Teresa les condujo a través de un laberinto de corredores adintelados con grandes losas de piedra, abiertos a los lados a pequeñas habitaciones. Las más cercanas a la entrada estaban cerradas con mantas y cortinas. En otras se amontonaban cajas, y el resto estaban vacías. Julia no vio rastro de luz eléctrica ni ventanas, ni salidas al exterior. Si era un refugio, no parecía muy cómodo.
Arribaron a una cámara que la lámpara de Teresa apenas llegaba a iluminar, con un semicírculo de gradas que descendía desde la entrada. Enfrentado al graderío había un estrado coronado por un escaño, desbastado en una sola roca de mármol blanco. Junto a él habían dispuesto más luces; la abuela de Teresa les esperaba sentada, absorta leyendo notas.
Bajaron por una fila de escalones tallados junto al muro. Cada palmo de las paredes estaba grabado con espirales, zig-zags y patrones circulares, con trazos profundos y toscos. El sonido de sus pasos resonó al descender como en una catedral vacía.
—Bienvenidos —saludó la abuela, mirándolos por encima de las gafas—. Julia, niña, de momento te voy a pedir que te sientes y guardes silencio. Luego puede que te pregunte algunas cosas.
Palmeó el escaño a su lado, y Julia obedeció sin rechistar. La abuela de Teresa siempre la había intimidado; era seca y flaca como una parra, y pese haber tenido doce hijos, la anciana menos aficionada a los niños que conocía. Teresa se colocó al otro lado, de pie junto al escaño.
—Mi nombre es Olaya Coria —anunció la anciana. Apuntó a los dos hermanos con un dedo sarmentoso—. ¿Quienes sois vosotros dos?
Rodrerich realizó una genuflexión elegante y breve, que su hermano imitó un segundo después con más torpeza. «No te la vas a ganar tan fácil como a Brisa, no sueñes».
—Saludos, Matriarca de Mesas de Piedra —comenzó Rodrerich. Julia percibió el inquietante eco, ya familiar, traduciendo las palabras en el fondo de su mente—. Mi nombre es Rodrerich Vargsón, y él es mi hermano Ilbreich. Nacimos ambos súbditos de Refugio de Hielo, en Rendalen.
La matriarca tomó aire con un silbido y Rodrerich se detuvo. A Julia le pareció avergonzado e inseguro por primera vez desde que dejó de ser una mascota.
—"Nacidos súbditos", sin duda —declaró la Matriarca con una punta de ironía—. Y nadie te puede acusar de faltar a la verdad. Dime, Rey Lobo: si alguien se presentase a tu puerta diciendo que es hijo de Mesas de Piedra y de la estirpe Coria, ¿Cuánto tardarías en atar cabos?
Rodrerich volvió a inclinarse, con una mano sobre el pecho.
—Los Coria son una familia extensa, Matriarca. Pero no te falta razón: recordar las dinastías es parte de nuestro oficio. Discúlpame.
—No te echaré en cara ser prudente, cuando llevo una década intentando incrustárselo a mi nieta. Bien, resuelto quién y qué eres... —Señaló a Ilbreich—. Ahora tú, jovencito. O jovenzazo. ¿Eres también un Vargsón, o sois hermanos de madre? El viejo rey Fredrik solo tenía dos hijos ¿Verdad?
Ilbreich consultó con la mirada a su hermano, que asintió muy brevemente.
—Mi padre... tuvo bastantes más de dos hijos, Matriarca. Pero solo sobrevivimos nosotros, es cierto. Soy Ilbreich Vargsón, príncipe y heredero de Refugio de Hielo.
—De acuerdo, y entonces: ¿Qué demonios hace la realeza Vargsón al completo en mi casa, en territorio invadido por el Enjambre?
Rodrerich carraspeó.
—Según todas las noticias, esta zona era segura, Matriarca. Nadie tenía noticia de un avance del Enjambre... ¿Matriarca?
Olaya se había llevado una mano a la boca. Cuando habló de nuevo, lo hizo entre los dedos y despacio, como si se tuviera que arrancar las palabras una a una.
—Mandé... tres mensajeros. Para advertir a las manadas y pedir ayuda. Ignoraba si habían logrado romper el cerco. Dos de ellos eran mis nietos.
Julia vio a Teresa tambalearse y agarrar el escaño con los nudillos pálidos. Su amiga tenía cuatro hermanos menores. No recordaba haberlos visto desde que volvió al pueblo, no había preguntado por ellos. «Que egoístas nos vuelve el propio dolor» pensó con las lágrimas trepando por la garganta.
—Mis condolencias —suspiró Rodrerich—. Más sinceras de lo que imaginas, nosotros también hemos perdido... ¿El avance fue inesperado? ¿Guerreras y exploradores maduros, apenas desapariciones para advertir del peligro? Encaja en el cómo y por qué llegamos a tus tierras, Matriarca.
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Rey Lobo
WerewolfCuando Julia rescata a un perro maltratado, no sospecha que ese acto la arrastrará a la guerra entre el Pueblo Lobo y el Enjambre, y a un dédalo de traiciones y venganzas seculares. Pero también conocerá un amor feroz, lealtad y una nueva familia do...