Animal doméstico

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El sol breve del norte se estaba ya retirando cuando al día siguiente cruzaron de regreso a la malla. Tras una noche de sueño, un favorecedor corte a capas y varias horas pateando tiendas, Julia se sentía de nuevo ella misma. Y profundamente avergonzada de su arranque de la noche anterior.

—No te disculpes otra vez —la riñó Ilbreich, mientras se desvestía y buscaba sitio para la ropa en la mochila; Julia había atiborrado ambas con sus compras—. Aterrizar en el clan es para desquiciar a cualquiera, sin necesidad de que te echemos encima todos los problemas de la familia. Te aseguro que yo estuve bastante peor cuando llegué a Rendalen, cuando recuerdo esa época y lo que soportó mi pobre hermano, se lo perdono todo.

—Seguro que en el fondo ocuparse de un niño nuevo le proporcionó consuelo —disculpó Julia—. No le he oído hablar de sus hijos nunca, en realidad. Solo de ti. Tampoco ha mencionado a su mujer.

Esperó una contestación del príncipe, que parecía muy ocupado ajustando una mochila que dentro de nada estaría sujeta a otro cuerpo muy diferente.

—Hay una buena carrera de aquí a Refugio de Hielo —dijo él al fin—. Si te sientes cansada y quieres que paremos un rato, dame una palmada, no hay necesidad de que te agotes, ¿de acuerdo?

—¿Estás evitando hablar de ellos?

—Yo no los conocí, Julia —Ilbreich esquivó su mirada, incómodo—. Y su muerte fue inútil e injusta, y claro que a Rodrerich le duele aún. Ya lo oíste amenazar a Kjellfrid.

Cambió a su forma de lobo, cortando la conversación. Julia trepó descontenta a su lomo.

«Pero yo lo que quiero que me cuentes es sobre su vida» pensó malhumorada. Esperaba que no hubiera ahí otra historia truculenta del pueblo lobo, un matrimonio de conveniencia e infeliz.

Pronto se distrajo observando con atención los zarcillos entrecruzados. ¿Cómo se orientaban uno en aquel laberinto, si además los zarcillos se movían con una ciega voluntad? Ilbreich no parecía dudar, lanzado a un galope sinuoso que devoraba las distancias.

Más tarde, Julia no estaría segura de qué fue lo que les salvó. Era cierto que había estado practicando su don, percibiendo el torbellino de energía que era Ilbreich lanzado a la carrera, la forma en la que parecía pulsar y cambiar bajo sus dedos. Pudo ser un aviso temprano, que no notó de forma consciente. Pudo ser casualidad, simple cansancio, un resbalón que la hizo agarrarse de golpe con más fuerza.

El príncipe la notó tambalearse y refrenó un instante su carrera; al momento siguiente una sombra se alzó entre la membrana traslúcida del zarcillo y las luces del fulgor. Y dos garras negras, terminadas en cuatro uñas curvas como cuernos de carnero perforaron la membrana, en el lugar donde hubieran estado un segundo después.

Ilbreich saltó de costado mientras toda la pared del zarcillo se rasgaba, dando paso a una criatura de casi tres metros, cuerpo globoso y largísimas patas. La forma recordaba a una araña, con una boca curva repleta de dientes como la de un tiburón.

El quiebro lanzó a Julia fuera de su montura y rodó por la membrana asustada y confusa. Ilbreich comenzó a cambiar de forma. Giró la cabeza hacia ella e Intentó gritar con una garganta que no era capaz de formar palabras. La criatura brincó sobre aquellas patas curvas y derribó al príncipe sobre el suelo.

Julia vació los pulmones, extendió las manos y cerró los ojos. Fiando todo a aquellos sentidos nuevos que apenas entendía, buscó frente a ella; la criatura era una presencia sedosa, su energía se trenzaba como capas de gasa entrelazadas. Aferró mentalmene aquello y tiró tan fuerte como se atrevió.

Hubo un sonido casi melodioso, como un diapasón. Se atrevió a abrir los ojos, mientras sus manos mentales seguían devanando aquella gasa, como quien deshace un tejido de lana tirando del hilo. La criatura había retrocedido e Ilbreich se alzaba, alcanzada ya la forma de guerra.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora