La llamada

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—¿Qué demonios eres? —Estaban los dos tumbados a cada lado del sofá. Ella abrigada con una manta y sosteniendo un libro del que no había avanzado ni una página. Él, de nuevo en forma de lobo. Lobo, no perro. Ahora no podía pensar en él de otra forma ¿Es mejor acostarse con un hombre-lobo que con un hombre-perro? Lo pateó con suavidad por debajo de la manta. Él agachó la cabeza y le mordisqueó el pie; movió la cola. Luego volvió a cambiar.

Era fascinante verlo. El largo pelaje decreciendo, los huesos danzando bajo la piel tensa, estirando aquí y retirando allá. Y ahí estaba de nuevo: grande, hermoso, desnudo. Sonriendo, por primera vez. Fue hacia ella y tiró de la manta para meterse debajo.

—Sin el pelo tú también tienes frío ¿Verdad?

Él le birló el libro y lo miró con atención. No parecía que fuese la primera vez que sujetaba uno, sus dedos sabían pasar las páginas. Rozó las palabras escritas y sacudió la cabeza con el mismo gesto que al intentar hablar. Se lo devolvió, se tumbó a su lado y la atrajo contra él. Sus labios le rozaron la sien y Julia no pudo más, se liberó de un tirón y saltó del sofá.

—No puedo. No puedo, seas quien seas. Demasiado pronto.

Estaba casi gritando. Él solo la miró. Volvió a cambiar y regresó con calma a su sitio inicial en el sofá.

—Lo siento. Siento haber chillado. Ojalá pudieras entenderme.

Tomó aliento para explicarse, sin saber muy bien porqué lo hacía, o si él era capaz de comprender. Pero de improviso Peluche se alzó con el pelo de lomo erizado. No la miraba a ella, sino la ventana. Saltó al suelo, cambió de forma y forcejeó con el cierre. La miró y lanzó un gemido incongruente en esa forma humana.

—Vale, vale. Te abro. ¿Qué te ocurre?

El viento frío se coló arrastrando unos copos ligeros. El hombre volvió a cambiar a bestia, estiró las orejas picudas. Luego alzó el hocico hacia el cielo y aulló.

La canción de los lobos, primigenia y salvaje. Julia sintió que el pelo se le ponía de punta. Peluche repitió el canto una, dos, tres veces. Luego volvió a escuchar. Y entonces ella también lo oyó, un aullido lejano, casi imperceptible. Julia cerró la ventana con un portazo.

—No. Por Dios, más no.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora