➻ veintidós

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—Seguro que a Nina y a Gastón les encanta tener una noche para ellos solos —le dijo antes de siquiera tomar conscientemente una decisión—. Voy a llamarlos para que pidan las pizzas sin esperarme y soy toda tuya.

Se dio cuenta de que no era la mejor manera de expresarlo. Su comentario hizo que él le dedicara una sexy sonrisa, pero se cortó y decidió no decirle nada al respecto.

—¿En serio? ¿No te importa?

—De todas formas, no iba a quedarme mucho con ellos, porque tenía que volver al restaurante y trabajar en la tarta. No sé si te acordabas de que tenía que hacerlo hoy...

—Acordarme de eso fue lo que consiguió que me levantara hoy de la cama —repuso él con media sonrisa pícara.

Pero ella también dejó pasar su comentario sin decir nada.

—Podría ayudarte con las mesas y después hacer la tarta.

—Me sienta mal tener que dejar que trabajes, pero no lo suficiente como para no aceptar la ayuda —le dijo él.

—Voy a llamar a Nina para decirle que no voy y preguntarle a ver si necesita el coche. Me lo he traído antes porque pensé que iba a volver a verla.

—Podemos llevarlo luego si las cosas se calman por aquí.

Le gustó que usara el plural, le hizo sentir un calor por todo el cuerpo que no tenía nada que ver con la temperatura ambiente.

—Supongo que no lo va a necesitar hasta mañana, cuando vaya a su casa. Bueno, voy a llamarla ahora mismo.

Matteo sacó de debajo de la barra un teléfono inalámbrico para que usara Luna.

—Voy a decirle al resto de la gente que tenemos ayuda.

Llamó a su amiga sin quitarle a Matteo la vista de encima. Se sentía entusiasmada por el repentino cambio de planes. Sabía que era una locura sentirse así cuando acababa de cambiar una tranquila velada con amigos por el ajetreo del trabajo en el restaurante, pero todo cambiaba cuando pensaba que lo haría al lado de Matteo.

Lo que no quería era examinar muy de cerca por qué se sentía como lo hacía, era mejor ignorar esos sentimientos.

El restaurante estuvo lleno hasta las nueve y pico de la noche. Cuando hubo menos gente y dejaron de necesitar la ayuda de Luna, ésta cambió de tarea y se fue a la cocina para dedicarse a la preparación de la tarta. Se pasó el resto de la noche haciendo flores con láminas de chocolate, poniendo capas de crema sobre los bizcochos y preparando la salsa de frambuesas. Lo último que hizo fue ponerlo todo junto.

Matteo seguía demasiado liado como para poder ayudarla y, aunque ella no quería admitirlo, lo cierto era que lo echaba de menos. La verdad era que él no podía haber hecho casi nada y tampoco necesitaba su ayuda, pero aun así lo echaba de menos. Él parecía estar haciendo más visitas de las necesarias a la cocina, pero eso no le compensaba a Luna, hubiera preferido tenerlo allí haciéndole compañía y hablando con ella.

Pasaba de medianoche cuando por fin cerraron el restaurante y toda la plantilla se fue a casa, Luna estaba terminando los últimos detalles cuando oyó a Matteo despedirse del último camarero que quedaba allí. Esperaba que eso significara que pronto iba a ir a la cocina, pero no sabía si aún tenía cosas que hacer. Si las tenía que hacer, las dejó para otro momento, porque fue hasta la cocina sólo segundos después. Se quedó parado al ver la tarta.

—¡Es increíble!

Ella sólo sonrió mientras él se acercaba al pastel y lo miraba más de cerca. Había cuatro tartas, la más grande la de abajo, colocadas en cuatro pisos y de mayor a menor. Otras cinco tartas rodeaban el piso de abajo. La cubierta de chocolate blanco era perfecta y había multitud de delicadas flores que parecían caer en cascada de un piso a otro.

—No puedo creer que hayas hecho esto sola. Es una obra de arte —le dijo él después de dar una vuelta a su alrededor.

—Gracias.

—¡Y lo has hecho sin mi ayuda! —exclamó fingiendo asombro.

—Eso es lo más difícil de creer —bromeó ella también—. Pero sí que voy a necesitarla para poder guardarla. Se necesitan dos personas.

—Estoy a tu servicio.

Él abrió las puertas de la habitación refrigerada y ella terminó de prepararla. Después, con extremo cuidado, la transportaron hasta el congelador industrial, donde estaría hasta el día de la boda.

Una vez que lo dejaron allí, Matteo volvió a admirarla. Después volvieron hasta la isleta central, que estaba cubierta con cacharros y utensilios que acababa de usar ella.

Luna se dio cuenta de que, a pesar de todas las horas que llevaba trabajando, no tenía ninguna gana de limpiarlos porque ése sería el final de su velada con Matteo. No estaba tan cansada como para no querer seguir disfrutando de su compañía.

—Esta noche no he tenido ni tiempo de cenar. ¿Y tú? —le preguntó entonces Matteo mientras llevaban todo al fregadero.

—No, la verdad es que no he comido nada —admitió Luna. Había estado demasiado ocupada para pensar en ello.

—Acabo de darme cuenta de que estoy muerto de hambre.

—A mí tampoco me importaría comer algo.

—¿Por qué no limpias estos cacharros mientras yo lo preparo?

—Trato hecho.

Matteo preparó dos emparedados con jamón, pavo, lechuga, tomate, queso y rodajas de aguacate. Cuando ella terminó de fregar, él ya los tenía listos y envueltos en servilletas. Le dio a Luna dos botellas de refrescos.

—¿Qué te parece si cenamos fuera? —sugirió Matteo—. No me vendría nada mal tomar un poco de aire fresco.

—¿En las escaleras como anoche? —le preguntó Luna.

—Eso es.

La idea le gustaba, así que no se quejó. Salió de la cocina con las sodas, delante de Matteo para que él pudiera cerrar la puerta con llave. Subieron escaleras arriba y se sentaron como la noche anterior, después de la despedida de soltero. Estaban de frente y separados sólo por algunos centímetros. Pero esa noche, durante los primeros minutos, se dedicaron simplemente a beber y dar buena cuenta de los emparedados.

—No sabes cuánto te agradezco que me ayudaras hoy en el restaurante —le dijo Matteo agradecido después de un rato.

Luna había estado pensando en la noche anterior y en la conversación que tuvieron entonces.

—Me ha alegrado poder ayudarte, pero mis servicios no son gratuitos.

—¿En serio? —preguntó intrigado.

Él se había ofrecido antes a pagarla y ella no había querido, ni siquiera su parte de las propinas. Así que él tenía que saber que no se trataba de dinero.

—¿Qué me va a costar?

—Algo de información.

—¿Sobre qué?

Luna dejó lo que le quedaba del emparedado a un lado y lo miró con gesto travieso.

Regalo De Bodas › Lutteo {Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora