III ⸺ Tierras del bosque

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Había pasado poco más de un mes desde que llegamos a nuestra antigua casa en las tierras del bosque. 

Se trataba de una pequeña cabaña de madera, escondida entre la espesura de un grupo de árboles de frondoso follaje, que la hacían casi imperceptible a no ser que supieras donde buscar

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Se trataba de una pequeña cabaña de madera, escondida entre la espesura de un grupo de árboles de frondoso follaje, que la hacían casi imperceptible a no ser que supieras donde buscar. 

Estaba claro que estaríamos bien protegidos.

Tampoco estaba segura que los guardias de palacio fueran a adentrarse tanto en el bosque, pero no podíamos escatimar en precauciones, teniendo en cuenta que nuestra coartada se basaba en un supuesto familiar enfermo lejos de las tierras de Camelot. No podíamos arriesgarnos a ser descubiertos, por eso, aún contando con el camuflaje de los árboles que envolvían nuestro hogar, mi madre colocó un círculo de piedras en torno a la casa, a las cuales había otorgado un glamour, el cual hacía nuestro hogar casi imperceptible al ojo humano. 

Mi padre había comenzado el cultivo de un pequeño huerto que situó en las proximidades de nuestra nueva morada. 

Habíamos conseguido traer varias bolsas de semillas de Camelot, y las plantamos con la esperanza de que dieran frutos pronto.

Algunas de ellas habían empezado a germinar, aunque otras no tuvieron tanta suerte. Pasó largo tiempo hasta que pudimos empezar a recoger algunas de las hortalizas y tubérculos que habíamos plantado. Teníamos sobretodo patatas, tomates y zanahorias. Pero hasta que los cultivos dieron sus frutos, subsistimos a base del poco trigo que conseguimos traer de Camelot y sopas de hierbas y raíces que mi madre recogía del bosque. 

Fueron unos primeros meses bastante duros. 

La cabaña no era muy grande, aunque tampoco éramos una familia muy numerosa. 

Tenía dos habitaciones y el centro de la casa, donde se encontraba la lumbre y una mesita de madera, donde nos reuníamos a comer y en la que mi madre cocinaba. Contábamos también con un río a una milla, puede que algo menos, de nuestro hogar. 

Una vez a la semana íbamos hasta allí, y rellenábamos haciendo varios viajes un barril que construyó mi padre donde almacenábamos el agua para cocinar y asearnos. Aunque es cierto que vi a mi madre un par de veces aumentar el nivel del agua usando la magia. No solía hacerlo mucho, ya que siempre decía que no era algo que hubiera que usar a la ligera. 

Durante los primeros meses de nuestra estancia en el bosque, debido al poco alimento que consumíamos, mi madre me dijo que sería mejor que esperara un tiempo para empezar a practicar con mis recién adquiridos nuevos dones.

La razón principal era que, el uso de aquel poder, conllevaba un gran gasto de energía, y podía ser fatal si se excedían los límites del cuerpo. 

Aunque a decir verdad, yo no es que tuviera prisa alguna por usar aquello. Eso que mi madre llamaba don, yo lo veía solo como la maldición que fue la causante de tener que abandonar mi hogar. 

Merlín  ⸺⊱ THE SUNSTONE ⊰⸺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora