Martes, 21 de mayo de 2019.
Puerto Madero, Buenos Aires
—¿Podés dejar de ser tan torpe? —pregunté, aun sobre sus labios—. Me acabás de clavar un mueble en la pierna.
—Qué lastima que no fue otra cosa —habló sobre mi cuello y le pegué en el costado para que dejara de hacer esos comentarios.
Sonreí sobre sus labios y él besó los míos de esa manera. Sus besos iban de mis labios, mi mandíbula, mi oreja a mi cuello y no había lugar que más me gustara que este último, y él lo sabía a la perfección. Como una de sus manos estaba en mi mejilla, la dirigió hacia mi cintura para luego juntar ambas en mis piernas. Lo entendí como esa señal de subirse arriba de él, así que eso hice.
—Para que dejes de quejarte —murmuró mientras caminaba conmigo encima. Me reí en su cuello y le dejé un beso ahí.
Caímos ambos en la cama, aunque esta vez él estaba encima de mi, y sentí cómo su pecho chocaba contra el mío mientras me seguía besando. Agarré su pelo y pasé una mano por allí mientras la otra pasaba por su cuello hasta agarrar su remera, la cual se sacó con mi ayuda.
—Te voy a extrañar —confesó separándose un poco de mi. Apoyó sus codos a mis costados tratando de no aplastarme y sonreí un poco ante aquel comentario.
—No me voy por tanto tiempo —susurró y asintió levemente, solo me observaba.
Me sentía ínfima cuando me miraba, sentía que estaba haciendo un análisis profundo de toda mi persona y eso me ponía incómoda.
—Dejá de hacer eso.
—¿El qué? —preguntó bajando su cabeza hacia mi pecho para dejar algunos besos allí.
—El mirarme tan fijamente —levantó su cabeza de mi y volvió a mirarme así—. Dale Iván, cortala —le dije mientras me reía.
—Es que sos muy linda —me dedicó una media sonrisa y volvió a concentrar toda su atención en mis labios.
Esta vez me besó más lento, como si el tiempo afuera ni siquiera importara. Como si, en realidad, sólo nosotros dos importáramos. Y pensándolo así, me agradaba aquella idea.
—Te quiero —dije aun teniéndolo encima mío y en mis labios. Él dejó sus labios allí, pero no habló hasta que nos separamos.
—¿Qué dijiste? —preguntó frunciendo el ceño.
—Que te quiero —confesé y esbozé una sonrisa tonta.
Era de esas personas que en cuanto sentían algo tenían la necesidad de expresarlo o comunicarlo. Con gestos, con frases, con lo que sea, pero siempre lo comunicaba. Esta no fue la excepción.
Y la verdad era que lo había estado meditando desde hacía algunos días y llegué a la conclusión de que lo quería. De hecho, ¿cómo podría no hacerlo? Si era tan bueno, tan atento, tan... tan Iván.
Nuestros pechos subían y bajaban debido a la falta de respiración, pero bien sentí cuando el suyo comenzó a acelerarse y su cara comenzó a ser otra cosa. Ahí fue cuando tuve que intervenir nuevamente:

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12:51 | Iván Marcone.
Fanfiction12:51 fue la hora en la que mi voz buscó las palabras para hablarte.