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Sábado, 19 de enero de 2019.

Complejo Pedro Pompilio, Buenos Aires.

Iván.

Nunca fui un tipo de arraigarme a las cosas. Suponía que era un efecto colateral de ser tan desconfiado y poco cariñoso con lo que me rodeaba, incluso con las personas.

Por eso, la decisión de volver a Argentina no había sido para nada difícil: había sido elegir entre un futuro con la Selección, o quedarme en México. Y nada, realmente, me arraigaba a aquel país, que tan bien me había recibido hace un año.

Las críticas me importaban poco. Si era un traidor, si hice una mala elección, si no me convenía, y demás. Siempre fui alguien ambicioso, siempre quise más de lo que tenía. Y Boca me ofrecía mucho más de lo que yo pedía; por ejemplo, el hecho de que uno de mis mejores amigos juegue conmigo y que el nuevo director técnico me conozca. Eran todas cosas que si bien parecían tontas a simple vista, sumaban a la hora de hacer una elección.

El sábado a primera hora tuve el primer entrenamiento junto con Jorman Campuzano. La mayoría del plantel estaba en Mar del Plata, donde se disputarían los partidos de verano, así que para viajar e integrarnos al grupo necesitaban sí o sí calificar nuestro estado físico.

Pasamos la mañana entrenando. Pases, reducidos, tiros al arco, cabezazos, y demás. La jornada finalizó a eso de las doce y algo, una vez que ambos habíamos "pasado", por así decirlo, el entrenamiento y estábamos aptos para integrarnos mañana mismo con el resto del plantel.

Era algo inservible bañarme si después volvería a hacerlo en casa al llegar, pero manejar sucio no entraba entre mis posibilidades. Así que en cuanto estuve presentable, agarré las pocas cosas que había traído, saludé a gente perteneciente al club y me recordaron mil veces que debería ser puntual mañana si quería incorporarme.

Al salir del complejo, fue inevitable dejar de escuchar risas femeninas. Me paré casi en la entrada al oírlas, buscando con la mirada a sus propietarias.

Las divisé en el estacionamiento, para donde yo me dirigía. Era un grupo de chicas y estaban vestidas informales, aunque cada una poseía una chomba con el escudo del club y un bolso o una mochila colgando de sus hombros.
Reconocí a una de ellas de ayer, el día de mi presentación. Tenía el pelo negro y algo rizado y un característico lunar a la altura del mentón. Todas se reían de lo que una rubia decía y parecía que esperaban a alguien.

Como yo.

Casi como si el cielo y los astros se alinearan, en el estacionamiento apareció otro auto y se detuvo junto a ellas. Bajó la ventanilla del conductor y vi que era la persona que, inconscientemente, había estado buscando.

Estacionó el auto en pocas maniobras, luego se bajó y saludó una por una a, supongo yo, sus compañeras.

Tenía el pelo por los hombros con un color castaño oscuro. Era alta, casi de mi misma altura, tenía una piel muy blanca y lucía una radiante sonrisa que no tenía problemas en enseñar. Llevaba puesto un short corto color azul francia, la misma remera del club que sus amigas y unas zapatillas deportivas.

Estaban demasiado enfrascadas en ver si las estaba mirando o no, y en un momento me pareció que estaba imitando los pasos de un acosador, así que comencé a caminar hacia mi auto -que estaba cerca de donde se ubicaron- y a parecer distraído con mi celular.

Ni siquiera se inmutaron al verme abrir las puertas -con el ruido que estas producían- y tampoco al guardar el bolso en el baúl, excepto una que sí lo hizo.

La recién llegada parecía ajena a lo que sus amigas hablaban. Por lo menos, eso parecía, ya que su mirada seguía en lo que yo estaba haciendo, hasta que cerré el baúl y ella pasó a mirarme a mí.

Mantuve la mirada algunos segundos más con ella. Pareció que la había logrado poner incómoda, porque rápidamente la desvió y trató de poner atención en sus amigas. Y digo trató, porque volvió la vista a mis ojos y yo seguía observándola, esta vez con una media sonrisa.

El juego de miradas era un poco absurdo. Me cansé de aquello rápidamente, no sin ver otra vez hacia ella quien ahora me miraba con un atisbo de sonrisa, y volví a tirar todo dentro del auto para subirme y poder ir hacia mi casa.

Cuando me bañé por segunda vez en el día, lo primero que hice fue buscar mi celular. Abrí Instagram y me fijé en las miles de publicaciones del club, a ver si por lo menos había alguna foto de aquellas chicas.

Nada, parecía que no existían.

Tuve que bajar mucho para encontrar algo que me llamara la atención. Era una foto de unas chicas celebrando con una copa, y la publicación constaba del cuatro de diciembre del año pasado.

Leí la publicación atentamente: al parecer, todas pertenecían al equipo de voley femenino, ya que reconocí a algunas de las chicas que se encontraban hablando hoy en el estacionamiento. Y, por supuesto, a ella: sonriendo de oreja a oreja y mostrando una medalla.

No había nadie etiquetado, por lo que fue bastante molesto no saber el nombre de ninguna. Busqué Guerreras, que era como se llamaba el equipo de voley, y encontré una cuenta que informaba sobre ellas. Había muchas publicaciones también, pero había una foto donde se estaban riendo y ella aparecía. Esta vez, había una etiqueta en donde se encontraba ella: Candela Salinas.











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Fav si tuve que cambiar todo el capítulo porque las fechas no me coincidían con los partidos y los hechos. Fav.

(Jaja cómo vamos a jugar tan mal? Necesito más mayúsculas para gritar).

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora