Refuerzos

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Cuando abrió los ojos un hilo de luz diurna se filtraba desde algún respiradero. El calor de ambos había entibiado la cámara, que ahora, junto al olor a hojas muertas y tierra contenía un aroma familiar a humo y pelaje. Sólo faltaba el desayuno haciéndose y el té de romero, pensó con añoranza. Se giró buscando a Rodrerich; lo encontró de pie junto a una de las entradas, atento y moviendo suavemente la cola. Julia distinguió el sonido almohadillado de unas patas raspando en suelo de tierra

—¿Ilbreich? —susurró.

Rodrerich asintió, se agitó impaciente y ladró. Le contestó un gañido alegre, un forcejeo y una cabeza de lobo que se materializó a través de la abertura. El visitante se retorció empujándose a viva fuerza para pasar. Con un último esfuerzo, cayó rodando y aterrizó prácticamente los pies de Julia, despatarrado.

—Bienvenido, por fin alguien que puede traducir sin llenar la casa de humo.

Ilbreich gañó de nuevo, olisquandola. De repente la cola se le volvió un remolino, dio un par de brincos cortos y sepultó la cabeza en el regazo de Julia.

—¿Pero qué os pasa a vosotros dos con el buen humor matutino?

vær stille (1) —ordenó cortante Rodrerich. Había retornado a la forma humana y tenía el ceño fruncido.

Ilbreich cambió también, apartándose de Julia. Sin ropa y desaliñado parecía aún más joven; y alegre como un crío. Sin embargo Rodrerich le dedicó una retahíla en noruego que le fundió la sonrisa. Hubo luego un rápido intercambio entre los dos en el que a Julia le pareció que Rodrerich preguntaba y su hermano respondía.

—Chicos, ¿alguno puede contarme qué pasa? —Interrumpió cuando estuvo lo bastante aburrida.

Ilbreich se giró hacia ella y luego hacia Rodrerich, que asintió con la cabeza y agitó la mano una vez, como autorizando al joven a hablar.

—Disculpa. Otra vez poco educado. Gracias por vernos, gracias por mi hermano —De nuevo la misma sonrisa de dicha. Manoteó nervioso, como si quisiera abrazarla y no se atreviera—, gracias por cuidar.

Julia sacudió la cabeza, apabullada por tanta exuberancia. Ilbreich continuó más serio.

—Mi hermano contado lucha. No debió pasar. Llevamos ahora tú lugar seguro.

—¿Un lugar seguro con comida y gente?

Él asintió cuatro o cinco veces

—Todos los cuidados necesitas.

«No estoy enferma, sólo pido un techo que no sea una madriguera». Se contuvo antes de protestar; el pobre estiraba todo lo que podía su español, y hubiera sido como pegar a un cachorro.

Gatear camino de la salida se le hizo infinitamente más fácil que la entrada, y pronto estuvieron en marcha. Julia calculó que estaban internándose en el parque, cruzando un bosque escarchado y cubierto por una pegajosa niebla matutina. El sol aún no era visible.

—Sois un incordio. No sólo os despertais felices sino encima os gusta madrugar.

Ilbreich la miró y dejó caer la lengua en una sonrisa perruna. Su forma de lobo era también muy corpulenta, con el pelaje blanco listado de gris en lugar de negro. Correteaba en vanguardia mientras su hermano le seguía a paso ligero, con Julia a horcajadas sobre el lomo.

—Chico, lo que te envidio esa energía.

Rodrerich volvió el hocico y con suavidad le atrapó un pie entre los dientes.

—No comas eso, que está del suelo —se burló.

El apretón se hizo más fuerte, con un deje de amenaza. Julia calló sorprendida y él la soltó de inmediato.

«Un "cierra la boca" en toda regla», supuso «¿a qué ha venido?»

Marcharon en un silencio furtivo durante varias horas, mientras el sol salía y la neblina se evaporaba. No fue hasta el mediodía cuando Ilbreich olfateó el aire he hizo un alto de improviso. Rodrerich se sentó con brusquedad, desmontando a Julia. Los hermanos estaban adoptando la masiva forma de combate. A lo lejos media docena de figuras cargaban hacia ellos, tan rápido que era imposible distinguir su naturaleza.

—¡Esscapha!¡¡Huyyye!! —Articuló Ilbreich con sus fauces inhumanas.

Julia retrocedió unos pasos, confusa. En un relámpago comprendió por qué Rodrerich la había hecho guardar silencio; y el propósito de Ilbreich en sus carreras de avanzadilla, olfateando alrededor. No juguetón, como había pensado. Sino vigilante.

Justo antes del choque de fuerzas, Julia pudo distinguir a las atacantes. Dio la vuelta y, ciega de pánico, echó a correr.

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(1) Para quieto

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora