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Estacioné entre dos autos con un total de ocho movimientos. Sin embargo, cuando me bajé, la sonrisa de Iván —quien me esperaba en la puerta del polideportivo— no me pasó desapercibida.

—Yo lo hubiera hecho en cuatro maniobras, pero bien igual —dijo apenas me acerqué y elevé una ceja.

—Qué modesto.

—Es mi especialidad —miró mis labios y ladeó un poco la cabeza—. ¿No me pensás saludar?

—No.

Pasé por su lado fingiendo indignación y él se rió, pero luego me atrapó el brazo con un agarre firme. Sonreí porque era justo lo que esperaba.

—¿Por favor?

Me di vuelta lentamente y deposité un beso corto en sus labios. Al alejarme, Iván arrugó el ceño y me miró confundido.

—¿Solo eso?

—Sí, porque te reíste de cómo estacionaba —viró los ojos—. ¿Hacía mucho que me esperabas? —pregunté mientras me apoyaba de lado en la pared, imitando su posición.

—Nah, diez minutos, algo así —una media sonrisa tiró de sus labios—. Vi el partido anoche, bien eh.

—¿¡Lo viste!? —chillé emocionada y asintió.

—Obvio, no me pierdo ninguno —contestó con un tono de obviedad y no pude evitar sonreír—. ¿Por qué te sorprende tanto?

—No sé, antes no los veías.

Algo que me gustaba de Iván era que, usualmente, pensaba antes de hablar. Y digo usualmente porque no era siempre, sobre todo cuando estaba enojado o molesto, pero cuando lo hacía, lo agradecía.

Iván hizo un pequeño silencio antes de contestar.

—Antes las cosas eran diferentes —respondió mirándome a los ojos—. Me gusta verte jugar además. Hay algo medio hipnotizante en ver cómo la pelota pasa de un lado al otro.

No pude evitar reírme ante esa ocurrencia.

—¿Es eso o te gusta verme jugar realmente? —hice énfasis en la última palabra y él meneó la cabeza.

—A mí me gusta verte siempre, hagas lo que hagas.

Tuve que desviar la mirada luego de aquel comentario.

Y cuando lo hice, reconocí el auto gris entrando por el estacionamiento.

—Ahí vino Gastón —señalé y escuché a Iván suspirar.

—Me llamo Iván.

Lo miré por unos segundos y largó una carcajada.

—Perdón, ¿pero era necesario mencionarlo ahora? ¿No ves que te estaba diciendo algo lindo?

Dejé el bolso en el piso, pasé mis brazos por su cuello y sentí sus manos sobre la zona baja de mi espalda, correspondiéndome. Le di un beso allí y llevé mis labios a su oído.

—Vos podés decirme cosas lindas siempre, Marcone —susurré.

Su pecho retumbó junto el mío al reírse y detuvo sus manos a los costados de mi cintura para alejarme unos centímetros.

—Tengo que ir a hablar con Gastón.

Asintió lentamente y me acerqué lo suficiente como para darle un beso corto, pero cuando quise alejarme, afianzó su agarre y me acercó más a él. Sonrió cuando le mordí el labio inferior, pero lejos de apartarme, me robó otro beso.

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora