TREINTA Y OCHO

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Abro los ojos, lo primero que veo es la luna reflejada en el agua, a pesar de haber podido abrir los ojos. Estoy prácticamente pegada al sillón, estoy petrificada de miedo, es un poco tolerable. Pero eso no quiere decir que no este presente.

— ¿Como te encuentras?—lo escucho decir.

—Sigo viva, así que estoy perfectamente—murmuro a pesar del sonido del viento se que me escucho.

—ya casi llegamos, tranquila.

Me quedo mirando fijamente la orilla que cada vez se ve más lejos.

El yate comienza a detenerse.

—Ya llegamos—me informa.

Le siento acercarse, me da su mano para ayudarme a parar.

—Gracias.

—se ve mucho mas grande de cerca—murmuro.

Michael con su mano a un agarrada de la mía me hace caminar hacia el castillo que se ve majestuoso.

—Si—se muestra de acuerdo—y eso que no lo has visto por dentro.

—si se ve así por afuera, ya me lo puedo imaginar.

...

¿Que me lo podía imaginar?

Me equivoque nunca hubiera podido imaginármelo.

Michael disfraza su risa con una tos falsa.

—Es de ensueño—digo embobada por todo lo que veo en mi alrededor.

—lo se—dice con actitud de diva y hace como si se estuviera quitando polvillo de su hombro.

—Presumido— le digo en broma.

—De nacimiento, cara—hace un movimiento extraño con sus manos.

Sin poderlo evitar comencé a reír.

— ¡Te hacia mas serio!—exclamo divertida.

—Seria aburrido siempre estar serio—hace una pausa para añadir—hay un momento para todo.

—Tienes razón—concuerdo con el.

sigo mirando todo a mi alrededor, lo que mas me llamo la atención fue los tonos utilizados en la decoración, un blanco hueso y un rojo vino, que por cierto es uno de mis colores favoritos, pero comenzare a detallar desde el principio. Una gran entrada con dos grande columnas a cada lado con diseños en plata y de color blanco, dos grandes puertas de color blanco puro y en el medio el escudo familiar que al abrir las puertas se dividían en dos.

Pero por dentro un vestíbulo del tamaño de la mitad de mi casa, sin exagerar, con un candelabro de cristal y lo mas sorprendente, lo que según me explico Michael no estaba hecho de cristal si no que en lo que realidad estaba hecho era de diamantes.

—Hijo—la voz de una mujer me deja paralizada en mi lugar.

Bajando las escaleras con elegancia se encuentra una mujer de piel blanca y unos hermosos ojos verde esmeralda, de pelo negro el cual se encuentra recogido en una trenza francesa posada en su hombro izquierdo enfundada en un vestido blanco con un cinturón negro en su cintura.

Síntesis: Es hermosa.

—Madre— el la saluda dándole un delicado beso en su mejilla.

La mujer desvía la mirada desde su hijo hacia mí.

—Que educación la mía, disculpa cariño—dice la mujer ojiverde con voz delicada.

Me abraza.

Almas De Hierro © (En Edicion)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora