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Iván

Me molestaba la impuntualidad.

Lo hacía desde que tenía uso de razón. No llegaba tarde a ningún entrenamiento -salvo dos veces en mi vida, una de ellas en Boca- y no me gustaba dejar a la gente esperándome. Y así como a mí no me gustaba aquello, no me gustaba que la gente me dejara esperando.

Candela estaba atrasándose por diez minutos. Si no fuera porque se tratara de ella, perfectamente me hubiese ido hace cinco minutos. Pero como ella tampoco fue impuntual en el pasado, no veía por qué no esperarla.

A menos que me hubiese dejado colgado, lo cual suponía una vergüenza monumental.

Me había citado hacía una hora y media en un café en San Telmo teniendo en cuenta que ambos teníamos entrenamiento y el mío empezaba en cuarenta y cinco minutos. Al menos, no estaba tan lejos en caso de tener que salir corriendo.

Mi celular daba vueltas y vueltas en mi mano. Le había mandado un mensaje por si le había pasado algo, la cual era una idea que estaba comenzando a impacientarme, y justo cuando desbloqueé el teléfono para llamarla, miré hacia arriba y la vi entrando por la puerta de aquel lugar.

Captó mi mirada en milésimas de segundo y podía jurar que me veía como un boludo sonriéndole mientras ella se acercaba hacia la mesa.

—Ay, hola. Disculpame por hacerte esperar. Tuvimos un problema en el departamento y tuvimos que esperar al plomero —me saludó con un beso en la mejilla e incluso pude oler el aroma de su perfume.

—Está bien, no te preocupes.

—¿Estás acá hace mucho? —preguntó dejándose caer en la silla frente a mí y meneé la cabeza de un lado al otro—. Perdón, te juro que hice lo más rápido que pude.

—Cande, está bien, en serio. No me jode.

Ella sonrió cansada y se refregó la cara.

—¿Pediste algo?

—Te estaba esperando —contesté mientras veía cómo sus ojos leían la carta

—No hagas eso.

—¿El qué?

—El mirarme cuando no te estoy mirando, me pone nerviosa.

—No puedo evitarlo —contesté con una sonrisa y ella se rió.

Un mozo se acercó hacia nuestra mesa y tomó nuestro pedido. Candela se había callado y observaba el lugar con demasiado detenimiento, evadiendo a toda costa mi mirada. Eso sólo me confirmaba que estaba igual de nerviosa que yo.

—¿Los cuadros son más interesantes que yo? —pregunté mientras me daba vuelta para seguir hacia dónde iba su mirada. Ella negó y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—No, para nada... ¿De qué querés hablar?

La pregunta en realidad era un puntapié para que le contara todo lo que debía haber hecho hace meses. Candela jugaba con sus dedos y sus anillos y justo cuando me dispuse a abrir la boca, apareció el mozo con nuestras cosas. Le agradecimos y volvimos a quedar en silencio.

—Cuando tenía diecisiete, me puse de novio con una amiga de mi hermana —comencé y vi que ella ponía uno de sus codos en la mesa, donde apoyaba su cabeza, en señal de estar escuchándome—. Melina hacía voley en el club de barrio y había pegado mucha buena onda con esta chica, que era un año menor que yo. Con el paso de los meses, se fue convirtiendo en algo así como su mejor amiga. Me acuerdo que la primera vez que vino a casa lo primero que me dijo Melina fue que no me acercara a ella.

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora