche anterior. O por qué se había ido a la cama pensando dónde estaría su cama, si estaría durmiendo al otro lado de la pared y qué llevaría puesto. O por qué él había sido lo primero en lo que había pensado al despertarse esa mañana. Estaba claro que era un hombre atractivo, tan atractivo que estaba haciéndole olvidar todos sus buenos propósitos, todas las decisiones que había tomado últimamente. Decidió que no volvería a dejar que nada igual volviese a ocurrir.

En cuanto llegara a casa de Nina le pediría algo prestado, se quitaría los pantalones y desharía para siempre de ellos. Y se aseguraría de tener todo, incluido Matteo Balsano, en perspectiva. Sólo iba a estar en Northbridge esa semana. Y Matteo no era más que otro miembro del cortejo de boda. Alguien con quien tenía que ser agradable y cordial, pero nada más. Así que tendría que olvidarse de su mirada avellana, su esculpida barbilla y de su cuerpo impresionante y musculoso.

Le temblaban las rodillas sólo de imaginárselo en su cabeza, pero tenía que ignorar esos sentimientos. Y también que su pulso se acelerara sólo pensando en que esa noche iban a pasar algún tiempo juntos. Sabía que en la cocina podría mirarle de vez en cuando su fabuloso trasero, oír su voz, su risa. Intentaría hacerle sonreír, para poder ver los hoyuelos que se le formaban a ambos lados de la cara.

Pensó que quizás debería quedarse con esos pantalones puestos... «¡No! ¡No! ¡No!», se dijo en silencio cuando se dio cuenta de hacia dónde iban de nuevo sus pensamientos. Tenía que dejar de hacer eso, dejar de fantasear y soñar despierta con Matteo Balsano. Tenía que concentrarse en la boda, en Nina. Tenía que recordar que había decidido pasar de los hombres durante un tiempo, sin que tuviera que hacerla cambiar de opinión que el hombre en cuestión fuera extremadamente atractivo, carismático, sexy o interesante. Había tenido buenas razones para pasar de los miembros del género masculino un tiempo y tenía que aferrarse a ellas. Claro que le iba a ser muy difícil teniendo a un hombre como Matteo delante de sus narices toda la semana.

Justo en ese momento llegó el coche de Nina. A Luna le faltó tiempo para meterse dentro del vehículo.

Regalo De Bodas › Lutteo {Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora