Sostener el dique

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Diego abrió la pinza ensangrentada y el último balín cayó en la bandeja con un repiqueteo. Después, retiró los fórceps y cosió la herida. Habían rapado varios palmos del largo pelaje de Rodrerich y bajo el manto la piel tenía un tono azulino, marcado por largas venas.

—Los puntos puede que sobren —explicó a Julia mientras conectaba una bolsa de suero—, y lo que estoy haciendo también.

Se retiró hacia atrás y se quitó los guantes.

—Si se tratase de proyectiles normales no necesitaría atención sino una ducha, no me hubiera dado tiempo ni a poner los fórceps. Lo que está destruyendo su sistema es la plata que ha absorbido. Bloquea el cambio y la regeneración.

Un cambiante de Refugio de Hielo llamado Johanes se apartó de la pared donde había estado guardando silenciosa vigilancia durante la operación. Aparentaba unos cuarenta años, tenía una larga cicatriz en la mejilla izquierda y cierta autoridad; al menos cuando comenzó a repartir órdenes el resto de Refugio las había obedecido.

—¿Corre peligro su vida?

—Honestamente, no lo sé. Ha tenido suerte de que usaran balines, una bala de punta hueca lo hubiera llenado todo de metralla y sería imposible de limpiar. Ahora hemos detenido la entrada de veneno, si la plata no lo ha matado ya tiene una oportunidad.

—¿No se puede hacer más para ayudarle? —Julia puso la mano sobre el costado peludo, pero su "don" parecía dormido también, sólo notó el pelaje áspero y el movimiento lento y doloroso de la respiración. Rodrerich no había recuperado el sentido desde que lo recogieron para llevarlo a la clínica—. ¿No hay algún antídoto?

—Normalmente diría que no. Podemos intentar algo, cuando vuelva su hermano.

—Linaje, vas a hacer lo que sea necesario —ordenó Johanes—. Sin retrasos.

—No voy a aplicar un tratamiento del que no hay garantías sin permiso de un familiar, cambiante. —Diego habló con calma, pero Julia le conocía ya lo bastante para leer la furia entre líneas—. Si te corre prisa, sugiero que vayas a preguntar si el príncipe ha regresado ya.

La cicatriz de Johanes se crispó hasta volverse púrpura y por un momento a Julia le dio la impresión de que estaba a punto de golpear. Se lo pensó mejor y salió de la pequeña clínica. Diego respiró hondo y ella le palmeó el brazo, intentando calmarlo.

—No te enfades demasiado, él también debe estar muy nervioso...

—Julia, cuando te dije que los cambiantes son la nobleza de nuestro pueblo, creo que no entendiste hasta donde alcanza. ¿Recuerdas lo que contaron Rodrerich e Ilbreich sobre Harald el Maldito, cuando nombrar rey a un linaje provocó la guerra?

—Pero de eso hace siglos. No he visto que...

—¿Cuántos cambiantes has tratado? ¿Te has dirigido a alguno que no te haya hablado primero?

En eso tenía que darle la razón, lo cierto era que durante los pocos días que llevaban allí, principalmente había hablado con otros linajes. La noticia de que había una enfermera entre los recién llegados había corrido rápido y se había hecho útil vendando quemaduras de cocina o examinando gargantas infantiles; dos circunstancias que no afectaban a los cambiantes.

—Olaya, Rodrerich, Teresa... no he visto que ninguno...

—Claro que no. Cada vez somos menos y el Enjambre busca exterminarnos a todos. La mayor parte de los hombres lobo se cuidan hoy día de tratar con desprecio al linaje. La mayor parte, no todos.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora