Lunes, 15 de abril de 2019.
La Boca, Buenos Aires
Si tuviese que definir al mes de abril en una sola palabra, lo describiría como intenso.
El cuarto mes del año trajo consigo la dichosa facultad, y la mitad de mi segundo año en la carrera de Nutrición. Me anoté a las materias restantes del año pensando en que debería estar en tercero, y no tan atrasada, pero luego recordaba que llevar una vida entre el trabajo; los entrenamientos; la carrera y, por si no fuera poco, mi vida social, no era para nada fácil y entonces reflexionaba en que todos teníamos nuestro tiempo para todo. Este era mi tiempo y no creía estar haciéndolo tan mal, después de todo.
Estábamos disputando la final de la Liga femenina, contra San Lorenzo, la cual constaba de dos etapas: una de ida, otra de vuelta. La ida había sido ayer en Boedo, en donde habíamos perdido 3 a 0 y por supuesto que no estábamos alegres con aquel resultado. La vuelta se disputaría el miércoles en La Boca, razón por la cual Allona, nuestro director técnico, había solicitado un entrenamiento de dos turnos.
Creía que podía hablar en nombre de todas al decir que nos encontrábamos sumamente cansadas. Se notaba en nuestras caras ojerosas y en las pocas ganas que teníamos de vivir luego de nuestro primer turno. La mayoría nos habíamos dirigido hacia el comedor para almorzar, mientras que otras se hallaban en los vestuarios por cambios de ropa o de accesorios.
—Dijo Gonzalo que para las dos menos cuarto nos quiere en los vestuarios. —habló Valentina Galiano mientras tecleaba algo en su teléfono. Agostina tiró de la puerta y se posicionó al lado, a la vez que nos dejaba pasar, yo le guiñé el ojo en respuesta.
Nos sentamos en una mesa larga y las chicas comenzaron a hablar de trivialidades, evadiendo rápidamente todo lo que sea sobre la final. Nunca faltaba la que sacaba fotos o boludeaba con los filtros de Instagram, y me divertí un rato mientras observaba cómo Sabrina Torino era la encargada de aquello esta vez.
—Uh, me estoy quedando sin batería. —menciono la castaña mientras cerraba el cartel de la poca batería—. No tengo cargador, ¿alguna tiene?
—Eso te pasa por boludear. —canturreó Agostina mientras le dedicaba una sonrisa juguetona.
—Eso ya lo sé pero, ¿alguna tiene cargador o no?
—Yo tengo. —comenté, sacando lentamente la mano de mi mentón—. Está en el auto, pero si me bancás lo voy a buscar.
—Ay no, Cande. Dejá, lo cargo después.
—Voy, no tengo problema. Total también tengo que poner a cargar el mío. —dije, mientras sacudía mi celular—. Pedí por mí, ya vengo.
La castaña me tendió el teléfono para que lo cargara en el vestuario, y me dirigí hacia allí, en busca de las llaves del auto, con cansancio. Una vez que las encontré en el costado del enorme bolso, me encaminé hacia el estacionamiento. No era un tramo muy largo el que debía hacer, y realmente necesitaba salir, por al menos dos segundos, fuera del club.
Le quité el seguro al auto, lo abrí y rebusqué en la guantera por el cargador de repuesto que tenía. Cuando lo encontré, salí del auto y pegué un salto del susto al ver que alguien estaba allí, con una mano posada sobre el techo y mirándome fijamente.
Iván.
Habían pasado casi diez días desde la última vez que habíamos hablado, y ya había perdido la cuenta de hacía cuánto no lo veía, ya que nuestros horarios diferían bastante uno de otros y pocas veces, por no decir que casi nunca, llegaban a coincidir.

ESTÁS LEYENDO
12:51 | Iván Marcone.
Fiksi Penggemar12:51 fue la hora en la que mi voz buscó las palabras para hablarte.