30.

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La cabeza me palpitaba de lo mal que había dormido, aproximadamente una hora. Había perdido la cuenta de la cantidad de vueltas que había dado en la cama, tanto así que a eso de las cinco decidí levantarme y al menos tomarme un café para luego terminar los últimos detalles. 

Recibí el mensaje de Iván diciendo que estaba abajo y me apuré para dejarle una nota a Florencia, no me animaba a ir hasta su habitación y saludarla, así que le dije que disfrutara los días con el departamento vacío y que no me extrañara demasiado. Bajé con la mochila y un pequeño bolso de manos justo en el momento en el que del auto negro estacionado frente a la puerta del edificio, bajaba el cinco de Boca. 

Estaba vestido con un buzo negro y un inusual jogging con un escudo del Bayern -de esos que estaban de moda- y una gorra de algún equipo de básquet estadounidense que no logré identificar.

Lo primero que hice fue abalanzarme sobre él y abrazarlo fuertemente. Lo sentí reírse y le di besos en el cuello.

—Hermosa demostración pública de amor —murmuró y me separé algunos centímetros—. Buen día. 

—Buen día, perdón —le di un rápido beso en los labios—. ¿Vamos?

—Vamos —abrió la puerta trasera para dejar la mochila en el asiento de atrás—. No trajiste dos valijas enormes, voy a pedir un deseo.

—¿Pero quién te pensás que soy, Charlotte Caniggia?

—Nah, vos sos mucho más linda —me sonrió desde el lado del conductor y se abrió la puerta para luego meterse dentro, imité su acción y lo primero que me shockeó fue la mezcla entre su perfume y el olor del perfume de auto que había acá dentro.

Antes de haberme ido a dormir -o mejor dicho intentado haber dormir- había googleado Tandil. Sabía que estaba a casi cinco horas de distancia de Capital y que había un montón de lugares por visitar, obviamente ya tenía pensado dónde y cuándo ir. 

Como era lo obvio, no había ni un alma en la calle. En poco menos de diez minutos ya nos encontrábamos en dirección hacia la autopista que llevaba hacia el sur de la provincia. Seguí el recorrido en el celular y aparentemente íbamos a llegar tipo nueve o diez. 

—Acá dice que son como cinco horas de viaje —murmuré mirando al frente y él produjo algún sonido con la garganta. 

—Ponele dos o tres. 

—¿Dos o tres? ¿Pensás volar? —pregunté divertida y volteé a verlo. Me dedicó una corta mirada y volvió a mirar al frente. 

—No volar pero no pienso bajar de los 140 en la ruta.

—O sea que vamos a recrear Rápido y Furioso —contesté y logré que se riera a carcajadas—. ¿Serías el pelado o el rubio? 

—El rubio, al menos era fachero —replicó y justo bostecé—. ¿Dormiste algo? 

—Una hora. 

—¿Una hora nada más? ¿Cómo hacés para mantenerte despierta? —iba a contestarle que no tenía ni idea pero que por ahora no me sentía cansada, aunque me ganó de mano: —Dormí y te despierto cuando paremos. 

—¿Y dónde vas a parar?

—No tengo la más pálida idea —confesó y sacó una mano del volante para pasársela por barba—. Pero en serio, dormí y te despierto cuando paremos. 

—No tengo sueño igual —mentí y volví a bostezar, a lo que él se rió. 

—Te estas cayendo del cansancio, chanta. 

12:51 | Iván Marcone.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora