➻ veintiocho

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Estaba luchando para no reírse. Eso hizo que se relajara un poco. Le gustó que no estuviera horrorizado.

—¿Crees que tiene gracia?

—Lo siento. Seguro que no tuvo ninguna gracia para esos chicos y supongo que tú tampoco lo hiciste sin pensarlo. Pero no puedo evitar imaginarte, vestida con un gran vestido blanco y el velo y saliendo por la ventana de un baño. ¿Qué hiciste entonces? ¿Tomar un autobús a alguna parte?

—Nina vino conmigo y nos fuimos en coche.

Eso hizo que riera con ganas.

—¿Nina se escapó contigo?

—Ella era mi dama de honor y, cuando vino a buscarme y me vio escapando por la ventana... —explicó Luna encogiéndose de hombros—. Acabó saliendo conmigo. Es muy buena amiga.

—No me extraña que a Gastar le preocupe que mañana hagas lo mismo y te lleves contigo a Nina. Al fin y al cabo hay precedentes.

—No es como si fuera a secuestrarla durante su propia boda. Pero si, quince minutos antes de la ceremonia, decide que no quiere casarse... Yo estoy con ella, se lo debo.

Miró de nuevo a Matteo y vio que apenas podía contener la risa.

—Bueno, y si no huiste de las bodas porque te dan miedo, ¿Por qué lo hiciste? —le preguntó.

Luna se sintió aún más avergonzada y retorció el palillo hasta casi romperlo.

—Ninguna de las dos veces hubo razones importantes —admitió—. Ése era el problema, que allí estaba yo, dos veces, habiendo gastado un montón de tiempo y dinero y con la gente esperando a que me casara. Y las dos veces me eché atrás por lo que a todos le parecían razones poco importantes. Ya que ni los pillé con otra, ni descubrí que eran jugadores, criminales ni nada parecido. Lo que ocurrió era que, según me acercaba a la boda, empecé a pensar que había cosas de ellos que no podía soportar, más y más cada vez. Sobre todo no si iba tener que hacerlo durante el resto de mi vida.

—¿Como qué? ¿Uno comía galletas en la cama y el otro se hurgaba la nariz?

Luna sonrió.

—Con Michel, el de la primera vez, fue que era muy rígido. Teníamos que comer siempre a la misma hora, las toallas tenían que estar dobladas de cierta manera, las latas de comida tenían que estar perfectamente alineadas en la despensa y por orden alfabético...

—¿Por orden alfabético?

—Le encantaba que todo estuviese muy ordenado y limpio.

—Almacenar las latas por orden alfabético es más que ser organizado. Nunca pensé que alguien pudiera ser tan maniático.

—Michel lo era.

—¿Y qué pasaba si ponías el tomate antes de las salchichas?

—Se disgustaba mucho cuando las cosas no estaban organizadas. Cuando los cojines de la cama no estaban puestos de cierta forma, o cuando su cepillo de dientes no estaba como lo había dejado... Decía que esas cosas lo dejaban descentrado durante días.

—¡Ya! —repuso Matteo sin saber qué más decir—. ¿Y qué pasaba con el otro tipo?

—Sebastián. Desde esa boda han pasado sólo siete meses. Era completamente opuesto a Michael, lo que me pareció que me haría más fáciles las cosas...

—Hasta quince minutos antes de la ceremonia —interrumpió él.

—Bueno, empecé a preocuparme algo antes, pero me convencí de que Sebastián era simplemente así de relajado, que no le preocupaba nada de lo que a Michel le había obsesionado. El hecho es que Sebastián pensaba que era una especie de estrella, de hecho eso me decía, y le parecía frustrante que nadie lo reconociera.

—¿A qué se dedicaba?

—Era un prestigioso abogado. Necesitaba mucha atención, pero también elogios y confianza. Él pensaba que era increíble, espectacular, pero necesitaba a alguien que se lo confirmase continuamente. De verdad, continuamente.

—Parece muy cansado.

—Sí —dijo ella—. Pero se supone que hay cosas peores que tener un compañero de por vida que quiere que estés de acuerdo en que es lo mejor que le ha pasado a este planeta desde el invento de la lavadora. Los dos, tanto Michel como Sebastián, eran chicos buenos. Eran amables y cariñosos, se acordaban de mi cumpleaños y de los aniversarios. También fueron leales, ninguno de los dos me fue infiel. Querían casarse y tener familias. La verdad es que los dos tenían tantas cualidades positivas que amigas mías se hicieron con ellos en cuanto yo salí de la fotografía.

—¿En serio?

—En serio. Michel se casó el mes pasado con una chef con la que estudié y está muy contenta con él. Dice que después de los chicos con los que había salido, poner las latas de cierta manera o doblar de otra forma las toallas es un precio muy bajo por tener una vida más o menos normal. Y la amiga que ha estado saliendo con Sebastián desde la «No boda» cree que es tan genial como él mismo opina, así que no le importa decírselo. Dice que es la manera de apoyarlo y que él la apoya tanto como ella a él.

—Así que te has quedado pensando que es todo por tu culpa, que tú eres la que tienes un problema —resumió Matteo con amabilidad.

—Es que es la verdad. Sebastián y Michel estaban allí los dos, listos para esperarme en el altar, preparados para comprometerse conmigo de por vida y fui yo la que me asusté por un par de tonterías. Pero no podía imaginarme pasándome el resto de mi vida plegando las toallas como Michel quería, ni diciéndole a Sebastián que era el chico más listo y guapo del mundo.

—A mí me parece razonable.

—¿Que me pasara el resto de mi vida plegando las toallas como Michel quería y aumentando el ego de Sebastián?

—No, que no quisieras hacer ninguna de esas cosas. No creo que fueran tonterías. Yo me habría desesperado en cualquiera de las dos situaciones. Me parece que tuviste la bastante sensatez como para darte cuenta y no seguir adelante con las bodas.

—Sí, pero no me di cuenta hasta muy poco antes de las bodas... —corrigió ella casi sin aliento—. La mayor parte de la gente piensa que tengo problemas para comprometerme y que, cuando llega el momento de la verdad, me asusto y huyo.

—¿Y qué piensas tú?

Era una pregunta que se había hecho en multitud de ocasiones.

Regalo De Bodas › Lutteo {Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora