La mano de un enemigo

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***IMPORTANTE: He cometido un error, y entre los capítulos "Monstruos del fulgor" y "Aguamusgo" me he saltado uno: "Rastros en la malla". Lo he publicado simultáneamente con este. Las que habéis leido ya esos capítulos deberíais volver atrás, porque en "Rastros en la malla" hay información significativa, de la que se habla precismente en los dos siguientes***

LO SIENTO MUCHO, MUCHISIMO :( :( :(


—El Bailiff de Aguamusgo está acostumbrado a mantenerse a la defensiva, lleva toda la vida haciéndolo. —Aili, Magnar de los Colmillos de Fenrir, meneó la cabeza—. No me extraña que quiera reservar tropas, lo que me asombra es que esa trucha sin agallas pretenda atacar Oslo.

La Señora de los Colmillos aparentaba unos años menos que Rodrerich y tenía un rostro amable, redondo como la luna y de achinados ojos grises. Los habían recibido con una hospitalidad apabullante: mientras Rodrerich hacía las presentaciones los habían arrastrado a una sala con paredes de piedra y bancos abrigados con pieles suaves. Mientras Rodrerich narraba el desencuentro con Aguamusgo les entregaron trajes de lana colorida, repleta de bordados. Julia se recostó, abrigada y satisfecha, aspirando el aroma a comida caliente, humo de leña y el salitre de la mar cercana, que de alguna forma lograba colarse incluso en la gran caverna.

—Mi opinión es que solo busca una excusa para reservarse gente. —Rodrerich se encogió de hombros, mientras un par de linajes aún casi niños empezaban a traer platos humeantes—. Refugio puede aportar veinticinco cambiantes y hasta treinta linajes capaces de combatir. Mesas de Piedra dieciséis cambiantes y unos veinte linajes.

—Los Colmillos otros veinte cambiantes —declaró la Magnar sin vacilar—. Preferiría no movilizar para esto a los linajes. Las guerreras son demasiado rápidas y en campo abierto una sola puede destrozarlos.

—Sin embargo en el interior de un nido y detrás de una línea de cambiantes, un linaje con buena puntería puede hacer estragos, te lo garantizo —afirmó Ilbreich con la boca llena.

La Magnar Aili gruñó, poco convencida.

—En todo caso, por poco que ponga de su parte Aguamusgo, deberíamos ser suficientes para limpiar el valle de los Coria. Después... ¿espero que ese viaje a Oslo no sea que estás pensando darle al Bailiff lo que pide?

—Tengo algunos asuntos domésticos que resolver —contestó Rodrerich evasivo—. Y es el criadero más cercano a mi clan, me gustaría averiguar si están enjambrando o es cierto que se encuentran latentes.

—Entrar en la malla ahí es demasiado arriesgado, no hagas estupideces porque ese pescado frío de Holger... disculpa.

Una mujer vestida con ropas de camuflaje invernal, el rostro enrojecido y nieve en los hombros acababa de entrar en la habitación. Parecía nerviosa; habló con su Magnar en rápidos susurros, mirando de cuando en cuando a los visitantes.

—Espera —ordenó Aili ceñuda. Se volvió, con una formalidad que hasta entonces había estado ausente—. Tengo una visita inesperada, Rey Lobo.

—Si necesitas atenderla no te preocupes por...

—La Reina Loba de Trondhein.

Ilbreich se puso en pie soltando una maldición, su hermano se limitó a quedarse muy quieto.

—No creía que tuvieras tanta amistad con ella como para que te visite sin previo aviso —observó con tono suave y controlado.

—No la tenemos. Sabe que estás aquí. —Detuvo con un gesto a Ilbreich, que había empezado a despojarse de su vestimenta—. Dice que se acoge a la paz del emisario. Viene sólo con dos escoltas, así que dudo que pretenda buscar pelea bajo mi techo.

Ante eso Rodrerich hizo un gesto con la palma abierta y el príncipe volvió a sentarse. A una inclinación de Aili, la mujer desapareció a la carrera.

—Trondhein... es a donde se fueron los partidarios de Harald el Maldito, ¿verdad? —dedujo Julia.

Rodrerich asintió sin mirarla. Tenía la vista clavada en la puerta, la boca crispada en una expresión salvaje y a Julia le pareció que su humanidad era ahora sólo una carcasa. Por debajo la fiera mostraba los colmillos.

No tardaron en llegar los visitantes, dos mujeres y un hombre. Estaban los tres desnudos y gotas de nieve medio derretida les salpicaban el pelo.

—No te daré la bienvenida, Reina Loba —advirtió Aili—. Puesto que vienes a sabiendas de que tu presencia ofende a mi huésped. La paz del emisario te protege, pero no tienes la hospitalidad de los Colmillos de Fenrir.

Aquella perorata no impresionó a la mujer. Era alta, de pelo lacio tan rubio que era casi blanco y edad indefinible: tenía la cara curtida y arrugada, pero el cuerpo musculado como el de una atleta no era de una mujer mayor. Permaneció erguida y digna en medio de la habitación.

—Mi nombre es Kjellfrid, Reina Loba de Venganza en el Norte. Tomé ese título hace seis años —recalcó—, cuando mi tío cayó peleando frente al Enjambre.

—Lamento que el Enjambre destruya a cualquiera de nuestra raza —indicó Rodreich, cortante—, aun siendo un enemigo. Pero haré una excepción en el caso de tu pariente.

Kjellfrid se limitó a asentir y cruzar los brazos, como si no esperase otra respuesta.

—Dicen que eres un gran skald, Rey Lobo. Voy a contarte una historia que quizás merezca una balada. Tranquilo, no me alargaré mucho. Cuando la termine, tú decidirás si debo marchar o quedarme.

»Defender Trondhein del Enjambre es una tarea compleja. Es una zona demasiado habitada; un nido puede reclutar en abundancia. Muchos viajeros entran y salen de los puertos y sería difícil detectar su desaparición. La extensión sin embargo no puede compararse con tus tierras de Rendalen; hace tiempo comprendimos que lo más efectivo era vigilar la malla, y encontrar los nidos antes de que las reinas tuvieran tiempo a madurar.

»Hace seis meses, una de esas patrullas encontró un enjambre en movimiento. Pero no se trataba de dos o tres guerreras con una cría de reina. Eran más de cuarenta, trasladando a una adulta.

Hizo una pausa; Rodrerich se inclinó hacia delante, interesado casi a su pesar, tenso como el animal cazador que ha olfateado el rastro.

—La patrulla la formaban dos linajes y una cambiante muy joven —prosiguió Kjellfrid—. Ella se quedó bloqueando el zarcillo para que el resto pudiera escapar y advertir al clan del peligro. Durante tres semanas las hostigamos sin tregua; atacando en pequeños grupos para retirarnos después, sin permitir que se asentaran donde la reina pudiera drenar el fulgor para alimentarlas. Así las debilitamos y dimos caza una a una, hasta acabar con ellas.

»Si la suerte no nos hubiera permitido encontrarlas antes de que anidaran, Venganza no hubiese sido capaz de destruirlas sola. La cambiante que se sacrificó para que la alarma llegase a tiempo era mi hija menor.

La reina cerró los ojos unos segundos; en la sala el silencio era absoluto.

—Hay demasiada sangre vertida entre tu clan y el mío, Rey Lobo. Nunca habrá afecto entre nosotros. Pero puedo sumar hasta veintitrés cambiantes a vuestra alianza. ¿Podéis vosotros permitiros rechazarlos?

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora