Ilbreich

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Al atardecer paró de nevar y volvió la electricidad, sin embargo Julia no estaba para celebraciones. Peluche entraba y salía continuamente, nervioso, olisqueando el viento en su forma lobuna. ¿A quién esperaba?

—Si es una loba con cachorros vamos a tener un disgusto.

La verdad es que no sabía si preparar una bandeja con pastas o la escopeta. Finalmente no buscó nada, cerró la puerta para retener a Peluche dentro y aguardó sentada en la escalera.

Estaba anocheciendo cuando llegó el visitante, caminando solo. Un hombre joven, a principios de la veintena, con el pelo rubio recogido en una pulcra coleta. Era enorme de altura y de anchura. Incluso bajo la cazadora se le adivinaba una musculatura maciza. Venía de la montaña, del parque. Lo atravesaban un par de carreteras, pero Julia no había oído ningún motor. Una distancia muy larga para recorrerla a pie.

—Perdón. Única casa con luz —Tenía un acento muy fuerte que Julia no reconoció—. Perdido perro mío, hace tres semanas. Grande, blanco ¿Ha visto?

Antes de que Julia decidiera si negar la mayor o pedir más datos, Peluche comenzó arañar y ladró al otro lado de la puerta. Unos segundos de silencio y la puerta se abrió con un chasquido. El cerrojo era fácil de abrir desde dentro con unas manos humanas.

El visitante sonrió con alivio, subió la escalera de dos en dos y se abrazaron como si salir a la calle en pleno invierno y en pelotas fuera lo más normal del mundo. Julia sintió una cuchillada de angustia «Ha encontrado a los suyos. Ahora se irá». El visitante zarandeaba a Peluche, mucho menos corpulento, riendo y casi chillando a la vez en un idioma sonoro y gutural. Hizo una pausa y preguntó algo en el mismo idioma. Peluche le miró inexpresivo, movió los labios en un balbuceo torpe y la sonrisa del visitante se congeló. Peluche se apartó, irritado y se dejó caer cambiando a su forma lobuna. Allí lanzó un par de aullidos cortos, como si protestase.

—¿Esperabas que te respondiera?

El visitante se giró hacia ella. Consternación, miedo, sorpresa... Las emociones se perseguían en círculo sobre su cara.

—Tú... No primera vez que ves cambiar.

—Estupendo, tú también lo ves. No estoy loca yo sino el mundo. Salvo que seas una ilusión muy elaborada.

El joven sacudió la cabeza, sacó de la cazadora lo que parecía una mecha retorcida y la prendió por un extremo. Olía a hierbas y miel.

—Hablemos. ¿Desde cuando conoces a mi hermano?

Julia oyó perfectamente la frase, en el idioma gutural y desconocido. Al mismo tiempo, en el fondo de su cabeza, un eco traducía palabra por palabra.

—¿Qué es esto? ¿Brujería? ¿Hipnotismo?

Después del accidente que la dejó sin familia había vivido varios días insensible como una piedra. Esto era parecido, estaba demasiado saturada para sentir asombro.

—Por favor. Mi hermano. ¿Qué le ocurre? ¿Por qué no puede hablar?

—¿Cómo quieres que lo sepa? Por lo que yo sabía hace un mes, esa era toda la conversación que se podía esperar de un hombre lobo. ¿Antes hablaba con normalidad?

—¿Rodrerich "lengua de plata"? Si. Claro que si.

Parecía al borde de las lágrimas. Comprensible si esperaba de Peluche... o Rodrerich, algo más que el comportamiento de un perro listo.

—Cuando llegó tenía un buen golpe en la cabeza. ¿Puede ser daño cerebral?

—Nosotros sanamos de casi todo... Pero algunas heridas llevan más tiempo que otras. ¿Dirías que ha ido mejorando?

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora