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Sábado, 2 de marzo de 2019.

Complejo Pedro Pompilio, Buenos Aires

Iván

Apreté el pedal del freno al ver que el semáforo se ponía en rojo, no sin antes largar algún insulto. Estaba llegando increíblemente tarde y el día, como era costumbre cuando uno hacía las cosas a último momento, no ayudaban.

Solté una mano del volante para llevármela a la cara y refregarme los ojos, estaba fundido y era debido a la mala noche que había tenido. Luego de la victoria en Santa Fe, ante Unión, el vuelo a Buenos Aires había llegado a la una de la mañana, no tardé demasiado en llegar a mi hogar pero sí en pegar un ojo, a eso de las tres de la mañana.

Había dormido poco y mal, estaba cansado y sentía que tranquilamente podría desgarrarme en cualquier momento si pateaba una pelota. Y además, había demasiados inútiles manejando en Capital.

Lo único que encontré a favor era que había llegado antes de lo previsto, aunque había llegado diez minutos tarde. Estacioné bastante rápido, bajé mis cosas como si me hubiese convertido en Flash y saludé muy rápido a la poca gente que me crucé por el complejo.

Como era de esperarse, los vestuarios estaban vacíos. Vi las pertenencias de mis compañeros y maldije, otra vez, porque probablemente estén entrando en calor mientras a mí todavía me quedaba desvestirme y hacer el precalentamiento que tanto detestaba.

Al parecer era el único que faltaba ya que nadie más se apareció por el vestuario. Antes de salir hacia el campo, me fijé la hora en el celular sin notar la enorme cantidad de mensajes que tenía sin contestar: ocho y media. Media hora tarde.

Apenas aparecí en el campo, mi mirada buscó a Gustavo instantáneamente para ver qué tipo de sermón me daría hoy. Me vio, negó y tocó el reloj de su mano derecha, a lo que asentí y me puse rápidamente a trotar, aunque mis compañeros ya hacían otro tipo de ejercicios.

—Otra vez tarde Iván. —mencionó el preparador físico cuando pasé a su lado y ni siquiera me digné a contestarle, no valía la pena.

Escuché los silbidos y las risas de mis compañeros, quienes seguían en sus respectivos ejercicios y me concentré en terminar de trotar para ponerme a la par de ellos, quienes me esperaron para comenzar otra actividad.

—¿Qué onda, perrito? Estás fundido. —observó Nahitán con una sonrisa mientras veíamos como Ramón colocaba la pelota para patearle hacia el arco de Marcos Díaz.

—Estoy fundido, boludo, ¿vos no? —le pregunté y asintió—. Encima anoche dormí como el orto, me desperté como cinco veces, tengo una bronca.

—Pensá que mañana hay día libre... aunque si es por Gustavo, no te lo da ni a palos.

—No la voy a sacar gratis ni en pedo, ¿no?

—Y... no.

Nuestra pequeña charla finalizó ya que ahora nos tocaba la parte de hacer pases entre nosotros para que luego, uno de los dos, remate al arco. Me quedó a mí, y rematé horriblemente mal.

Hoy no era mi día.

—¡Sacate la almohada de la cara, Marcone! —me gritó Darío y el resto del plantel se rió a carcajadas.

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora