31.

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Sábado

—¡Sos un tramposo! —lo reté mientras bajaba mi pobre juego y comenzaba a sumar mis cartas.

Iván se rió y dejó ver sus hoyuelos mientras veía mi juego. Paseó su vista entre las carta y asintió.

A regañadientes, le dije:

—Sumame veintitrés.

—Cinco más y te vas. Qué increíble, soy el rey de este juego —comentó con aires de grandeza mientras anotaba los puntos en la pequeña libreta.

Habíamos tenido una sola regla durante las "vacaciones": nada de redes sociales. Para lo único que utilizábamos nuestros celulares era para los mapas, a lo sumo comunicarnos con nuestras familias, pero no mucho más. Nada de Instagram o Whatsapp.

—No quiero jugar más —sentencié y me acosté boca arriba en la cama.

—¿Te diste cuenta que eras mala?

—No soy mala —respondí automáticamente y se rió.

Se posicionó arriba mío apoyando sus manos por mis costados, con cuidado de no aplastarme, y me miró desde arriba con una sonrisa alegre. Se acercó hasta mis labios y solamente cuando quedó a milímetros de ellos, murmuró:

—No sos mala... sos malísima, pero yo te amo igual.

No me dio tiempo a contestarle. Sentí su aliento a menta, debido al dentífrico, y luego su boca contra la mía. Era un beso lento y delicado, ya que no pretendía ir más allá, solamente demostrarme el significado de sus anteriores palabras.

Pasé mis manos por su nuca y acaricié aquella zona, a la vez que lo atraía aún más hacia mi, como si eso fuera posible teniendo en cuenta lo pegados que nos encontrábamos. Corté el beso, aunque él permaneció en su posición mirándome con una sonrisa, y le contesté mirándole a los ojos:

—Yo también te amo.











Domingo

Pasamos nuestra segunda tarde descubriendo lo que ayer no habíamos podido recorrer en aquella ciudad. Nos empapamos, porque llovió a cántaros en plena excursión, y volvimos al hotel hechos sopa. Nos reímos el uno del otro de los chistes que hacíamos con respecto a la apariencia del otro, y sobre todo, la pasamos bien. 

Estábamos sentados en el extenso balcón del hotel. La noche era muy primaveral, ya que no hacía frío pero tampoco calor, y apenas corría brisa. Lo único malo, teniendo en cuenta que el balcón daba a un campo enorme, eran la cantidad de mosquitos que había y por ende, la asquerosa cantidad de repelente que nos tuvimos que poner. 

Iván estaba sentado a menos de un metro y mis piernas estaban arriba de su regazo. sus manos iban y venían por ellas distraidamente, ya que su vista estaba en su celular mientras que la mía se encontraba en un libro. Para lo único que levantaba la vista era para cebar o para mirarme.

Había leído el mismo párrafo una y otra vez. Entendía las letras, las oraciones y el significado, pero no podía pasar de aquel texto sin decir lo que estaba pensando. 

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora