19.

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Sábado, 4 de mayo de 2019.

Villa Urquiza, Buenos Aires.

Los sábados por la noche eran, en su mayoría, aburridos.

Hasta que había descubierto lo mucho que me gustaba pasarlos con Iván. Y este, claramente, no era una excepción.

Según él, tenía una reserva en un restaurante -probablemente- bastante caro en Capital. Habíamos pactado con que vendría a partir de las diez, ya que antes tenía algún tipo de compromiso, y todavía faltaba más de media hora para aquello.

Había comenzado a preparar la pequeña mochila que llevaría, ya que era muy probable que pasara la noche en su departamento y podría necesitar alguna que otra cosa, cuando divisé a Florencia en la cocina, aparentemente preparando la cena.

No era como si mi hermana nunca cocinara, pero me era especialmente raro que lo haga un sábado a la noche, teniendo en cuenta que eran los únicos días permitidos donde vivíamos a base de delivery.

—¿Hoy se te dio por cocinar? —pregunté en tono gracioso mientras la veía pelar papas. Se volteó con el ceño fruncido.

—No... ¿Por qué estás así vestida? —contestó, apuntándome con el pelapapas.

—Porque salgo, capa —respondí obvia y ella me sonrió.

—Me parece que esa salida no va a poder ser...

Se había volteado para seguir con su tarea, pero volví a hablarle.

—¿Por qué no?

—¿No te acordás que hoy vienen a cenar mamá y papá? Capa —me contestó haciendo énfasis en la última palabra de la oración y me quedé estática en el living—. Veo que no... ¿A qué hora le dijiste a este chico?

—A las diez —mi hermana soltó una risa y negó algunas veces con la cabeza—. ¿Por qué?

—Rezá porque no se crucen... porque les dije que estén acá para esa hora y... —miró el reloj en su muñeca—. ...no creo que tarden tanto en llegar, hace un rato me dijeron que estaban por Barracas —hizo una pausa y me miró rápidamente—. Ah y Cande... yo que vos me cambiaría.

Suspiré a la vez que me dirigía hacia mi habitación pensando en el tiempo en el que había perdido en combinar ropa, maquillarme y peinarme. Todo para tener que cancelarlo.

Marqué el número de Iván y a los tres tonos logré comunicarme.

—¿Por qué cada vez que me llamás es solamente para darme malas noticias? —preguntó apenas me contestó  y me reí levemente—. ¿Qué pasó?

—Me olvidé que venían mis viejos a cenar —suspiré y me tiré en la cama— Vienen de Lanús pero a ellos les encanta venir al menos una vez al mes para pasar una noche con nosotras. Es medio obligatorio quedarse, al menos un rato... Iván, ¿estas por ahí  o te pudriste y me cortaste? —pregunté debido al silencio que oía. Oí su risa y me alivié porque no me haya cortado.

—Estoy acá, perdón, pasa que estás en altavoz y estaba ordenando... Cande, ¿a tu viejos les gusta el vino?

—¿Qué?

—Te pregunté si les gusta el vino.

—Eh... sí. ¿Por qué?

—¿Blanco o tinto?

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora