Ya hay suficiente muerte

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Cuando la reina terminó de hablar no hubo palabras, sólo un cruce de miradas entre los dos líderes y la heredera de Mesas de Piedra. Fue Ródrerich quien se levantó y caminó hacia Kjellfrid con la mano tendida.

—Hay dos hombres de Venganza en el Norte que morirán si se cruzan en mi camino —advirtió mientras se tomaban por los antebrazos—. Y los reconoceré, por más años que hayan pasado.

—No saldrán de Trondhein, tienes mi palabra.

Después fueron Teresa y Aili quienes se adelantaron y repitieron el gesto.

—Comida y ropa, para nuestros invitados —ordenó la magnar a su gente.

Sin embargo, la fácil conversación no se renaudó y a Julia le pareció que la temperatura de la sala había caído varios grados. Kjellfrid y los suyos vaciaron con cortesía sus platos pero se marcharon en cuanto fue educado hacerlo, y Rodrerich por su parte apenas tocó la comida. Parecía esforzarse de continuo para mantener la atención.

—Bueno, algo con lo que no contábamos —carraspeó la Magnar cuando el grupo de Venganza se retiró. Extendió la mano y palmeó a Rodrerich en el brazo—. Ojalá pudiera decir que esta es la decisión más difícil que vas a tomar en esta guerra, pero creo que mentiría.

—Los cambiantes de Venganza conocen tan bien al Enjambre como los de Aguamusgo —observó Rodrerich, con la mirada perdida—. Y a diferencia del bailiff, su reina está dispuesta a llevarlos a la batalla. No ha sido una decisión difícil, sólo desagradable.

Con un suspiro, se puso en pie e hizo una reverencia.

—Disculpadme, estoy siendo una compañía horrenda. No. —Puso la mano en el hombro de Ilbreich para evitar que se levantara también—. Quédate, es aún temprano. Pero recordad que mañana tenemos que tomar un tren para llegar a Oslo. No podemos acercarnos a través de la malla.

—Brisa y yo no iremos con vosotros, Rey Lobo —intervino Teresa—. Vamos a volver a Aguamusgo. Creo que será interesante que oigan lo que ha pasado antes de que la asamblea vote.

—Bien pensado —asintió Rodrerich con una sonrisa desvaída—. Dile a ese pez de río que he estrechado el brazo de Trondhein antes que el suyo.

—Intentaré que sea con esas mismas palabras.

Julia esperó a que desapareciera antes de girarse a Ilbreich.

—La gente de Venganza en el Norte fue la que asesinó a su familia, ¿verdad?

—Sí. —El príncipe se sirvió un vasito de aguardiente y lo vació, como si quisiera quitarse de la boca un mal sabor.

—Fue hace catorce años —indicó la Magnar—. Como ha remarcado Kjellfrid, era su tío el que gobernaba entonces.

—¿Obedecían órdenes? —Ilbreich le lanzó una mirada incrédula—. ¿En serio?

—La verdad, no. —Aili rellenó el vaso del príncipe y se sirvió otro para ella. Los dos lo apuraron de un sorbo—. Pero es todo lo que puedo pensar para hacer esto más fácil.

Se volvió hacia Julia y las dos cambiantes con una mueca triste.

—El único motivo por el que Venganza no fue destrozado por los demás clanes después de romper las leyes de la guerra, fue para que siguieran manteniendo a raya al Enjambre en Trondhein. Quiero tener la esperanza de que Kjellfrid esté hecha de otra pasta. Quizá pueda restañar lo que hizo su tío.

—Debe ser una mujer dura —observó Julia—, pero no me pareció insensible.

Recordó las sencillas palabras con las que la reina había contado su historia y su pérdida. De golpe se dio cuenta de que, sin pretenderlo, había posado la mano sobre su propio vientre en un gesto protector. Una sonrisa amable iluminó los alargados ojos grises de la magnar.

—Rodrerich no había tenido otra pareja después de perder a su familia. Era tiempo de que también eso se cerrase.

Ella aguantó su mirada, mordiéndose los labios. Sentía tatuada en las retinas la imagen de Rodrerich, tendiendo la mano a Kjellfrid. Y la de la propia reina, erguida frente a sus enemigos ancestrales, poniendo ante ellos su oferta. Y sintió por ambos un inconmensurable orgullo.

—Voy a acostarme yo también —dijo, notando que una decisión cristalizaba en su interior—. No tengo la resistencia de un cambiante, y estoy hecha puré.

No se dirigió al dormitorio de Teresa sino al de Rodrerich. Llamó a la puerta con suavidad y esperó intentando no acobardarse hasta que la puerta se abrió de un tirón impaciente.

—Estoy bien, Ilbre... —Rodrerich se paró en seco al encontrarse con ella en lugar de su hermano. Como era de esperar, estaba en cueros.

«¿Erais alérgicos a la plata o a la ropa?», pensó ella en silencio.

—Hola —dijo en cambio, que era lamentable pero al menos no estúpido—. ¿Puedo pasar?

—Por supuesto.

Se hizo a un lado y Julia paseó la vista alrededor. El cuarto parecía apropiado para un hombre lobo: pieles espesas alfombrando el suelo y cornamentas talladas colgadas de la pared. Otra piel, tan blanca que al principio le pareció falsa, estaba extendida sobre el fondo de la cama. La rozó con los dedos, buscando las palabras adecuadas.

—Pellejo de reno —explicó Rodrerich, tan cerca de su oreja que Julia respingó—. Una buena parte del linaje humano de los Colmillos son saami. En lo más profundo del invierno sacrifican animales blancos, para que la diosa sol vuelva al mundo. O como excusa para reunirse alrededor del asado. —Le acarició el pelo, con un roce largo y suave—. ¿Qué te ocurre?

—Demasiada muerte.

No era eso lo que quería decir.

—Lo sé. Lo siento.

Mucho menos quería que pareciese un reproche. «Era más fácil cuando teníamos que imaginar lo que el otro estaba diciendo».

—Demasiada muerte y demasiada pérdida. Estoy cansada de eso. —Se giró hacia él, las palabras se le agolparon en la garganta y supo lo que quería decir—. Quiero que tú y yo tengamos algo por lo que sentirnos felices.

Se estiró para alcanzar sus labios y lo besó, reconociendo de nuevo sus dientes ligeramente puntiagudos, y el sabor de su boca, y su olor, que nunca eran para ella del todo humanos. Cuando se separaron estaba sin aliento y de alguna forma Rodrerich la había levantado en el aire y ella no se había dado cuenta. Puso sus manos sobre el pecho marcado de cicatrices, y el corazón enorme que latía debajo.

—Solo por precaución: si nos interrumpe una guerrera, cambiante, reno o yeti, esta vez lo liquido yo misma. Así que si tienes manera de indicar a tu hermano que no se le ocurra llamar a esa puerta, más vale que la emplees.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora