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En cuanto llegó a Naturalis, la pequeña tienda que la señora Beatrix Harte tenía en el corazón del pueblo, Nya pudo distinguir a través del vidrio del escaparate a Isabel junto a otra muchacha. Miró la hora con rapidez, asegurándose que todavía no fuera demasiado tarde. Con gusto se dio cuenta que todavía tenía siete minutos antes de la hora pactada.
Aprovechándose de su reflejo en el pulido vidrio del local, se aseguró que tuviera una imagen presentable, que nada estuviera fuera de lugar. No quería dar indicios de haber dormido en arena y tierra o haberse alejado de la civilización para botar esas ramitas. Además, le era fácil recordar las palabras de su amiga francesa: "La gente no te conoce, pero te mira. Aunque no les guste aceptarlo, te juzgarán por como luces."
Se acercó a la entrada y al momento de abrir la puerta, sonó una campanita por encima de su cuerpo, anunciando su llegada. Las dos mujeres que ya se encontraban en el interior del lugar se giraron a verla. La desconocida con la que Isabel había estado hablando era de contextura delgada, sus cabellos negros estaban recogidos en un moño algo desordenado y sus rasgos eran asiáticos. Ambas le sonrieron con amabilidad, mientras que la castaña oscura les correspondió con el mismo gesto, un poco más tímido.
—Por un segundo creí que no vendrías —comentó la francesa acercándose para saludarla con un beso en cada mejilla pecosa.
—Solo tuve un pequeño percance esta mañana antes de salir, pero ya todo está en orden —aclaró a medias.
